Me estreno en este foro de opinión en el que cada quince días abordaré algunos aspectos de la actualidad flamenca. Es por ello que por ser el primer artículo quiero escribir sobre otro estreno, el del ciclo ‘Íntimos de Triana’ que tuvo lugar en la noche del pasado viernes 14, en la sala Flamenquería de la Calle Castilla. Quise acercarme hasta la capital andaluza para sumergirme en el ambiente de la bohemia que ofrece el cante de Juana Fernández, la del Pipa.
No cabe duda de que la aparición de esta cantaora y bailaora jerezana en cualquier escenario empieza a convertirse en acontecimiento especial, más si cabe si era la primera en aparecer en un evento de este calibre que se va a alargar hasta el 27 de mayo, fecha en la que otro histórico del cante de Jerez tomará el protagonismo para, en esta ocasión, clausurar este cartel compuesto por diez actuaciones y que organiza Rufo. Éste, fotógrafo de alta gama y representante de artistas como el propio Israel Fernández, ha sabido confeccionar una programación con tintes románticos porque provoca que alguno de los que casi están olvidados por las masas vuelva a poner los puntos sobre las íes, caso de los mencionados o el mismo Juan Villar que estará el 11 de febrero.
Juana, que es a lo que vamos, estuvo arropada por Manuel Parrilla que es una señal de calidad y marca de confianza para cualquier cantaor. Las palmas la pusieron Markito Carpio y El Pirulo, dos buenos ases del soniquete más airoso. Esta fiera escénica que sigue llevando el nombre de su saga por bandera se enfrentó a un respetable en el que se encontraban jóvenes llegados de distintas partes, pocos extranjeros y otros tantos sevillanos. Sin megafonía, ejecutó como solo ella sabe una serie de estilos como las cantiñas, poco habitual en ella, los tientos y tangos, bailando desde la silla, la bulería para escuchar más esencial de Santiago, fandangos… Y cuando parecía que no podía más, llegó la seguiriya negra como la muerte para demostrar que ni su voz ni las fatigas son enemigas de este cante, sino todo lo contrario.
La sangre por la boca, el temblor del estómago, la lágrima en la mejilla. Así desembocó a las bulerías del final en las que regaló su braceo y su palillo incomparable dibujando una estampa en el escenario difícil de imitar. ¿Difícil? Imposible, diría yo.