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Viernes 05/07/2024  

San Fernando

Cómo degustar una buena copa

La forma más tradicional de beber un Brandy de Jerez es solo y en copa de balón con tallo suficiente para introducirlo entre los dedos y poder calentarlo con la palma. Pero también se toma el Brandy de Jerez combinado, al igual que otras muchas bebidas, con cola, naranja, tónica o ginger-ale.

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  • El matiz del Brandy de Jerez está en el borde del líquido inclinando la copa y mirando por su boca. Este matiz podrá ser ámbar, atejado u ocre, según la vejez. -
Degustar una buena copa de Brandy de Jerez requiere su técnica. En primer lugar y para apreciar el color del brandy debemos verter en la copa una cantidad suficiente para poder observar la intensidad de color a través del cristal.

El matiz lo encontraremos en el borde del líquido inclinando la copa y mirando por su boca. Este matiz podrá ser ámbar, atejado u ocre, según la vejez.

También debemos contener nuestro impulso de agitar la copa antes de llevarla a la nariz. El gran poder aromático del brandy potenciado además por su graduación alcohólica, no hace necesario este meneo.
Basta acercar la nariz al borde de la copa para sentir la gran cantidad de sensaciones que proyectan los compustos volátiles de la destilación del vino, la vainilla y los matices torrefactados o dulcificados de una manera estigmatizada por el vino de Jerez y, por último, el tiempo de vejez, capaz de armonizar todos estos rasgos. No es necesario escarbar las entrañas de la copa agitando el brandy.

Por último y no por ello menos importante, debemos beber a pequeños sorbos. Es una solución para frenar no sólo la espiritualidad del brandy diluyendo el alcohol en la humedad de la boca, sino también para apreciar todos sus matices.

Brandy en estado puro

La forma más tradicional y autética de beber Brandy de Jerez es en estado puro. Debe beberse en copa de balón con tallo suficiente para introducirlo entre los dedos de la mano y poder calentarlo con la palma simultáneamente.

Debe ofrecer una abertura suficiente para meter la nariz e inhalar la gloria que brota dentro. En su interior bambolea un líquido que, a fuerza de haber estado tanto tiempo en el tonel recibiendo su riqueza odorífica y por su complicidad con el aire, está pletórico de matices. El alcohol que es más volátil ejerce una función de vehículo de ese noble aroma.

Pero, el placer puede truncarse en agresión si no adoptamos la temperatura adecuada. Uno de los hábitos más nefastos es calentar la copa al fuego lo cual erige como su protagonista el alcohol dejando mermada la complejidad en su conjunto del brandy.

Si nos parece normal que un vino de gran nobleza no deba beberse más allá de los 18 grados, por qué no hacemos lo mismo con el brandy. Incluso hay más razones para beber el brandy a menor temperatura que el tinto y es el recurso del alcohol.

Cuando degustamos un tinto a mayor temperatura, el inconveniente es la sensación de alcohol de sus pequeños doce grados, lo cual enmascara el lamado bouquet ganado con sudor y lágrimas durante todo su paciente proceso de envejecimiento.

Si lo probamos a menor temperatura los caracteres del vino se bloquean porque su graduación alcohólica a esa temperatura más baja no puede ejercer su acción extractora de los otros componentes nobles de su crianza.
Sin embargo el brandy, con graduaciones entre 36 y 45 grados, sigue gozando de su vitalidad etérea tomándose incluso a 15 grados de temperatura. Se recomienda beber a pequeños sorbos y a 17-18 grados, una temperatura que permite rebuscar en la copa las esencias del destilado, de la madera y de las transformaciones que ha atravesado esta bebida en su proceso de maduración oxidativa.

Brandy combinado

Si parece normal que un whisky, ron tequila o una ginebra se tome con hielo, por qué no hacerlo con Brandy de Jerez. No hay que tener ningún reparo al mezclarlo con todo lo que brinda la barra, como colas, tónicas, naranjas y sobre todo con ginger-ale. Será un nuevo campo de sensaciones que les será familiar si son aficionados al scotch o al ron viejo.

Los sibaritas pueden añadir, incluso a la copa de Solera Reserva y Gran Reserva, un trocito de hielo que no disminuye en absoluto el embrujo del brandy y apaga el alcohol.

Cata de un Solera, un Solera Reserva y un Gran Reserva

Cuando se bebe una copa de Brandy de Jerez hay que olvidarse de la marca y detenerse a observar los diferentes caracteres de los tres tipos de envejecimiento: Solera, Solera Reserva y Solera Gran Reserva. Es algo que ha quedado más claro que nunca desde la implantación del Consejo Regulador.
En un Solera se aprecia un color más claro, más amarillo, ámbar, con un aroma que aún asoman ciertos rasgos del destilado revueltos con ligeras notas salinas si ha envejecido en botas de fino, o bien con toques de vainilla y caramelo tostado si ha reposado en botas de oloroso. 

A la boca esta bebida espirutuosa es más seca, posiblemente se notarán los taninos incluso algo rasposos de la madera y parecerá menos corpóreo que los brandies más viejo.

En un Solera Reserva, la mayor edad del brandy se corresponderá con tonos más oscuros y menos luminosos que los solera. Al olfato se percibirán los primeros indicios de los aromas cetónicos fruto de una mayor vejez; aromas más dulcificados, con recuerdos al café torrefactado, o sea, el café bañado por azúcar caramelizado.
Al paladar será algo más carnosos y dulcificado, la sensación alcohólica será algo menor por estar más integrados todos sus componentes.
En un brandy Solera Gran Reserva es fácil adivinar por los tonos caoba y yodados no sólo una mayor vejez, sino también una mayor concentración de sus componentes.

En el aroma se divisa aún más esta concentración que dará rasgos de enorme complejidad.
Si la solera ha acogido anteriormente Pedro Ximénez y las mermas durante el envejecimiento oxidativo han sido fuertes, la sensación dulce será mayor (recuerdos de algarroba, horno de pastelería y chocolate) si las botas son viejas aunque todavía de buena salud, aparecerán ciertas notas como a mueble viejo, barniz de rancia nobleza.
A la boca será untuoso, suave, con el amargoso de los taninos del roble mezclado con la dulcedumbre de la vejez oxidativa, bien sea en botas de oloroso -lo más probable- o aún más en las de Pedro Ximénez.

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