Hollywood ha cuidado sus aproximaciones a las interioridades del Vaticano, en la mayoría de los casos a partir de célebres novelas, como ocurría en el caso de Las sandalias del pescador o El cardenal, en la que Joseph Ratzinger ejerció de asesor de Otto Preminger.
Relegado durante mucho tiempo como mero escenario de fondo, la llegada del citado Ratzinger, su renuncia en favor de Bergoglio y los debates en torno al papel de la Iglesia Católica en el siglo XXI han reavivado el interés, cada vez más crítico, en torno al Estado más pequeño del mundo y, al mismo tiempo, el más trascendental desde el punto de vista espiritual.
Pero, entre Amén, la controvertida película de Costa-Gavras, y Los dos papas, que ficcionaba sobre la relación entre Benedicto XVI y Francisco, hay escasas propuestas de interés, caso de Habemus papam, de Nani Moretti, y la serie de Paolo Sorrentino, The young pope.
Cónclave, del alemán Edward Berger merece estar dentro de ese reducido catálogo, una película que se sitúa tan próxima a ese añejo afán de Hollywood por la curia vaticana a partir de un best seller, como a la temática y espíritu de los trabajos citados de Moretti y Sorrentino. De hecho, el punto de partida argumental es idéntico al de Habemus Papam, el encierro cardenalicio para proceder a la elección del nuevo sumo pontífice, pero con una estética visual y una puesta en escena que remiten una y otra vez a la adictiva serie emitida en HBO, aunque con mucha menos frivolidad.
Berger, reconocido internacionalmente por su multipremiada adaptación de Sin novedad en el frente, parte de un guion de Peter Straughan, especializado en la adaptación de novelas muy populares (El jilguero, El muñeco de nieve, El topo), que en este caso se aproxima a uno de los trabajos igualmente populares de Robert Harris, autor de otras reconocidas novelas llevadas al cine, como El escritor, Enigma y El oficial y el espía. No obstante, lo que confiere autoridad a su nuevo trabajo, lo que eleva la película por encima de su interés narrativo, es la excelente interpretación de Ralph Fiennes, el cardenal Thomas Lawrence, decano del Vaticano y responsable del desarrollo del cónclave del que debe salir elegido el nuevo papa. Fiennes hace creíbles todas sus dudas, sus temores, el peso de la labor que recae sobre él, la tentación de convertirse en sucesor y la necesidad de escapar de tantos intereses cruzados en el seno de una Iglesia con la que no se identifica y que parece vivir ajena a lo que ocurre en el exterior de los muros del Vaticano, como subraya la secuencia del atentado.
En este sentido, la película avanza con notable interés como thriller de suspense a partir de las diferentes intrigas vaticanas que van marcando el desarrollo del proceso vivido a puerta cerrada, pero se esfuerza aún más en apuntar al corazón -o al cerebro- mismo de la Iglesia a la hora de poner encima de la mesa algunas de las cuestiones más trascendentales sobre las que viene girando asimismo el papado de Francisco. Eso, que resulta evidente e interesante, y tan bien desarrollado por Berger a través de la mirada, entre lo contemplativo y lo minucioso, con la que se asoma a ese mundo exclusivo y trascendental, descarrila con un final de cara a la galería que, en cualquier caso, no desmerece el conjunto de una película meticulosa y mejor interpretada, ya que junto a Fiennes también conviene resaltar a los siempre eficientes Stanley Tucci y John Lithgow, sin olvidar la única presencia femenina, una Isabella Rossellini ajena al maquillaje, como le gustaba a su madre.