“¿Cómo yo, que estuve tan enfermo, encontré el humor para este libro?”, se preguntaba hoy Saramago, al presentar en la Casa de América su nueva novela, que en el mes que lleva a la venta en España ha agotado ya las dos primeras ediciones.
Nadie diría que José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, estuvo hace unos meses al borde de la muerte debido a sucesivas neumonías. Ayer, el escritor, de 86 años, aparecía ante la prensa completamente restablecido, lleno de energía y vitalidad. Y con muchas ganas de hablar y de bromear.
Acompañado por su mujer y traductora, Pilar del Río, y por la directora de Alfaguara, Amaya Elezcano, Saramago contó cómo la enfermedad le obligó a interrumpir la novela, cuando llevaba sólo 40 páginas, y, aunque se sintió “una especie de muerto en vida” y perdió “17 kilos”, luego encontró las fuerzas necesarias para acabar este libro, que es “una metáfora de la vida humana”, aunque esté protagonizado por un animal.
La novela parte de un hecho histórico: a mediados del siglo XVI el Rey Juan III le regaló a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, un elefante asiático, que junto con su cuidador y una amplia comitiva, tuvo que ir desde Lisboa hasta Viena.
¿Se justifica toda una novela para contar ese viaje épico? El autor de La caverna reconoce que “a lo mejor, no”, pero asegura que “es un libro de imaginación y de invención constantes” y que, de todas sus obras, es la que “mayor capacidad inventiva contiene”.
Hay también otro dato histórico que lo impulsó a escribir la novela: el final que corrió el elefante, ya que después de recorrer miles de kilómetros “por capricho de un rey”, Salomón –así se llamaba– murió al poco tiempo de llegar a Viena, y, una vez muerto, le cortaron las patas delanteras para ponerlas a la entrada de palacio a modo de recipiente donde depositar paraguas y bastones.
Ese final tan injusto da “significado último a la vida del elefante” y refleja también las incertidumbres que se le presentan al ser humano después de la muerte, ya que “no sabemos muy bien adónde nos llevan”, decía Saramago. Y el final de Salomón le inspiró al escritor una reflexión sobre la situación actual del mundo.