Lo cierto es que por mucho que los políticos de turno se empleen en cubrir el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando las intenciones, las sombras de la Patria mía son difíciles de revestir, puesto que los miles de parados se les encuentra por doquier plaza más decaídos que un árbol seco. Es el centelleo de una situación irresistible, que parece ir a más. De momento, la tasa de desempleo en España duplica la media de los países de la zona euro.
Los empleos verdes se han vestido de luces en un mundo de negros, son una especie de artilleros salvavidas, el sueño del siglo mecido dulcemente al soplo de las ilusiones. La verdad que cuesta esperanzarse, sobre todo cuando observas que todo se ha degradado y ennegrecido. El poder político apesta de corrupción, es la peste que ennegrece toda España. Por si fuera poco el luto, también la independencia judicial en España creo que se ha debilitado, en parte porque la politización partidista es muy fuerte. A veces nos da la sensación que la pillería ha tomado poder y nadie respeta a nadie. Por mucha expresión verde que vociferemos en un hábitat desenfrenado humanamente y ambientalmente, los hechos son los que son y la situación es la que es, el ocaso de una gran luz que hemos tiznado de desventuras. Por esa devaluación humana nos desbordan inseguridades como jamás, mientras miles de personas, sobre todo jóvenes, ven que la vida se les va en busca de un empleo que no llega, con la exclusión social que esto supone. Ciertamente es casi un imposible pasar del negro al verde, a esos brotes verdes que todas las mañanas miles de personas buscan como peonzas desesperadamente, para conseguir un trabajo decente en este país, remunerado como tal, cuando nada nos dice la ética y a la moralidad le hemos dado betún tostado.
Vamos a seguir del negro al negro mientras en este país no cambiemos hábitos y conductas. Muchos empleos actuales de reciclado, por ejemplo, recuperan materias primas y, por lo tanto, ayudan a aliviar la presión sobre los recursos naturales, pero el proceso utilizado suele ser sucio, peligroso y complicado, lo que provoca efectos dañinos significativos tanto en el medio ambiente como en la salud humana. El empleo suele ser precario y los ingresos son bajos. Para que los empleos verdes puedan representar un puente hacia un futuro verdaderamente luminoso, o sostenible como se dice en la actualidad, las costumbres tienen que cambiar, la ética tiene que tomar poder, y la moralidad gobierno. A nadie le amarga un dulce y a todos nos gustaría que el verde esperanza, no quedase sólo en el sentimiento, y fuese una esencia para este mañana, que ya es hoy. En todo caso, las esperanzas debieran darse las justas y precisas, porque luego el desengaño es peor. ¿Se acuerdan cuando el presidente del Gobierno español omitía hablar de crisis cuando el mundo entero hablaba de ella? Estas mentiras deberían pasar factura en las urnas.
Volviendo al tema del empleo, del que todo el mundo habla y pocos resultados se ven. Somos los primeros, claro que sí, a los que nos gustaría que el trabajador de cuello verde en España se convirtiese en moda y generase el pleno empleo, que también prometió el presidente del Gobierno español en su programa electoral. El escenario es bien distinto a lo que se predica. En el túnel en el que nos encontramos no es fácil salir airoso. Trabajar por una mayor igualdad social, económica y cultural, requiere tomar conciencia de familia, despojarse de actitudes insolidarias, y guardarse los intereses egoístas en la almohada. Sin embargo, pienso que aún en los pozos más profundos se percibe la luz. Al igual que tras el paso del invierno resucita una primavera gozosa, y lo mismo que después de cada noche llega la sonrisa del alba. Esto exige estar alerta para funcionar mejor. Hacen falta opciones claras a las que se llega trabajando todo el mundo, codo con codo, estimulando la acción para contribuir al éxito del verde. Para romper el ciclo de la negrura en España es necesario producir nuevos ciclos de oportunidad y de generación de recursos, los afamados brotes verdes, que yo no veo por ningún sitio. Por mucho que se dice, aún las políticas económicas y sociales se hacen a espaldas de la clase obrera.
Son miles las personas a los que actualmente les embarga la desesperación. Lo han perdido todo, apenas tienen fuerza para seguir caminando. El propio trabajo es vida. Son tiempos sombríos, en ocasiones muy frustrantes. No es de extrañar que, con estas ennegrecimiento que forja el desempleo en España, se vuelvan a avivar las emigraciones de la desesperación que ya hemos conocido en otros tiempos, después de la incivil contienda. Ya se sabe que la desesperación se lanza audazmente a las más atroces resoluciones. De entrada, mucho me temo que algunos jóvenes ya han dispuesto averturarse hacia lo desconocido en busca de un nuevo porvenir donde hallarse con un trabajo decente y con unas esperanzas de futuro perdidas en su propio país. Otros no soportan más esta negrura de desilusiones y caen, para desgracia de ellos, de sus familias y de la sociedad misma, en las garras de las drogas. Es necesario, por tanto, generar confianza y emplearse a fondo con el empleo. Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipies inteligentes- dijo ya en su tiempo Maquiavelo- han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento. Hay recetas sabias. Esta es una de ellas.