Con 72 años, Luis Pernía dice que nunca ha colgado los hábitos, sino que los ha adaptado a los tiempos. No hay pancarta contra alguna injusticia social donde este cura obrero, enfermero jubilado y nómada solidario no esté. Ha sido uno de los rostros conocidos de la lucha obrera, llegó a ir a los calabozos o pasar 18 días en huelga de hambre. Este burgalés aterrizó el 15 de abril de 1975 en Málaga. En 1987 fundó la Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz, la primera ONG con fines de cooperación en Latinoamérica y África.
Compromiso es la palabra que mejor define a Luis Pernía Ibáñez, burgalés afincado en Málaga desde 1975 que ha hecho de la solidaridad su razón de ser. Desde la lucha obrera, ayudar a los más pobres en países recónditos, a la defensa de los inmigrantes y, ahora, especialmente, el drama de los refugiados.
A lo largo de su trayectoria le han definido de muchas formas. ¿Cómo se siente ahora a sus 72 años?
–Como dice Gioconda Belli, la solidaridad es la ternura de los pueblos. Yo me considero un aprendiz de la solidaridad, desde el concepto de “abajarse” para escuchar a los empobrecidos y apertura a los nuevos tiempos.
El pasado 20 de junio estaba a pie de pancarta en el Día Mundial del Refugiado, ¿qué se le pasó por la cabeza en aquel minuto de silencio a las puertas del Ayuntamiento de Málaga?
–Esa frase de Eduardo Galeano de “vivimos un mundo al revés”. Me sentía protegido, pero en mi corazón estaba ese país inmenso que no tiene nombre al que llamamos refugiados donde cada cuatro segundos ingresa una persona. Ese día me enteré que la ONU acababa de decir que había 65 millones. De personas con nombres, que aman, sienten, sueñan... Mirábamos hacia al mar, que ha sido autopista de culturas y ahora se ha convertido en un gran cementerio.
Un drama que vemos televisado, ¿cómo ayudar desde aquí?
–Hay que poner el centro en el ser humano y no en los mercados y la especulación financiera. Me preocupan las políticas europeas que, al poner las fronteras más allá, obligan a los que han sido hospitalarios como el pueblo marroquí o africano, a ser gendarmes para evitar que puedan llegar aquí o crear la idea de que son peligrosos.
¿Está la sociedad malagueña realmente preparada para la acogida de refugiados?
–Málaga ha sido una ciudad hospitalaria, sus brazos de la bahía siempre han acogido con afecto a los que han venido de otras culturas. La gente de Málaga tiene en sus venas ese sentimiento de hospitalidad. Lo que somos es porque otros en el pasado se movieron. Las migraciones han fortalecido y renovado la sangre de los pueblos. No se va a derrumbar nada porque lleguen.
La lucha obrera fue una de sus grandes causas, hoy el desempleo sigue siendo uno de nuestros principales problemas...
–Antes el trabajo era algo cercano, que daba sentido a nuestra vida porque nos permitía organizarnos, casarnos, nos daba perspectiva política o autoestima. Hoy en día ha cambiado mucho, hay que pensar en él de otra manera. La amenaza hoy sigue siendo permanente con las nuevas tecnologías. La palabra sería repartir, pero quién está dispuesto a ello. Muchos nunca podrán llegar a trabajar y la sociedad tiene que ampararles con una renta básica o con criterios de humanidad que no sean pura limosna.
Las estadísticas de exclusión social o pobreza infantil siguen dejando muy mal parada a Málaga.
–La reflexión es profunda, las fronteras de fuera también se dan aquí. La gente cuando sale de este barrio, Capuchinos, dice “voy a Málaga”. Es un trabajo de integración a muy largo plazo, que debe ser una prioridad de los ciudadanos, no solo de los políticos. El tema de ciudades a dos velocidades o de una Costa del Sol y otra de la sombra desborda pero debe ser un trabajo político y social. Es más importante enseñar a pescar que dar el pescado. En el 88 estaba en Ruanda con un maestro y me decía “no queremos medicinas, ni dinero... cuando vuelvas díles que existimos, vuestra hartura es nuestra pobreza”. Eso se me grabó.
Llegó a dormir en el calabozo por protestar contra el paro en 1976, ¿qué opina de la controvertida Ley Mordaza?
–Cuando se intenta coartar la libertad, que es el valor humano más importante es ir contracorriente, intentar matar moscas a cañonazos. La fuerza del ser humano por la libertad es mayor que cualquier concertina. Nadie comparte esta ley, particularmente cuando se mata al mensajero o cuando se justifica violación de derechos humanos con las devoluciones en caliente.
Nunca se ha cogido vacaciones, ni días de descanso, ¿qué planes solidarios tiene para este verano?
–En julio vamos a Togo, donde tenemos un programa de becas para mujeres, para que terminen sus estudios, se empoderen y no estén sometidas a un marido. Ellas son la columna vertebral de los pueblos. Llevaremos un contenedor con cosas que recogemos aquí y reparten unas religiosas hasta Burkina Faso. Luego es muy curioso ver allí a un albañil trabajando con una camiseta que pone Antequera. Allí todo se valora, hasta un trozo de tela que creamos que no tiene valor. n