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Frente a la corrupción, educación y vocación

Quiénes van a dirigir los designios de nuestra comunidad autónoma o nuestra ciudad no son los líderes televisivos de las cadenas nacionales, sino las personas de nuestros pueblos y ciudades

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A nadie se le escapa que la corrupción se ha convertido en los últimos años en uno de los problemas que más ha afectado a la conciencia colectiva de los españoles. Lo que es totalmente reprobable "per se" ha encontrado el altavoz de la crisis y los medios de comunicación para difundir de forma ejemplarizante el rechazo social a las malas prácticas y el enriquecimiento personal con el dinero de todos. Hasta hace poco existía igual, pero nadie se atrevía a meter mano en el asunto. Y ahora queremos hacer todos los deberes en muy poco tiempo, tapar las vergüenzas de lo que se ha permitido durante muchos años y se podría dar la situación de condenar de forma injusta y con el repudio social. O lo que es peor, permitir que se ponga en cuestión todo, que todo sea relativo y que el trabajo realizado hasta ahora parezca que no vale para nada.

Un párvulo no consigue ser doctor en cuatro años. Si partiéramos de la premisa de que la corrupción es algo sistemático y que hay que dinamitar el sistema, entonces estaríamos apuntando hacia un lugar equivocado. Eso sería como dar por hecho que el hombre es corrupto por naturaleza y que sólo, con las suficientes medidas de control, se puede evitar la corrupción. No puedo más que negar la mayor y, estando de acuerdo en que debemos retocar el sistema para evitar que se produzcan circunstancias de este tipo, defiendo con rotundidad la educación, los principios y la vocación, como el principal antídoto contra la corrupción.

No consiste sólo en que el sistema limite la acción de los corruptos (que también) sino que la sociedad no los genere, que evite la entrada de los mismos en el sistema público y que si los detecta los aparte, siempre de forma justa. Bajo este razonamiento y teniendo en cuenta que el centro del problema y la solución es la persona, es por lo que no puedo más que mostrar asombro ante aquellos partidos que sin haber tenido ninguna responsabilidad de gobierno (en ningún sitio) se erigen como los salvadores del sistema y enarbolan el discurso de que ellos son los que van a limpiar la casa. Los principios no sólo se predican, los principios se practican y, por tanto, es imposible que, sin haber tenido la oportunidad de demostrarlo, puedan asegurar tal afirmación y suena más a querer aprovechar una oportunidad en mar revuelto que a palabras sinceras o demostrables.

La corrupción no es un asunto de partidos, sino de personas. Y es por ello por lo que la mejor forma de no caer en la trampa es huir de modas y corrientes de opinión y centrarse en las personas. Quiénes van a dirigir los designios de nuestra comunidad autónoma o nuestra ciudad no son los líderes televisivos de las cadenas nacionales, sino las personas de nuestros pueblos y ciudades. Si alguna vez tienen la responsabilidad de gobernar en algún sitio, les aparecerán ovejas negras que utilizado las estructuras creadas buscarán en el enriquecimiento personal, aunque sea de forma fraudulenta, porque la corrupción no es asunto de partidos, sino de personas. Pero vamos a intentar evitar que eso ocurra en nuestros pueblos y ciudades.

Cuando alguien en política, como en cualquier otra profesión, trabaja por vocación, se nota en su trabajo, en su trayectoria y en el trato con los demás. Sus intereses no son más que desarrollar bien sus funciones y arreglar problemas. Todo lo demás es algo que la vocación sobrepasa.

Frente a los discursos mesiánicos, la fuerza de los hechos. Frente a la corrupción, educación y vocación. 

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