No está la situación ni el ánimo como para hacer sátira política. De hecho, es la propia “situación” la que invita a la prudencia, a ser condescendiente, a no hacer sangre, aunque ardamos en deseos por dentro, incluso la que impide en este momento que el Gobierno tenga a miles de personas en la calle pidiendo la cabeza de varios ministros y ministras, y hasta la del propio presidente, por la gestión de la crisis. Las prioridades son otras, como han dejado de serlo el fútbol o las salidas procesionales.
En cambio, siempre queda la opción de enchufarnos en HBO al espacio de Bill Maher, que es la prueba evidente de que nuestra televisión sigue a años luz de lo que en Estados Unidos entienden por sátira política. En su último programa dijo que Trump es “como una estrella porno a la que se le ha caído la polla”, porque ya no tiene nada nuevo que ofrecer. ¿Se imaginan a Wyoming diciendo aquí lo mismo de Pedro Sánchez? Ni siquiera de Rajoy. También tiene una sección en la que concede el trofeo al “asskisser” (lameculos) de la semana, para el que propuso al vicepresidente Mike Pence. ¿Se imaginan a Buenafuente concediendo idéntico galardón a un vicepresidente?, ¿o lo de la libertad de expresión tiene su límite en lo de convocar caceroladas contra el discurso del rey? Tampoco hay que confundir la libertad de expresión con lo soez, salvo que para Maher no deja de ser sentido del humor.
En su programa hay tiempo también para entrevistas a tipos tan interesantes como David Ropeik, un exprofesor de Harvard, especialista en psicología de riesgos, que ayudó a ofrecer un retrato más o menos fiable de por qué actuamos como actuamos ante una crisis de la dimensión del Covid 19, aunque tampoco aportara el remedio, solo más incertidumbre: “Cuando hay un riesgo cerca no hacemos cosas inteligentes”, resumió. “No paramos de recibir datos constantemente, que tenemos que pasar posteriormente por nuestros propios filtros emocionales, y eso nos lleva a tener más miedo todavía, porque no podemos controlar nuestra propia seguridad. Por eso volvemos a la religión, a rezar, y al papel higiénico o a las mascarillas, para sentir cierto control, porque seguimos nuestros miedos, no las evidencias”.
En su opinión, eso mismo es lo que hace que los gobiernos introduzcan mensajes de trasfondo psicológico, del tipo “lo peor está aún por llegar”, ya que “al que está en el poder no le gusta que la gente entre en pánico, y le ofrece esos mensajes para poner las cosas en perspectiva, para que cuando llegue ese momento no nos alteremos más. Hicieron lo mismo al principio de la crisis, cuando nos dijeron que esto era como otra gripe, pero solo con la intención de poner en perspectiva a la población de que ya hemos pasado por esto antes, para que no dé tanto miedo”; aunque es ahora cuando nos da mucho más.
Por otro lado está la perspectiva de los datos que nos ofrecen a diario sobre la evolución de la epidemia. Javier Sampedro culpaba este viernes en su artículo de El País a las administraciones por ofrecer a diario cifras oficiales que “son engañosas”, ya que no contemplan el total real de contagiados, solo el de personas atendidas, como si nos ocultaran “un dato para el que consideran que no estamos preparados”. Para su reflexión partía de un análisis publicado por Antonio Durán Guardeño en el blog del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Sevilla sobre la evolución de los casos registrados en Andalucía. Si tienen oportunidad de leerlo, háganlo, porque sus conclusiones invitan a cierto optimismo, pese a la gravedad de las propias cifras.
Según su estudio, en Andalucía habría entre 4 y 8 veces más de infectados reales que detectados. “Esta es una de las razones por las que es necesario tomarse muy en serio las medidas de confinamiento”, apunta. En cualquier caso, “y con la peor de las estimaciones” -matemáticas, eso sí, y a partir de los datos comparados con Hubei e Italia-, “cabe esperar que en Andalucía podamos controlar la pandemia” en el plazo de una a dos semanas, si contamos desde hoy.
Hasta entonces habrá que seguir a diario con el ciclo de comparecencias, en las que vamos a terminar por confundir la transparencia con el cloroformo.