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Una historiadora rescata la memoria infantil de los ?niños de la guerra?

?Me impresionó muchísimo lo que mis abuelos me contaron de su infancia en la Guerra Civil?, confesó a Efe la historiadora Verónica Sierra que, retomando ese hilo sentimental más propio, reconstruye en Palabras huérfanas la memoria ?poco reconocida? de los niños que ?pagaron por una contienda que...

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“Me impresionó muchísimo lo que mis abuelos me contaron de su infancia en la Guerra Civil”, confesó a Efe la historiadora Verónica Sierra que, retomando ese hilo sentimental más propio, reconstruye en Palabras huérfanas la memoria “poco reconocida” de los niños que “pagaron por una contienda que no era suya”. 

Centenares de cartas con sus letras temblorosas e inexpertas, diarios, cuadernos escolares, redacciones, dibujos y fotos se recogen en este emocionante testimonio que empieza abriendo un abanico amplio para enfocar a unas vivencias concretas, centrado en el exilio de 30.000 niños españoles a los que la guerra cortó sus afectos cotidianos, y entre 1937-1938 salieron hacia Francia, Bélgica, Inglaterra, México y Rusia. 


El título es doblemente metafórico, ya que alude tanto a la recuperación de “cartas que nunca llegaron a sus destinatarios”, según Sierra, como a “la evacuación de niños que no siendo huérfanos vivieron adopciones ilegales y cambios de identidad con gran repercusión en su futuro”. 

A la historiadora, la idea le vino leyendo las 200 cartas de niños llevados a Rusia que conserva el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, donde obtuvo la mayor parte de los documentos que, comenta, “al ser obra de niños no se consideraban relevantes para la construcción de la historia”. 

Sin embargo, fueron instrumentos de propaganda para demonizar al enemigo y para movilizar a la opinión pública internacional. “La República pretendía salvarlos del fascismo y de una muerte segura”, y “Franco emprendió campañas de repatriación acusándola de secuestrar niños”, recuerda Sierra de esas víctimas inocentes “en el mismísimo eje de la lucha encarnizada fascismo-comunismo que se libraba en ese momento en Europa”. 

La omnipresencia del conflicto en sus vidas hizo habitual que los pequeños jugaran a fusilar o a los bombardeos, aunque eso –añade– funcionó como válvula de escape de sus tensiones y miedos. 

Y es que “el mayor daño no fueron las bombas, ni ver salir al padre al frente o los cadáveres de su alrededor, sino una astenia afectiva por el desamparo que marcó su carácter”, constata la autora, para quien “hacer historia hoy día implica superar barreras ideológicas y conciliar las memorias de todos".

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