Cuando paseas por una calle o por un parque, en esos momentos que buscamos para desconectar, te encuentras siempre con esos seres que están ahí aparentemente quietos, impasibles, durante muchos años, incluso más que uno mismo; me refiero a los árboles. Más allá de su belleza, aroma o el fruto que aporten, los árboles son nuestros grandes aliados para contrarrestar el cambio climático, del que cada uno ha de sentirse responsable en alguna medida.
Como todos los seres vivos del reino vegetal, los árboles cumplen la importante función, a través de la fotosíntesis, de almacenar en forma de carbono el CO2 de la atmósfera en su materia orgánica -ramas, hojas o frutos-. Por el contrario, los humanos extraen -desde hace siglos- el carbono del subsuelo en forma de carbón mineral, petróleo o gas para abastecer el sistema energético actual, que se ha convertido en el principal causante de la alteración del clima del planeta.
En la progresiva toma de conciencia sobre la impresionante realidad del cambio climático, cada vez vamos comprendiendo y generando soluciones a escala humana, más cercanas, que nos permiten rendir nuestras propias cuentas con la Tierra. Por ejemplo, se sabe que un árbol tan común en Sevilla como el naranjo absorbe 49 kg de CO2 cada año. Por el contrario, cada persona emite solo con su respiración 365 kg de CO2 al año (1 kg de CO2 al día). Con el automóvil, las emisiones se multiplican por más de 5 veces: cada automóvil llega a generar 2006,9 kg de CO2 (148 g de CO2 cada km), por dar una cifra anual media, según el IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía).
Desde esta perspectiva ¿En qué medida los árboles y jardines de Sevilla compensan el CO2 emitido por sus habitantes? Según aparece en internet, en Sevilla hay más de 25000 naranjos. Si admitimos que cada uno de ellos absorbe 49 kg de CO2 cada año, todos los naranjos retienen al año del orden de 1,23 millones de kg de CO2; mientras que los aproximadamente 700000 sevillanos emiten con su respiración del orden de 255,5 millones de kg. Es decir que los naranjos de Sevilla almacenan apenas el 0,5 % del CO2 que emiten los sevillanos con su respiración. Podríamos seguir sumando con el resto de especies arbóreas, las acacias, los arces, las mimosas, las palmeras, etc.; y con toda la vegetación de los parques, jardines, huertos familiares y demás cultivos que también contribuyen a la absorción de CO2 en esta ciudad. Y la suma de toda la vegetación difícilmente llega a compensar si quiera las emisiones de los sevillanos al respirar. Cuanto más si sumáramos las generadas por el tráfico rodado y el consumo energético.
Nos percatamos del fuerte desequilibrio medioambiental que causa la forma de vida y producción en las ciudades. Al mismo tiempo, que se vislumbra el trabajo que queda por delante: Por un lado, el tomarse muy en serio el aumento de zonas y espacios verdes, además de apoyar la conservación de bosques en las zonas periféricas a esas ciudades. Y por otro, tomar medidas -progresivas, pero decididas- para evitar las emisiones no naturales, con medidas de ahorro y eficiencia energética y, sobre todo, sustituyendo las energías convencionales (carbón, petróleo y gas) -todavía hoy mayoritarias- por energías renovables (solar, eólica y biomasa, entre otras) . Es indudable que los sevillanos debemos caminar en ese sentido.