El impacto es brutal, y desconocemos sus consecuencias. Sobrellevamos, cual insufrible losa, el goteo de datos víricos, aunque siempre bajo la sombra de la sospecha, apuntada en su día por Mark Twain: “hay tres clases de mentiras -decía- las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.
Ahora, nos enfrentamos a todos los recuentos. Cada día golpean, y con fuerza, nuestra esperanza. Donde hay picos, esperamos curvas, que tardan, que no llegan. Ante esa trágica y atroz realidad buscamos refugio, refugio físico, pero también mental. Ya hay indicios de cómo estamos paliando las consecuencias del obligado claustro.
Atrás quedó la locura por el papel higiénico, y ahora se está disparando la venta de bebidas alcohólicas, aceitunas, patatas fritas, chocolate y helado. Por lo visto, según publicó ayer
El País en base al testimonio de varios psicólogos, con estrés el cuerpo quiere azúcar y grasa. Vamos, que la ciudadanía parece haberse montado un bar y una pastelería en casa si atendemos a los productos que nos llevamos estos días en el carro de la compra. Y no es de extrañar. La mente carece de capacidad para procesar tanto drama, y busca darse un homenaje, aunque sea pequeño, humilde y en casa.
El otro refugio es el espiritual. Buscamos respuestas. La teología es una de ellas, y la filosofía, otra. La fe en lo revelado por la divinidad frente a la razón metódica. El pensamiento dogmático ante la curiosidad de los humanos por saber. Aunque los templos estén cerrados, aumenta la búsqueda del consuelo espiritual. Palpar la muerte tan próxima lleva al ser humano a formularse preguntas que, en muchos casos y con la legitimidad máxima, encuentran respuesta en los sermones, en creencias, en definitiva, en lo sagrado.
Además, los medios de comunicación salpican estos días sus páginas o sus minutos con referencias a la filosofía. Redescubren a los pensadores, a los eruditos. Como decía el autor de
El Principito, Antoine de Saint Exupery, “el hombre se descubre cuando se mide ante un obstáculo”, y ante él buscamos a los sabios. El que afrontamos ahora es de tal proporción que cualquier refugio es válido desde la caña a la hostia. Desde el dulce a la premisa.