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La otra Semana Santa de Jerez

De todo eso y de mucho más se polemizará en los próximos días, hasta que el montaje de las casetas de feria lo absorba absolutamente todo

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  • El obispo Rico Pavés realiza una levantá el Domingo de Resurrección -

Terminó la Semana Santa. Es tiempo de análisis en el interior de las Juntas de Gobierno, en los medios y hasta en los mentideros habituales. Saldrán ya los números de los penitentes -como siempre se ha dicho en Jerez- que Dani Carretero ha contado en cada uno de los cortejos, se continuará debatiendo sobre las decisiones de algunas hermandades de salir pese a los partes meteorológicos en contra y hasta si debe establecerse una nueva normativa de cara a los traslados para evitar que se pueda salir pensando en una oportunidad de refugio en el primer templo o en cualquier otra iglesia.

Obviamente se continuará hablando de lo sucedido en la Hermandad de Las Cinco Llagas o de los retrasos en algunos casos o de lo poco que andan algunas procesiones y naturalmente de la idoneidad o no de que La Entrega haga Carrera Oficial en 2023 y se seguirá con el tema del Sábado Santo del que nuestro prelado, don José Rico, debe estar ya hasta el bonete.

De todo eso y de mucho más se polemizará en los próximos días, hasta que el montaje de las casetas de feria lo absorba absolutamente todo, pero yo no quiero escribir de nada de eso, sino de la otra cara de estos días donde al final llega la Resurección, esa que sustenta toda nuestra Fe.

Esa faceta de ese costalero que quiso ser los pies del Señor que en la misma jornada procesional había acogido para siempre a su padre, o de ese penitente que viró su cabeza hacia un balcón que estaba lleno de vida el último año procesional y que ahora se mostraba vacío, triste, solitario o de ese hermano que, octogenario, se vio este año obligado a no vestir su santa túnica y que vio el discurrir de la cofradía, bastón en ristre, desde la silla de un palco de unos amigos, o de esos hombres y esas mujeres que encierran tantas y tantas peticiones detrás del paso de misterio o de ese abuelo que se encuentra con su nieto en la acera deseando que más pronto que tarde se incorpore a las filas penitenciales para seguir la tradición y el fervor de su familia, o los nervios de esa madre, como si lo fuese de un torero, por el maratón por Amor que su hijo iba a desarrollar en la parte final de estos días santos, o esa niña descalza o la promesa de ese hombre con dos cruces y cadenas asidas a sus pies o ese ramos de flores comprado con los únicos euros que tenía...

Es esa cara oculta que no se ve y que es la gran verdad de estas jornadas que ya se han ido.

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