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Ruperto Pozuelo, 41 años de enseñanza profesional en Jerez

Con 91 años de edad sigue estando a diario a las 8 de la mañana en los talleres del Lora Tamayo

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  • Ruperto Pozuelo, en el Lora Tamayo -

Tiene 91 años y diariamente a las 8 de la mañana está en su puesto de mando, aunque jubilado, en el taller de los alumnos de ciclos formativos del colegio Manuel Lora Tamayo. Comparte recreo con ellos, está hasta última hora pendiente de todo y de todos y, por la tarde, no falta a su cita con el rosario y la Santa Misa en el Santuario María Auxiliadora. Llegó a Jerez en el año 1971 y por sus manos han pasado miles de jóvenes que ahora ocupan un sitio en la sociedad laboral de nuestra ciudad, gracias a su paso por lo que comenzó llamándose Escuela de Maestría Industrial Salesiana. Es uno de los grandes personajes del cincuentenario del Colegio Manuel Lora Tamayo. Su nombre es Ruperto Pozuelo, nació en la provincia de Córdoba, pero ya es un jerezano de adopción puesto que, no en balde, lleva la friolera de 41 años en nuestra ciudad. Por eso, desde el mundo salesiano y el mundo de la industria jerezana, se está trabajando para que su figura tenga ese reconocimiento que ya se le dio a nivel nacional, con la Medalla al Trabajo, o se le ha dado en su pueblo natal, Hinojosa del Duque, donde le hicieron entrega de la Medalla de Plata o, incluso, ese pequeño gesto de  Jerez para con él cuando fue escogido como uno de los rostros más conocidos de la ciudad. “El Ayuntamiento de Jerez de la Frontera ha organizado una exposición donde aparecían los rostros más populares de la ciudad. Del barrio de Icovesa, donde se halla enclavado el Colegio salesiano  Manuel Lora Tamayo , el rostro escogido no podía ser otro que el de don Ruperto Pozuelo Barrueco, salesiano que lleva destinado en aquella Casa desde 1971. La exposición ha estado abierta al público durante dos semanas. Se han podido ver muchas fotografías de don Ruperto entre los jóvenes de los talleres. ¡Todo un testimonio y ejemplo de entrega y servicio a los jóvenes trabajadores de Jerez y su comarca”, escribía el sacerdote salesiano Pedro Yedra en la web inspectorial en el año 2007.

Su llegada a Jerez
Ruperto, salesiano coadjutor, llegó al Lora Tamayo en 1971, procedente de Sevilla. El entonces inspector Antonio Hidalgo le envió a un colegio que aún estaba haciéndose “ya que llevaba en este sitio un año después de que se desmantelase el de la Purísima Concepción en Capuchinos”. Ha dado clases de “dibujo, matemáticas, tecnología, mecánica y religión”, pero ha sido su puesta al frente como jefe de taller en la mecánica el que le da dado ese carisma especial que hace que “mis antiguos alumnos me vean por la calle y se acerquen, van por una acera distinta y cruzan para abrazarme, eso es una buena señal, que pasasen de largo no lo sería”.
Su primer director en Jerez fue el padre Ambrosio “que también entró nuevo en la casa, luego ya han pasado muchos” y él siempre permaneció en Jerez y al lado de los chavales, su gran ilusión. Lleva setenta y dos años como salesiano, de los que 20 los ha pasado en Cádiz y 41 en Jerez “y el resto en Sevilla”.

