Convencido y convincente. Entre la bendita locura y la realidad, Juan Carlos Durán, natural de Badajoz, basa su proyecto de vida sacerdotal atendiendo a los sin techo, a los desamparados de la vida, a los que ayuda a rehabilitar en el Hogar San Juan.
—¿Es usted un bendito loco?
— Hombre, un poco de locura tiene esto. Bendecido me siento porque es un privilegio vivir con las personas que lo hago cada día. Me siento privilegiado. No sé si loco, porque en el fondo cuando uno hace lo que tiene que hacer, si soy feliz haciendo esto, entonces no es locura. Cuando para mí tiene sentido... Soy un privilegiado bendecido.
El hermano Juan “soy sacerdote, pero soy el hermano. Estoy solo aquí viviendo como hermano y religioso” viste con el hábito de la Orden de los Hermanos de la Misericordia que él fundó, habla pausado, creyendo en cada palabra que dice. Como el obispo de Asidonia creyó en él cuando le planteó este proyecto de vida. “Me dijo adelante. La Diócesis me da el apoyo logístico. Esto no sería nada si el Obispo no hubiese apoyado. Él fue quien se empeñó en buscar las primeras herramientas. Cuando viene se siente en su casa y me da una alegría tremenda porque esto es una obra de la Iglesia”. El local, la casa como a él le gusta hablar del Hogar San Juan, sigue perteneciendo a las Hermanitas de los Pobres “que han hecho cesión de uso por lo que seguimos cumpliendo con los fines para los que se creó la casa”. El hermano Juan viene de la Orden de San de Dios “que es mi familia de origen, igual que mi padre y mi madre, pero esto es al margen de esa realidad. No hay seguidores, hay quienes se acercan y han preguntado pero decir yo quiero vivir esta misma vida no ha surgido aún, aunque hay seguidores por la cantidad de personas que cada día comparten esta idea y de forma creyente”. Un idea que anidó en su mente un día...
— Porque merece la pena. Es una apuesta por la persona. Y no por la persona sin techo, sino por la que hay debajo. No es por cuidar al que está en la calle, sino por sacarle de la calle. Es una apuesta que merece la pena. Y de fondo está el hecho de que apostar por el hombre, aunque esté muy estropeado, aunque su vida a veces esté muy deteriorada, siempre tiene sentido. Es lo que hace Dios por nosotros, apostar continuamente por el ser humano, por cada uno de nosotros, incluso en los momentos más trágicos, más difíciles de nuestra vida, más desintegradores. Siempre apuesta por nosotros. Y es eso, apostar porque hay mucho debajo.
—Quizá por eso no se se apuesta, porque no se ve lo de debajo...
— Claro, porque no se llega a descubrir al ser humano, la historia personal que está debajo de ese aspecto sucio, desagradable, de esos cartones que están tapando o el de Don Simón, me da igual el cartón que sea. Ahí no deja de haber una persona nunca y una persona con historia que merece la pena. Al mismo tiempo estoy convencido de que solo una apuesta que consista en acoger como familia es lo que va a ser posible que personas que estén en la calle vuelvan a vivir una vida nueva, vuelvan a descubrir su vida, porque si algo necesita alguien que está en la calle es que se le conceda la oportunidad de aprender a vivir de nuevo. Ese es el trabajo con las personas sin hogar, que aprendan a vivir de nuevo, que recuperen su vida, que curen aquello del pasado que le está situando en la calle y que, al mismo tiempo, sean capaces de mirar hacia adelante. Es como un niño que aprende a vivir. ¿Dónde aprende a vivir?
—En en seno de su familia.
— La familia, los que le rodean son los que le enseñan no solo lo que es la vida sino que, en la convivencia, aprende sus posibilidades, sus límites, sus grandezas y sus pobrezas, cuentas con alguien que apuesta por tí, que cree en tí. Eso es lo más grande que hemos recibido todos en nuestras familias, que apostaban por nosotros cuando más débiles éramos, cuando solos no pintábamos nada en este mundo. ¿Qué futuro tiene un niño solo? La familia ha apostado por nosotros cuando menos futuro teníamos. Y es en esa convivencia, en esa apuesta por nosotros, donde hemos salido adelante, donde hemos descubierto la vida que disfrutamos y que ahora nos gustaría a cada uno eternizar, porque nadie quiere acabarla.
—El hogar llevará en abril tres años abierto. ¿Ha habido ya reinserciones?
