La marisma le fascinaba. El marco natural y también los marismeños dignos, austeros y educados; no es que conociesen la marisma, es que eran parte de la misma, me decía. Su vinculación a ella aumentaba con las amenazas que la acosaban ante la indiferencia o complicidad de burócratas y políticos.
Vivió los episodios causantes del actual desastre (Matalascañas, mortandades de aves acuáticas, destrucción de la red fluvial; mala gestión del espacio, cultivos con pozos y bosques arrasados, introducción del cangrejo, especies invasoras, catástrofe de Aznalcóllar, apertura de nuevas minas, Plan Almonte-Marismas por el IRYDA, destrucción del patrimonio cultural tangible e intangible, irrupción de enfermedades infectocontagiosas, construcción de gigantescas balsas, cauces públicos transformados en arrozales, desaparición de la propiedad privada que había conservado Doñana desde la edad media).
Teníamos claro que Doñana, cuyas peores amenazas (carreteras, expropiaciones, alteraciones hidrológicas, planes agrarios) provenían del Estado o se ejecutaban con su consentimiento, agonizaba por incumplimiento de las leyes, incluso las que eran vitales.
En primer lugar el Real Decreto-Ley 7/1999 del 23 de abril por el que se aprueba y declara de interés general las obras de regeneración hídrica incluidas en el conjunto de actuaciones Doñana 2005; la ejecución de sus actuaciones 5. Recuperación de la funcionalidad del caño Guadiamar, y 7. Recuperación Brazo de la Torre, lleva esperando 20 años. También la Ley 91/1978 del Parque Nacional, pues sabíamos que el Patronato, que no se convoca desde 2005, hubiese evitado muchas tropelías.
“Las leyes pueden esperar pero los intereses no, Doñana es como un castillo viejo, la gente está contenta con ver las ruinas y comer la tortilla; si alguien se lleva unas piedras no pasa nada”, nos espetó un ingeniero del Patronato, a la salida de la reunión en la que, por justificar la ocupación de caños, un Jesús jupiterino le había dedicado andanadas capaces de hundir al acorazado Bismarck.
Vozmediano tenia claro que la cuestión radicaba en el agua, pero la superficial. La marisma se moría porque no le llegaba ya, canalizada hacia el mar o almacenada en enormes balsas, y también por la destrucción de los grandes cauces y lucios de la Red Natura 2000, hábitats acuáticos esenciales.
Intentó frenar el desastre, como particular, desde Andalus, el Patronato, la UNESCO, los medios de comunicación y la docencia. La mediocridad, la manipulación, la cobardía y la corrupción que llevaron a Doñana a su situación actual le daban nuevos bríos. Racional y sensible, ni entendía ni admitía que los servidores públicos consintiesen o participasen en el expolio.
La puntilla vino cuando la Junta de Andalucía y sus servicios de propaganda transformaron Doñana en una satrapía idílica, cuyo único problema reconocido fue el gas, mientras pudo culpar a otros. Con el Patronato desactivado, el Estado ausente y Doñana en manos de la Junta, la situación no permitía ilusiones.
Desde España ya había poco que hacer. Jesús no se rendía y creó el Club de Doñana en 2007. Así que en 2009 nos dirigimos a la UNESCO, el Convenio de Ramsar, la UICN, el Parlamento Europeo y la Comisión Europea. Sólo actuaron, eso sí al cabo de 10 años, los organismos europeos, y España fue denunciada ante el Tribunal de Justicia de la UE.
Jesús apenas alcanzó a enterarse poco antes del final. “Hay que seguir”, logró decirme. Continuar es el mejor tributo a su memoria. Todo apremio para que se apliquen las leyes de cuyo urgente cumplimiento depende la supervivencia de Doñana es poco. La marisma debe ser restaurada y el Patronato convocado con urgencia. También deben exigirse responsabilidades a los que llevaron Doñana a esta situación y a España al bochorno del banquillo ante un tribunal europeo. No son tantos; además, sus nombres y apellidos se conocen sobradamente.