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‘El gran museo’: Lo invisible

A través del ojo de su cámara -nada enfática, ni pretenciosa y con una puesta en escena casi invisible, pero muy hermosa y eficiente- contemplamos las tripas de un edificio suntuoso con sus mejores joyas expuestas de cara a facilitar su análisis, restauración y acabado por las manos más expertas...

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A casi nadie que visite uno de estos espacios únicos, que cobijan en su seno el arte, la historia, los mitos, las leyendas, las costumbres, la creatividad y el talento de tantos siglos, le es dado contemplar su otro lado. El invisible. El que implica el inmenso trabajo de una plantilla - en todos sus escalafones jerárquicos, en todas sus ramas y categorías- que cuida del mantenimiento y la puesta a punto del edificio en sí y como contenedor de obras maestras, objetivos fundamentales de este esfuerzo ingente.

El alemán Johannes Holzhausen -cosecha del 60, realizador y dramaturgo, residente en Viena- nos ha dado la oportunidad extraordinaria de ser testigos excepcionales de este fenómeno en su documental ‘El gran museo’. En él se recoge el día a día, de puertas para adentro, de la exhaustiva jornada laboral en el Histórico Kunst de su ciudad de adopción, mientras estaba siendo reformado, uno de los más célebres e importantes del mundo.

A través del ojo de su cámara -nada enfática, ni pretenciosa y con una puesta en escena casi invisible, pero muy hermosa y eficiente- contemplamos las tripas de un edificio suntuoso con sus mejores joyas expuestas de cara a facilitar su análisis, restauración y acabado por las manos más expertas. En paneles correderos, sobre mesas, tablas, urnas y peanas. Genios del arte bajo supervisión.


Guantes de forense, microscopios, cepillos, pinceles con bustos, cabezas, coronas, piedras preciosas, óleos revisan, corrigen, retocan y restauran con un cuidado infinito a emperatrices que sonríen, a esculturas a las que le falta hablar, a niños sagrados, a criaturas angelicales… Con un cuidado infinito, con un mimo extremo.

Pero también picos, palas y martillos que abaten muros, que horadan suelos, que rasgan papeles de las paredes. Pero también reuniones de plantilla, en las que, muy civilizadamente, se exponen críticas a la dinámica laboral por una conserje. Pero también marketing y publicidad.

Pero también análisis de presupuestos y estudios de mercados. Pero también se recibe a un colega del British Museum, encantadores como entusiastas, tanto él como la directora anfitriona. Pero también se despide a un compañero que se jubila. Pero también hay humor, paciencia y algo de crispación cuando las piezas no encajan.

Pero también el acabado final con todo el brillo, la magnificencia, el protocolo y la suntuosidad de un edificio que recibe, ya con su mejor cara, a un príncipe, a un presidente y a sus destinatarios-as naturales, los y las amantes del arte. Pero también los créditos finales en los que cada uno-a de los personajes principales de este protagonismo coral son mencionados y recordados en imágenes del filme, con sus puestos y cargos. Todos los nombres.

94 minutos de metraje. Su guión lo escriben el director y Constantin Wulff. La hermosa y sutil fotografía la firman Attila Boa y Joerg Burger. En la música, se utilizan piezas clásicas y, como leit motiv, variaciones sobre el Canon de Pachelbel.

Rodada durante un año en ese arrebatador e imponente escenario habitado por el genio y el talento y por una plantilla difícilmente superable. A quien esto firma, le ha hecho el regalo de saber percibir lo invisible en su próxima visita a cualquiera de estos lugares extraordinarios. Y, desde luego, les recomienda sumarse a esta experiencia.

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