La torre del campanario de la colegiata de Santa María de la Encarnación la Mayor, antigua mezquita principal de Ronda, nunca fue el alminar desde el que almuédano llamaba a la oración en la aljama rondeña, al estilo de lo que sí ocurría con la actual Giralda sevillana o la torre vigía sobre el Patio de los Naranjos de Córdoba. Tal hipótesis, que en realidad no era sino una certeza extendida entre los investigadores de la historia de nuestra ciudad, ha venido a corroborarse tras las intervenciones de restauración acometidas los últimos tiempos en este templo, en concreto en varias zonas de la referida torre, en la fachada y, sobre todo, en la antigua casa del sacristán. En concreto, la obra en la esquinada estancia junto al campanario ha venido a certificar que la vieja casa del sacristán no hizo sino borrar el espacio que originalmente ocupaba una antigua qubba, una capilla musulmana para la oración, dedicada siempre a un santón o personaje de vital importancia para los musulmanes del lugar en concreto en que se situaban dichos oratorios. En el caso de Ronda, así pues, debió tratarse de alguna personalidad islámica de nuestro territorio. Y esa qubba se construyó junto a la mezquita, antes incluso de que se levantara la torre del actual campanario; la torre vendría, siglos después, a anexionar la pequeña estancia con la Iglesia Mayor, para dejar el espacio tal y como hoy lo conocemos.
Las obras en Santa María comenzaron en febrero de 2012 y concluyeron en diciembre pasado. El objetivo el encargo no era otro que dotar a Santa María de nuevos espacios para reuniones así como una nueva vivienda para su párroco. En concreto, la totalmente abandonada casa del sacristán se quería reconvertir en unas salas parroquiales, para reuniones o incluso un archivo. Pero cuando el joven arquitecto Sergio Valadez comenzó a estudiar el espacio sobre el que debía actuar acabó descubriendo “un gran tesoro”, refirió el propio técnico a RONDA SEMANAL. Ese tesoro no era otro que un antiguo oratorio de origen islámico, “probablemente del siglo XIV”, según el arqueólogo José Manuel Castaño. La obra ha certificado la existencia de dicha capilla, a cuya posible existencia se había referido en los años 80 el historiador del arte y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Basilio Pavón Maldonado. La intervención ha rescatado sus viejos arcos, enterrados hasta ahora en mortero y cal. Pero también un pequeño artesonado, de impresionante factura, que hasta ahora no era sino el simple techo de una cocina que había sido incluso herido para incrustar en él una salida de humos.
Aún sin haberse descubierto los arcos, se propuso a Cultura una intervención mucho más ambiciosa de la que finalmente permitieron las autoridades de la Junta. El objetivo no era sino devolver al espacio su original aspecto, diáfano, eliminando los entresuelos que dieron lugar a las tres plantas que actualmente tiene la pequeña edificación, cuadrada, rematada con un espacio octogonal en forma de lucernario donde se situaba el artesonado: “Cultura entendió que esas plantas ya formaban también parte de la historia del edificio, y no se permitió eliminarlas”, explica el arqueólogo. Además, los promotores de la obra no lograron certificar sin haber podido realizar más que unas simples catas la importancia histórica del espacio original, dadas las importantes intervenciones que sobre él se produjeron con el paso del tiempo. No había material bibliográfico que atestiguara la existencia de dicha qubba. No había otra evidencia que el artesonado y la propia estructura de la edificación, violada por su incrustación en la torre del campanario. A Cultura no le sirvió un argumento de peso: un artesonado de dichas características no puede contemplarse como merecería, por su calidad artística, con tan poco espacio hasta el suelo. Pero no hubo suerte.
Así las cosas, la obra no podía sino proponerse adivinar el espacio original. Y algo se ha conseguido, puesto que el artesonado ha sido restaurado por manos expertas en Atarfe (Granada); estos días se está terminando de colocar rematando el viejo lucernario, hoy inexistente al haberse cegado los originales vanos. Se han logrado recuperar también tres de los cuatro arcos de medio punto originales, de ladrillo árabe, situados en cada uno de los muros de la base del oratorio, arcos que se dejaban entrever en el exterior y que han sido extraídos de la pared en el interior de la edificación: “Hemos hecho cirugía arquitectónica para recuperar todos los ladrillos”, explicaba el arquitecto Valadez.
Y para la obra se han utilizado materiales nobles. Delicados acabados de madera para toda la nueva carpintería en las zonas donde no ha sido posible mantener la original; apenas se distingue. Y en la torre, nuevas habitaciones, donde la moderna arquitectura defiende su lugar, como en la nueva casa del párroco, donde los citados materiales nobles se mezclan con la vanguardia constructiva.
“Hemos aprendido en cada paso, hemos hecho arquitectura con sistemas constructivos de hace muchos siglos para hacer compatible la actuación con el propio edificio, y hemos conseguido poner en valor espacios en desuso dotándolos de un importante valor histórico, confirmando las suposiciones históricas que teníamos”, concluyó el arquitecto Sergio Valadez. El arqueólogo José Manuel Castaño refirió que pese a no haber existido ninguna actuación arqueológica, la obra ha logrado certificar la existencia de dicho oratorio. Se desconoce, sin embargo, a quien fue dedicado el espacio o si existe la tumba que originalmente se asociaba a este tipo de espacios funerarios.