“Mi padre ha trabajado siempre como un mulo y ha necesitado muy poco los servicios públicos de salud para que en el último estadio de su vida no tenga ni derecho a que le trasladen al hospital en una ambulancia. Las cosas hay que cambiarlas y voy a hacer justicia a mi padre”.
A Mónica todavía le cuesta hablar en pasado de Francisco Castellet, su progenitor. No hace ni 15 días que tuvieron que despedirse de él tras 48 horas insufribles que aún recuerdan como si fuera ayer.
Paco, como así le conocen en la barriada rural de La Ina, donde vivía con su mujer, tenía 81 años, presentaba una ligera demencia senil y era dependiente. Pese a que su salud se había resentido en el último año, no llevaba una vida sedentaria. "Él se levantaba cada mañana, desayunaba y nos íbamos a andar; por las tardes volvíamos a salir; nos reconocía a todos, se comunicaba con nosotros”, cuenta a VIVA JEREZ.
Según relata su hija Mónica, el pasado 28 de mayo por la tarde noche tuvieron que llevarlo al centro de salud de La Milagrosa porque empezó con náuseas. Le mandaron Primperan para la fatiga y lo achacaron a un virus de gastroenteritis.
De madrugada empezó a tener fiebre, por lo que su hija fue al centro de salud de Lomopardo (en La Ina hay consulta dos días a la semana), donde le emplazaron a hacerle una prueba de Covid. Paco dio negativo, pero su estado empezó a empeorar.
Nunca lo habían visto así pese a sus patologías. “Tenía los ojos vueltos y la boca desencajada y esa noche no había hecho pipí; también daba unos ronquidos muy fuerte. Mi padre no estaba bien”, señala.
Decidieron entonces llamar al 061. Después de varios intentos consiguieron que les atendieran y enviaran a un equipo médico. En veinte minutos estaban en su casa, pero no se imaginaban lo que les iba a costar que luego le mandasen una ambulancia que nunca llegaría. “Atendieron a mi padre y me dijeron que podría presentar un cuadro de deshidratación y que habría que trasladarlo al hospital para tratarlo por sus patologías. Como mi padre estaba muy rígido, no podíamos llevarlo en nuestro coche. Nos dijeron que iban a mandar una ambulancia”, detalla.
Al ver que había pasado más de una hora y la ambulancia no aparecía, volvieron a llamar. “Les expliqué que mi padre estaba mal, y que ya había pasado más de una hora. Me dijeron que estaban saturados, que no había ambulancia y que en cuanto hubiera alguna libre, la mandarían”.
El tiempo siguió pasando y la impotencia y la preocupación cada vez eran mayores. “Llevábamos casi tres horas esperando y yo ya estaba desesperada; llamé a Salud Responde hasta diez veces y allí me decían que ellos solo podían gestionar citas. Llamé al centro de salud de Montealegre, que es el nuestro de referencia, y tampoco me decían nada”.
Nerviosa y con el teléfono en las manos, se metió en Google para buscar otro número para intentar saber qué pasaba con su ambulancia y buscar un plan B para localizarla. “Pinché ese teléfono y me respondió un señor muy amable, Alejandro, que me dijo que era una empresa para contratar ambulancias para traslados al hospital. Ni siquiera sabía que existía esa opción. Me recomendó que llamase al centro de La Barca para ver el orden de preferencia que le habían dado y les volviera a llamar. Y eso hice -continúa explicando- porque en el centro de salud no tenían constancia de nada. Moralmente, contratar una ambulancia va contra nuestra voluntad, pero solo queríamos llevar a mi padre al hospital cuanto antes. Llamé a mis hermanos y me dijeron que lo hiciera”.
A los 25 minutos, la ambulancia estaba en la puerta de su casa, tal y como le dijeron. Nada más llegar, le pagaron 75 euros. Con médico el servicio cuesta poco más de 500. Eso lo supieron después. Una vez dentro con su padre, llamó al 061 “por responsabilidad” para decirles que ya no necesitaba la ambulancia porque habían contratado una privada. "No quería que otra criatura a la que le hiciera falta pasase por esto ", indica.
A las cuatro y diez de la tarde estaban en Urgencias. Esto no había terminado. “En el triaje descartaron que fuera paciente de gravedad, porque no tenía fiebre y tenía la tensión y el azúcar bien, pero mi padre estaba mal. Había vomitado en el camino y se había hecho pipí. El equipo médico que lo había visto en mi casa ni siquiera le puso un gotero ni le hizo nada… Se me partió el alma como lo vi llegar en esa camilla como si fuera un mueble”, se lamenta.
Tuvieron que pasar otras tres horas para que el médico lo viera en una jornada de urgencias "saturadas". “Lo llevamos para dentro y me dijeron que estaba grave y que le iban a hacer pruebas”.
Eran las siete y media de la tarde. A Mónica desgraciadamente no le sorprendió la valoración del facultativo. “Yo no puedo hablar ni de mala praxis, ni de negligencia médica, pero no me parece que el protocolo de humanización funcionara. El equipo médico que llegó a casa lo valoró de aquella manera, sin ni siquiera ponerle un gotero. La ambulancia no llegó después de tres horas y media y a mi padre tardaron tres horas en verle en el hospital…”.
Ese largo día pudieron verle de nuevo a las dos de la mañana, antes de marcharse porque se quedaba en Observación. “Le tenían puesto una mascarilla con oxígeno y suero”.
Su salor empeoró: había que sedarlo
La noche la pasó con fiebre y a la mañana siguiente el médico les confirmó que su padre había empeorado. “Le iban a poner antibióticos pero se puso peor. Estaba muy grave y nos dijeron que lo iban a sedar”
Fallecía dos días después en la madrugada del 1 de junio por una infección pulmonar. Mónica tiene claro “hubiese fallecido de todas formas” porque estaba muy delicado, pero cree que podría haberlo hecho de una forma mucho más digna.
Por eso no quiere que su caso se quede aquí. Ha reclamado un informe médico del ingreso y de la atención del equipo médico del 061, así como las razones por las que la ambulancia no llegó. Una vez que tengan esta información, no descarta emprender medidas legales. “Yo sé que esto es un grano de arena en la playa, pero muchas gotitas pueden hacer que las cosas cambien”, sostiene.
Además, las explicaciones que les ha dado el SAS no han hecho sino enfadarle más. “Dicen que yo rechacé la ambulancia, pero no explican por qué la anulé después de tres horas y media y que tuve que contratar una privada”, afirma, indignada.
No quiere que la historia de su padre se vuelva a repetir. “A los pocos días otro vecino de La Ina tuvo que esperar tres horas la llegada de la ambulancia para valorarlo. Tiene 70 años y Alzhéimer y requirió los servicios a través del botón rojo de ayuda a domicilio. Menos mal que para llevarlo al Hospital de Jerez la ambulancia tardó solo media hora”, apunta.
Pero en este duro camino y durante el último año Mónica también se ha encontrado con sanitarios de Atención Primaria y del propio Hospital de Jerez, como la enfermera que estuvo con ella y su familia en las últimas horas de vida de Paco, dando muestras de una humanidad y una vocación por las que todavía quiere seguir confiando en la sanidad pública. “Ellos sí hacen grande la sanidad con esos pocos recurso con su sensibilidad. Hay que poner en valor su vocación”, concluye.