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Viernes 03/05/2024  

Provincia de Cádiz

Y sin embargo, nos besamos poco

Los psicólogos Eduardo J. Vázquez y Sandra Márquez, que analizan besos icónicos en el cine, destacan que, pese a sus beneficios para la salud, no se prodigan

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  • El icónico beso de Deborah Kerr y Burt Lancaster en ‘De aquí a la eternidad’. -

Largos y apasionados, entre la vida y el vacío, voraces, impacientes, sin freno, ministrados por el arrebato, enredados en la peripecia, bizarros como el garbo, reventando melancolía, de recompensa, reverentes y justos, salpicados de lágrimas e hipos, pringosos rebozados de regaliz, protocolarios a la puerta del colegio, graciosos de niño a niña, de infinitos colores. Valga esta enumeración, con algunos más (de sabio zumbido, espontáneos como el altruismo), de Fernando Arrabal en Carta de amor (como un suplicio chino) para hacernos una idea de la cantidad de tipos de besos que podemos dar o recibir a lo largo de nuestra vida y su importancia.

“Hay quien piensa que no los necesita”, apunta Eduardo J. Vázquez Rivero, vicepresidente de la Delegación de Cádiz del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental, pero “el beso es una expresión afectiva que acompaña al hombre desde que es hombre”.

Vázquez Rivero explica que nos besamos porque nuestro sentido del olfato es bastante limitado: el acercamiento entre los primeros homínidos para reconocerse acabó con el roce de los labios. Es su teoría predilecta. Otras indican que se inició porque en los tiempos primitivos había que triturar la comida con la boca para pasarla, ya masticada, a la boca del bebé. En cualquiera de todas las hipótesis se concluye que el placer provocado gracias a las innumerables terminaciones nerviosas en el contorno de los labios, en los labios y la lengua convirtieron el uso en agradable costumbre.

Desde entonces y a lo largo de la historia evolutiva, “el beso ha cumplido una función social, marcando distancias y jerarquías”. Al Papa, se le besa en la mano, por ejemplo. Los factores culturales también condicionan. “En torno al 10% de las culturas, las más básicas, no se besan”. Y, entre pares, también hay diferencias. En el arco mediterráneo, se hace más; los anglosajones, lo hacen menos: el jefe del Estado de la URSS y secretario general del Partido Comunista, desde 1964 hasta su muerte en 1982, se hizo famoso por lo que los rusos llamaban el triple Breznev:  un beso en la mejilla izquierda, otro en la derecha y finalmente en los labios.

El cine muestra de manera especialmente ilustrativa cómo nos hemos besado en el último siglo y cómo lo hacemos ahora. Vázquez Rivero y Sandra Márquez Güelfo, psicóloga miembro del grupo Psicología y Cine de la Delegación de Cádiz del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental, lo han explicado en un taller organizado esta semana en Cádiz, poco después de que se celebrara el Día Internacional del Beso, el 13 de abril, con ejemplos protagonizados por Vivien Leigh y Clarck Gable en Lo que el viento se llevó; Deborah Kerr y Burt Lancaster en De aquí a la eternidad; la Bella y la Bestia; o Scarlett Johansson y Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona.

“En el cine clásico, por mor de la censura, eran cortos, de no más de tres segundos; en los cincuenta, los galanes desempeñaban roles más estáticos; hoy se besan homosexuales”, indica. En cualquier caso, en la gran pantalla, como en la vida, el beso representa el culmen de una secuencia.

Al respecto, Vázquez Rivero matiza que el beso es, en realidad, un factor determinante para la relación de dos personas, desde el punto de vista sentimental. El beso marca el inicio o no de una relación. “Es el colofón del cortejo”.  Hasta el punto de que el 90% de las personas recuerdan con mayor intensidad el primer roce de labios con una pareja que su primera relación sexual. Además, una mala experiencia, puede arruinar la atracción entre dos sujetos. Y la cantidad sirve igualmente  para determinar la calidad de una pareja: si disminuyen con el tiempo, hay que preocuparse.

Con todo, nos besamos poco, sostienen los dos psicólogos. El estudio de Gordon Gallup, de la Universidad de Albany, de 2007, concluye que pasamos de media aproximadamente 20.160 minutos de nuestra vida besándonos, apenas unos 14 días, pese a sus beneficios para la salud.

“Los besos agradables liberan una gran cantidad de hormonas, como la dopamina, la oxitocina o las endorfinas, y reducen el cortisol”, puntualiza. Y, además, en el caso de padres a hijos cobra especial importancia dado que contribuye a crear seguridad y mejorar la autoestima de los más pequeños. 

 

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