Es difícil procesar lo que ocurre. Es todo tan irreal y confuso, que cuesta digerir lo que acontece desde el 14 de marzo. Ahora, convivimos con un Estado omnipresente, con patente de corso para realizar seguimientos -vía móvil- al desplazamiento de 13 millones de españoles, y una permanente apelación a la responsabilidad individual.
La intervención estatal en nuestras vidas es, ahora, total y continuista. Bajo la bandera de una evidente, justificada y palpable causa mayor, como es la tragedia del coronavirus, el Estado invade nuestra vida, asumiendo un paternalismo que también habrá que
desescalar.
Es el momento del individuo. El propio Fernando Simón, de quien no son necesarias las presentaciones, ha reiterado durante los últimos días que es la hora de que cada individuo asuma su responsabilidad con el objetivo de que esa vuelta a la normalidad carezca de sobresaltos.
Es nuestro modesto siglo de las luces, puesto que ahora tenemos que tratar de salir de ese paternalismo estatal para asumir, con responsabilidad, el concepto de ciudadano, como un individuo libre, sensato, dueño de sus actos y de su futuro. ¿Estamos preparados para hacerlo? Ya hemos demostrado que sí. Durante el confinamiento, y con el incentivo de sanciones mileuristas, nos hemos quedado en casa, y hemos aceptado el BOE a pies juntillas.
El Estado ha intervenido, y lo ha hecho con el argumento más aplastante que se puede emplear: proteger la vida de sus ciudadanos. Pero ¿lo ha hecho para quedarse? Probablemente, sí. La llamada nueva normalidad seguirá regida por los poderes públicos, pero, como todo en esta pandemia, es imprevisible. No sabemos cómo se desarrollará ni hasta cuándo seguirá el control y seguimiento de papá Estado.
En cualquier caso, ésta no es una exclusividad de España. Es común denominador de todas las democracias y regímenes mundiales, en los que el Estado ha asumido las riendas de la salud y la economía, con el apoyo de organismos supranacionales y los recelos de regiones y länder. Y aquel que lo ha hecho tarde cuenta los muertos por decenas de miles; y el que precipite la desescalada, lamentablemente, también.