— Sí, claro. Se ve de todo. También el que no quiere y vuelve a lo mismo. No vamos a engañarnos. Se ve al que recibe la oferta para cambiar de vida y le da miedo o no la cree conveniente y decide marcharse. Otra decisión equivocada más que añadir a su vida. Puede que llegue en otro momento y no lo sea ahora. No lo sé, quién sabe cuándo va a acertar uno o se va a equivocar. Hay quienes han aprovechado la mano tendida,l os recursos, la apuesta. Aquí cada día, cuando bendecimos la mesa en el comedor, damos gracias por aquellos que han compartido con nosotros para que podamos reconstruir nuestras vidas, aquellos que han pensado que somos valiosos y es, en ese descubrimiento, donde ellos encuentran la fuerza para hacer el cambio que tienen que hacer. Y sucede, claro que los hay. Hay gente que sale de la droga, del alcohol, de la calle. Por qué no. Hay personas que han llegado a ese punto por circunstancias que se han ido convirtiendo en identidad. Cierto. Pero las circunstancias se pueden cambiar y una identidad adquirida también. Uno es niño o niña, alto o bajo. Eso no se puede cambiar aunque te pongas tacones, pero todo lo demás es trabajable. Y sucede y para mí es una alegría tremenda.
— Como meter un gol.
— Lo que me siento es confirmado en la convicción de que es posible, de que las personas siempre merecen la pena. Cuando se va alguien de aquí que podría recuperar su vida y no lo hace me duele lógicamente, pero he aprendido a respetar la libertad, a que el otro ahora mismo no quiere. Y se acepta. Pero cuando uno sale hacia adelante te das cuenta de que no estabas equivocado, de que debajo había algo que merecía la pena y solo había que ayudarle para que lo sacara. Ese es el trabajo. Aquí no se le pone a nadie lo que no tiene, aquí se le ayuda a recuperar lo que había perdido, a construir lo que no había llegado a construir, pero sobre lo que hay, porque lo que hay está en las personas y que crezcan las cosas buenas y que los límites y las cosas negativas se vayan puliendo. Se trabaja porque salga a flote lo que hay y el triunfo es de las personas. Los que está aquí lo pasan muy mal, porque cambiar de vida no es fácil, dejar de hacer los que ya has aprendido y a lo que te has acostumbrado no es fácil, porque curiosamente uno se acostumbra a estar hecho un asco, incluso a que le desprecien.
—Aquí se marca una línea de conducta.
— Es una estructura, todo está muy estructurado. La vida interna está muy estructurada mediante responsabilidades o exigencias a todos los niveles, es decir la casa hay que sacarla adelante entre todos y eso incluye todo, desde la comida a la limpieza, la higiene personal, la ropa, el mantenimiento y nos convertimos no ya en una familia sino en un grupo humano que construye cada día su propia vida.
—Ustes es la cabeza de ese grupo, pero quiénes le apoyan
— Tengo mucho apoyo. Mire, el primero es el de la convicción de que Dios apuesta por nosotros. Ya está. A partir de ahí todo merece la pena.
—¿A nivel humano, material?
— A nivel humano toda esa gente que viene en una doble vertiente. De un lado a ayudar. ¿Qué hace falta, qué hay que hacer? Hay un voluntariado maravilloso, más de 130 personas que trabajan haciendo de todo, seleccionando ropa, preparándola, atendiendo a los que vienen a ducharse, en la portería, en la cocina, en el rastrillo, en el teléfono, acompañando a un chico al juzgado o a otro al médico. Hay un entremado de personas...,que ese es el milagro. Cada día es como una obra de teatro, se apagan las luces, se cierran las puertas y uno dice, madre mía lo que ha sucedido hoy aquí y, al mismo tiempo, se ha producido vida. Eso lo hacen los voluntarios. Vienen a servir la cena de la noche. Yo no me podría lanzar sin ellos a dar un nuevo servicio, como por ejemplo el que hemos puesto en marcha hace un mes y medio de dar de cenar a los que están en la calle, como un comedor de apoyo. La mayoría que vienen son los que se llegan a por ropa o a ducharse.
— Gente sin techo, de la calle.
—O que están en casas abandonadas o como okupas.
— Y que no se integran en la estructura del Hogar.
—A veces hay que hacer un proceso de acercamiento, antes de ofrecerle. No le puedes decir que entre porque es una decisión seria...Pero todo eso, ya le digo, no lo puedo poner en marcha sin un voluntario que entienda que es algo bueno. Yo lo que hago es lanzar la pelota y ellos se embarcan y así lo sacamos adelante. Ese potencial humano impresionante. Primero el de los propios acogidos, que son personas que tienen mucho potencial dentro, y todo el voluntariado que viene a la casa en curiosos perfiles profesionales. La que es psicóloga actúa de psicóloga, el que es médico, de médico y cada uno hace lo que haga falta independientemente de su historia profesional. Nos reíamos noches pasadas porque alguno de los voluntarios que vienen a servir la cena estaba con la fregona y le decía que si sus mujer le viese y decía que por eso venía a una hora distinta.
— ¿Y los bienes materiales?
—Son la otra grandeza de esta casa. Llevamos casi tres años y no debemos nada.
