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La hora de los alcaldes y alcaldesas

A dos años de las elecciones municipales, la inyección extra de fondos europeos puede servir para rentabilizar y afianzar las posiciones de los gestores locales

  • Los participantes en el encuentro de alcaldes y alcaldesas de Andalucía de esta semana -

Cuando los suecos descubrieron nuestras playas en la década de los sesenta y establecieron nuestro país como destino preferente para sus vacaciones, lo hicieron plenamente conscientes de que viajaban a un país bajo una dictadura. Se limitaban a tomar el sol y no hablar de política; más o menos lo mismo que hemos hecho los españoles muchos años después cuando hemos ido de turismo a países bajo diferentes tipos de totalitarismo -nos hemos acostumbrado a disfrutar de la globalización un poco más tarde que los demás, pero terminamos experimentando lo mismo: el fenómeno de la inmigración, el afán por el lujo, la transformación educativa, el auge (¿y caída?) de los populismos...-. 

La diferencia es que en Suecia sí existía un movimiento crítico en auge en contra del franquismo y de la represión de las libertades en España, y mientras muchos suecos y suecas se tostaban al sol de Torremolinos, también los hubo que se arriesgaron para localizar en Madrid a Chicho Sánchez Ferlosio y grabar algunas de sus composiciones, editadas posteriormente en Estocolmo bajo el título de Canciones de la resistencia española, donde el nombre del autor fue silenciado para proteger su identidad y evitarle posibles represalias. El disco tuvo un enorme éxito y Sánchez Ferlosio se convirtió con el tiempo en personaje de culto, desvelada su identidad a la muerte de Franco y entrevistado por la televisión sueca en un especial de 1977, donde tuvo la oportunidad de interpretar su célebre Los dos gallos: “Cuando canta el gallo negro es que ya se acaba el día. Si cantara el gallo rojo otro gallo cantaría”.

Basta tener presente la trascendencia de esta pequeña historia para entender el sentido de ofensa bajo el que muchos sectores de la izquierda tradicional de nuestro país percibieron el famoso lema de la campaña madrileña del PP. No ya por el “libertad o comunismo”, servido en bandeja de plata por Pablo Iglesias a Isabel Díaz Ayuso el día que decidió dejar el ministerio para presentarse como candidato y salvador de la izquierda madrileña, sino por la mera inclusión, entendida como frívola devaluación del término, de la palabra “libertad” como mensaje exclusivo y excluyente en los carteles de la candidata popular.

En realidad, el “libertad” de Ayuso carece de la carga emocional y simbólica que supuso la propia conquista del término y su aplicación práctica en los años de la transición, y su devaluada pronunciación no es exclusiva del PP, sino que se hace patente a diario en las propias redes sociales. Hablamos, pues, de campos semánticos, no emocionales. En éstos, la trascendencia y apropiación del término poseen una carga histórica impagable, pero no vinculante a esa otra “libertad” formal desde la que el PP ha apelado a la necesidad de ejecutar “políticas que sean verdaderamente transformadoras”, como exponía la catedrática María José Canel en un artículo publicado en El Mundo: “Los espacios semánticos se abren solo cuando hay realidades que los soportan.

Es un concepto político de libertad bajo el que también han empezado a organizarse alcaldes y alcaldesas de muchos municipios españoles, sin importar las siglas, solo el cargo, de cara a posicionarse frente al Gobierno central en la reclamación de su participación en los fondos de recuperación -el famoso 14,56%- bajo la premisa de la recompensa y el reconocimiento, puesto que llevan 14 meses asumiendo a pulmón la factura social de la Covid 19, y puesto que son ellos el enlace más directo frente a las necesidades de la población y del municipio mismo.

A dos años de las elecciones municipales, y ante la evidencia de que quien ha gestionado la crisis de forma directa a nivel regional o local parte con mayor ventaja a la hora de mantenerse en el cargo, la inyección de un montante económico extra les puede servir para rentabilizar y afianzar sus posiciones, de ahí la causa común frente a un gobierno noqueado y obligado a ceder ante las reivindicaciones municipalistas para salvaguardar su escaso crédito: cuando todos los dedos apuntan en una misma dirección, solo el tonto mira a los dedos. No parece el caso. 

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