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Jueves 02/05/2024  

El sexo de los libros

Notas sobre \'La última noche en la Atlántida\', de Manuel Caballero

La de Caballero es una Atlántida empírica y tangible, objetivamente subjetiva, de intuición continua, infinitamente existenciada, cotidianamente insólita (...)

  • La última noche...

La última noche en la Atlántida (Óleo sobre tabla, 2011-2012) es una obra del pintor Manuel Caballero en la que se representa la noche final en la que todo fue arrasado.

Ocurrió en una sola noche dominada por lo tenebroso y lo terrible 
y por los augurios, si los hubo, de la hecatombe.

En el cuadro vemos a tres monarcas atlantes, con aspecto  de proletarios noctívagos, que no se dan cuenta del ennegrecimiento ni de lo que se les viene encima, en medio de una noche no como tantas otras sino sustancialmente definitiva.

Un cielo que anuncia ya los bombardeos inminentes: 
abajo se adivinan las humaredas del mundo sublunar,
aparecen y desaparecen las luces que subsisten
alejándose hacia los aires nórdicos.

El caos, las nubes y la lengua; he aquí las tres divinidades. (Aristófanes, Las nubes-Nephélai).

Lo dice Sócrates en su extraña academia, suspendido en el gran cesto de la perfección.  

Caballero ha escrito sobre esta pieza suya: “Un meteoro de once cuerpos cae sobre la imperial isla, provocando ‹‹…en una sola noche›› su total destrucción. Los tres y desprevenidos últimos reyes junto al caldero donde brilla la sangre de los toros lidiados. La copa ritual flota volcándose contra natura en medio de la escena, queriendo llamar la atención sobre lo ineluctable”. La copa que se vuelca es un evidente signo de prodigio que avisa la proximidad de la nox dormienda de Catulo (nox est perpetua una dormienda), inmediación de la muerte, never-ending-night, siendo también el cáliz que usó Arimatea para recoger la sangre de Cristo.

Este mismo recipiente, productor-transformador de energía, será la  metáfora central de otra noche lúgubre en Jerusalén.

Bevetene tutti, perché questo è il mio sangue dell'alleanza versato per voi e per molti in remissione dei peccati

Ormai non c’è più rispetto neppure per la morte; nessun rispetto per niente.

Noche del triunfo más sangriento que, por transfiguración,  se restituye a sí mismo. 

Ed inoltre:

distruggere i musei, le biblioteche, le accademie d’ogni specie.  

Sobresalen los intensos efectos cromodinámicos que confieren a esta situación preliminar del trágico suceso un sentido de salto cuántico instantáneo, como in ictu oculi, prefigurando el colapso de la función de onda, penúltima incoherencia de una paz armada; de forma que el brazo del artista —que sostiene el pincel sobre la muerte— es ahora el  caduceo de cualidades mágicas, instrumento del logos frente a la incertidumbre, herramienta de la  construcción de los templos que rescata lo más verdadero de un sueño que aún se resiste a finalizar.       

De la Atlántida habló, en términos paranormales, el vidente psíquico-sensitivo norteamericano  Edgar Cayce (1877-1945), a quien, según él mismo afirma, le fueron revelados —hallándose en trances hipnóticos de retrocognición— todos los misterios del continente desaparecido.  Cayce, también llamado El profeta durmiente,  se basaba en esta tríada  gnoseológica: cuadrivector / cuadrimomento / cuadrivelocidad; y postuló, además, una directa e íntima relación entre Atlantis y el enigmático e inevitable Egipto y afirmó que el Nilo, en tiempos remotos,  desembocaba en el océano Antal n Tit, y que en el más profundo subsuelo de la esfinge de Gizeh se hallaba el tesoro de los Titanes. Los mensajes de Cayce eran conocidos como Lecturas de vidas. Fue hombre recto y misericordioso, nunca cobró por las consultas que le hacían en materia de salud. Nunca alcanzaremos las claves y cifras de su desconcertante destino.  

En otro cuadro, estrechamente vinculado al que comento en el presente artículo, Caballero entroniza al temerario diestro-matador de la ciudad de Šeriš, Juan José Padilla, como hermano gemelo de Atlas: Eumelos, rey de Gadírica. La valentía  y la intrepidez de Padilla en el ejercicio de la tauromaquia tal vez  procedan del ímpetu de los soberanos atlánticos y de los héroes de la taurocatapsia. Sin embargo, en el gesto y la expresión de este rey, se mezclan una arrogancia que decae y una inquietud que se incrementa; oscilación que, premonitoriamente, desliza a la víctima, ya herida, hacia un vacío inexplicable, hacia el espacio  bajo cero.     

La de Caballero es una Atlántida empírica y tangible, objetivamente subjetiva, de intuición continua, infinitamente existenciada, cotidianamente insólita; es decir, una Atlántida todavía posible y habitable, y todavía  futura.  
    

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