De familia humilde
Recuerda de su niñez y juventud, mucha pobreza y necesidad. Se llegó a vestir durante bastante tiempo  con prendas que le prestaban amigos y compañeros  “sin que nadie se diera cuenta”. A pesar de ello siempre fue feliz, porque en todo momento se conformó con muy poco. Conoció tiempos de guerra civil y guerra mundial, lo que le supuso cumplir tres años y medio de servicio militar en Montilla, sin saber nada de su familia.
En sus inicios, su hermano mayor se encargaba de ocuparle durante de las vacaciones escolares. Hizo de carpintero, zapatero y camarero en un bar ante cuya puerta paraban los coches de línea.  Limpiaba mesas y hacía trabajos menores. Precisamente durante su incursión en el mundo de la hostelería, en el año 34, conoció un muchacho, que iba camino del noviciado, que le animó a ser cura y visitar la Casa salesiana de Pozoblanco. Lo consultó con su hermano mayor quien le advirtió de los tiempos que corrían, adversos a la Iglesia, en los que la quema de conventos y fusilamientos de consagrados estaban a la orden del día. A pesar de la advertencia    llamó a la puerta de los Salesianos, siendo recibido por  Antonio Domuiño. Al poco tiempo se escapó porque se sentía solo y quería ver a su madre. Tras la regañina de su hermano, volvió para quedarse para siempre con Don Bosco. Con apenas  dieciséis años  fue trasladado a Sevilla, donde le confiaron tareas como impartir clases, asistir en horas de estudio, acompañar a los niños en paseos de grupos. Poco tiempo transcurrió para que fuera admitido en el noviciado. Tras el aspirantado  cursó estudios de noviciado donde profesó el 16 de agosto de 1940. Luego pasó a la Casa Agrícola de Antequera donde dio clases a hijos de campesinos y labriegos. En 1942, se incorporó al servicio militar obligatorio por espacio de tres años y medio.   
Tras cumplir la mili, la obediencia le llevó a Morón donde ejerció como docente. Luego llegó a la Casa de Cádiz, donde estuvo a cargo de los aspirantes coadjutores durante veinte años. Del aspirantado pasó a la Universidad Laboral gaditana, donde afloró su afición por la mecánica, “porque lo llevo en la sangre, como mi padre y hermanos”, afirma. Allí desempeñó la función de Encargado de Maestría Industrial durante diez años, entre “jóvenes como castillos venidos del norte”. Aquellos talleres eran el doble de los de Jerez. Ya en Cádiz se prodigó en el campo de la fotografía con una cámara que le regaló su hermana Trinidad, propiedad de su marido fallecido, comenzando de este modo su prolija y vasta producción multimedia. Descubrió definitivamente su preferencia por la especialidad de aceros y metales. Al principio se introdujo en el oficio de la mano de un profesor italiano ex salesiano, si bien se considera autodidacta, afirmando que prácticamente aprendió solo y por sus medios: “el libro, yo y la voluntad, y muchos contratiempos”, lo que alternaba con atención a dormitorios, comedores, paseos, clases. No paraba un momento.  Los domingos, cuando algunos de sus compañeros acudían al cine o al fútbol, él prefería quedarse asistiendo a los chiquillos.
Y de allí a Jerez, donde ha terminado echando raíces. El Colegio sin él no se entendería. 

“Si no hubiese sido salesiano, hubiese sido salesiano”

ersonal e intrasferible, Ruperto Pozuelo a la pregunta de ¿qué hubiera sido de no haber optado por el camino de la salesianidad consagrada, responde que “de todas maneras,  hubiera sido lo que soy: Salesiano de Don Bosco”. 
Convencido de la predilección de Don Bosco por la juventud obrera pobre y humilde, asegura que la mayoría de los jóvenes que acuden a la Casa de Jerez, responde “a dicho perfil desde sus inicios, 1962, hasta la actualidad”. Don Bosco cuidó al pobre, educó al obrero y le abrió las puertas al mundo del trabajo. Fue pionero indiscutible de lo que hoy conocemos como inserción laboral. Patio, Taller y Templo fueron sus preferencias, espacios naturales donde evangelizar y formar buenos cristianos y honrados ciudadanos. Gobiernos de numerosos países han solicitado a la Congregación salesiana y aún lo siguen haciendo, la creación de Escuelas Profesionales. “De ahí -afirma Ruperto- el incremento de casas en América Latina y Rusia, por ejemplo”.
Defiende con auténtica pasión el modelo de Escuela Profesional Salesiana, misión a la que se sienten llamados los sucesores de San Juan Bosco. Colectivos que se dedican a la enseñanza hay miles, millones en todo el mundo, de todas las tendencias y titularidades, que a diario desarrollan una valiosa labor. Pero entre todos esos modelos, la Escuela Salesiana de Formación Profesional es única desde su planteamiento y proyección hasta su ejecución y resultados.
Para el religioso salesiano, Don Bosco es” incomparable”. En algún sitio llegó a leer que Juan Bosco pedía a Dios le dispensara de comer y dormir para tener más tiempo de dedicación a sus muchachos, para trabajar y extender su Reino. En su opinión, Don Bosco era un hombre activo, humano, un santo con mayúsculas. Refiere  que “imagine la valía de Don Bosco… casi con setenta años, tres antes de su muerte, el Papa le pidió que levantara un Templo al Sagrado Corazón de Jesús en Roma. ¿Cabe mayor reconocimiento de las habilidades y santidad de nuestro amado Padre?”. Que un Papa encargase tamaña empresa a un cura de esa edad, fundador de una Congregación nueva, hoy centenaria, es algo que siempre le ha llamado la atención. La mejor biografía que ha leído de Don Bosco es la escrita por el novelista argentino Gustavo Hugo Wast, dos tomos titulados “Don Bosco y su tiempo”, en el que podemos encontrar, entre otros, una deliciosa descripción del coadjutor salesiano, figura que en Jerez encarna Ruperto Pozuelo.

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