Esta escapada en tiempo y espacio del director, cuya aversión a cualquier competición festivalera además es conocida, devuelve desde el primer día a Cannes a los gloriosos tiempos en los que había que pasar por París para ser alguien.
Un “tiempo dorado”, como señaló Allen al presentar a la prensa su cinta, que es al que, con música de Cole Porter, el realizador pretende llevar al espectador, al que literalmente apabulla con un desfile de celebridades.
Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Pablo Picasso, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Gertrude Stein son la clase de
gente con la que Allen hace contemporizar al protagonista, un atónito Owen Wilson, el escritor de guiones de cine que pretende ser novelista y a quien, en una noche de alcohol, se lo llevan al siglo anterior, o eso parece.
La historia lleva a ese París y a la urbe actual, donde se narra la historia de Gil, comprometido pero aún no ¿felizmente? casado, literalmente secuestrado al pasado, donde le espera nada menos que Adriana, una Marion Cotillard más francesa que nunca, muy íntima de Pablo (Picasso).
Gil tendrá la posibilidad de que Gertrude Stein revise su novela, de oír del pintor malagueño la explicación del porqué de un retrato, de adelantarle a Buñuel el argumento de una película que aún no ha dirigido -El ángel exterminador- o de beberse un vino con un Dalí (Adrien Brody) tan histriónico como debe ser y que por eso mismo solo ve rinocerontes.
Kathy Bates, Michael Sheen y Léa Seydoux completan el reparto, con la esperada intervención de Carla Bruni, en plan guía del Museo Rodin, que cumple con su pequeño papel sin que se adviertan las catástrofes interpretativas que algunos medios aseguraron haber observado hace un año en París.
Cómo funciona ese transporte al pasado es algo que debe experimentar el propio espectador y, a decir de las reacciones en el pase de prensa previo al de gala, los ohh y las risas cómplices parecen haber logrado el efecto.
Allen no tuvo necesidad de documentarse para el trasfondo histórico de Midnight in Paris porque forma parte, como explicó a la prensa, de su bagaje intelectual: de ellos mamó en su infancia, juventud y edad adulta.
Su París es una ciudad de su subjetividad, como la ve un americano, reconoció Allen, que da escape a sus neuras conocidas: qué se puede esperar de un futuro sin valium, sin anestésicos en el dentista y sin aire acondicionado.
“Se trata de una auténtica trampa, que permite pensar que vivir en una época anterior sería preferible, olvidando que se iba al dentista sin novocaína”, alertó Allen.
El realizador declaró su amor por “las ciudades bajo la lluvia” y se mostró muy satisfecho por la tonalidad conseguida para la cinta por Darius Khondji.