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La tribuna de Viva Sevilla

Serrera, un jurista entre políticos

Pedro Luis Serrera, aunque afiliado a UCD, aportaba sus conocimientos como abogado de estado en ejercicio.

No hubiera querido nunca tener que verme en este trance de recordar a Pedro Luis Serrera. Su brillante carrera de jurista al servicio del Estado habría sido suficiente para dedicar un amplio análisis a lo mucho que ha dejado a generaciones de abogados del Estado y  al derecho público en su larga y fecunda trayectoria profesional. Y como en cualquier faceta de la vida, no se puede ser buen jurista sin ser buena persona. Y él lo era de una forma singular por más que una discreción natural le llevara a hacer pocos alardes de cuantos podía haber hecho.

Pero quisiera hablar ahora del Serrera que yo conocí cuando la UCD nos designó para formar parte de la Comisión redactora del Estatuto de Autonomía para Andalucía atendiendo a la convocatoria que  hiciera el Presidente Escuredo a todos los partidos políticos con representación parlamentaria, el 4 de diciembre de 1980. Aunque los siete miembros de la comisión éramos juristas primaba en casi todos nuestra condición de políticos.

Pero Pedro Luis, aunque afiliado a UCD, aportaba sus conocimientos como abogado de estado en ejercicio. Y aunque los debates de la comisión fueron intensos, largos y profundos, hoy quiero evocar las muchas aportaciones de Serrera. Él acuñó, con la ironía fina que le caracterizaba, una expresión recurrente cuando se atascaba el debate en algún asunto. Veamos que dice “el benditísimo Gallego” proponía Serrera, refiriéndose al recién aprobado Estatuto de Autonomía de Galicia para ver qué solución habían alcanzado nuestros colegas gallegos.

Una y otra vez aparecía “el benditísimo Gallego” para darnos un norte técnico a cuestiones de diversa índole, de la mano de Pedro Luis, a cuyo fino criterio jurídico y su sentido común solo cabía oposición cuando entrábamos en espinoso territorio de las diferencias políticas de fondo. Pero una actitud común, no expresada por ninguno de nosotros, era la de reducir a lo estrictamente insalvable nuestras diferencias de criterio. Y, efectivamente, la finura jurídica  y el sentido común fueron la argamasa de un acuerdo que parecía imposible, para salir de las reuniones con un borrador que presentar a la Asamblea de Parlamentarios andaluces que habían de reunirse en Córdoba.

En el recuerdo de Serrera me permito ahora resaltar el clima inclusivo, componedor y de respeto a las diferencias que fue constante entre adversarios políticos que salieron de Carmona siendo amigos y, en todo caso, respetándose en lo político , en lo jurídico y en lo personal. Sabíamos lo que se tenía que hacer allí. No teníamos la opción de levantarnos de la mesa y dar por fracasado el intento de alcanzar un acuerdo básico que pudiera ser definitivamente cerrado por la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados tras el acuerdo de la asamblea andaluza.

Y es momento ahora de volver  recordar que el Estatuto se debatió en Córdoba, tan solo, cinco días después del golpe de estado del 23-F, con todo el país reponiéndose aún del estupor que produjo en la joven democracia española la intentona golpista. Pedro Luis era el mayor de nosotros y ejercía ese papel de sabio que todos le reconocíamos. Y allí estaban sentados, catedráticos como Angel López o Perez Royo y, prácticamente todos, habíamos salido de la Facultad de Derecho de  la Universidad de Sevilla. Hoy me toca decirle adiós a Serrera con la pena de que nunca podamos ya volvernos a reunir los siete.

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