—¿Cómo se consigue?
—Bueno..., perdón, ahora sí debo porque hemos puesto las placas solares ya que estábamos gastando unos 1.500 euros mensuales en gas oil para calentar el agua y hemos hecho esta inversión...El funcionamiento es la providencia que viene cada día y es que nos llega todo lo necesario y en cada momento lo que hace falta. Que se acaba la mantequilla, llega, .que si falta leche, llega. Económicamente igual. El dinero llega a partir de lo que la gente aporta. Hay bienhechores fijos, hay personas que te llegan con su ayuda, gente con cantidades más grandes o más pequeñas, pero todas igual de importantes porque llegan y te dicen que es pensionista y solo puede dar eso. Y eso es lo más grande que me puedan dar. Hay gente que nos ha incluido en la compra de su casa, están las hermandades que nos ayudan.
—¿Y la ropa?
—Ropa usada también nos traen que sirven para darla y para un rastrillo que tenemos y que sirve para mantener la casa
— ¿Dónde es el rastrillo?
— Dentro de la casa. Es como una tienda de ropa de segunda mano. Hay cosas que nos nos van a servir porque, como comprenderá, tallas grandes no nos sirven y mujeres vienen muy pocas, y se les da salida en el rastrillo que nos sirve para pagar la luz. Los alimentos no lo traen la gente o los pedimos. En Sanlúcar hay una señora que manda verduras o en Mercajerez, asociaciones que hacen una compra de carne, otra que cada mes nos da pollos para cinco o seis comidas. Aquí se dan los desayunos, almuerzos y cenas y ese añadido de los que están fuera y que vienen a cenar y que son ya unos treinta a diario.
—¿La beneficencia es eterna?
—Ojalá no hiciese falta esta casa. Ojalá pudiésemos tirarla y hacer un parque. Se lo digo de verdad. Cada día es tremendo. ¿Que hay gente que puede vivir a costa de la beneficencia? Pues sí, hay de todo, pero esa no es la realidad más amplia. La realidad es que hay necesidad. La beneficencia es hacer el bien que no quiere decir dar sin criterio. La beneficencia es algo bueno cuando se hace con criterio. No es cuestión de ponerse en la puerta a repartir sin preguntar. Eso no es ayudar a la persona. Primero hay que acoger y ayudar y si ves que la persona te estás engañando le dices que no venga más. Es preferible tender la mano y si se están engañando quitarla. No pasa nada. Tú le has ayudado. Si piensas que te engañas yo le digo que me miente, que se engaña asimismo. Yo estoy para hacer de intermediario entre los que otras personas quieren dar para ayudar y otras que lo necesitan. Mi obligación es que lo que se da se utilice bien. Ahora mismo, una de las preocupaciones que tengo es que cuanto trabajas con alguien para que se reahabilite, después de un año y pico, cuál es el siguiente paso. Porque encontrar trabajo, crear una familia supone muchas cosas. El paso siguiente es otra locura que está surgiendo.
— ¿Más?
— Es que esto es como los niños que están creciendo y hay que comprarles zapatos, pues aquí los niños también crecen. Esos que llegan a la reinserción necesitan una forma de empleo estable y si no lo hay habrá que crearlo. ¿Cuál puede ser? Se está preparando la puesta en marcha de una empresa de servicios que cuente con el trabajo de personas ya rehabilitadas y y de distintos perfiles profesionales.
—-Me quedaría aquí dos horas más, con esta realidad, pero hay que finalizar. Terminemos con Jerez ¿Cuál es su realidad social?.
—Muy complicada. Ahora ha llegado la crisis pero Jerez ya tenía muchos problemas. Llegué hace trece años y realmente es una población con muchas posibilidades y también con mucha carga. Lo que faltaba es lo que está sucediendo, eso para el remate. Había mucha gente que ya sobrevivía, lo que me sorprendió. En Jerez la gente estaba acostumbrada en gran parte a pequeñas cosas, a pocos alicientes porque había que sobrevivir.
—-¿El envoltorio no tiene nada que ver con el interior de la caja?
—Sí, porque las posibilidades están pero no se ha crecido por dentro suficientemente. Hay que sacarle más partido a las posibilidades propias y ha habido mucha dejadez y no habló de políticos, que a mí esa familia no me agobia, sino dejadez en las personas y eso complica la situación. Entre lo de fuera y lo de dentro la situación de Jerez es muy complicada. Tiene mucho potencial pero muchas dificultades ahora mismo. Mientras la gente no se ponga en pie para poner en marcha su vida que no espere nada de los de fuera.
—Los de fuera van a dar poco.
—Si esperamos que alguien nos saque adelante poco vamos a caminar. Nos han cogido con el paso cambiado.
El hermano Juan tiene el paso firme con sus más de cien acogidos en el Hogar que está en Juana Jugan.