la cita es de Hobbes (1588-1679): “Las obligaciones de los súbditos para con el soberano sólo tienen vigencia mientras éste pueda protegerles por razón de su poder. Porque ninguna ley puede derogar el derecho natural del hombre a defenderse a sí mismo cuando nadie más es capaz de hacerlo”.
A título informativo, resumo a continuación un conjunto de ideas y reflexiones extraídas de diversos textos elaborados por ciertos movimientos antisistema contemporáneos. El firmante de este artículo se ciñe a efectuar una exposición técnico-teórica: sin entrar a hacer valoraciones o manifestar su acuerdo, o no, con lo que sigue.
Existen dos definiciones, al menos, del agente provocador; una: el agente provocador es un fingido opositor; dos: el agente provocador es un policía que, sin querer, sirve a la oposición. Es decir, aparenta que la sirve. Pero la provocación hace más enconada la lucha; puede incitar al terrorismo; también a un terrorismo que los opositores preferirían abstenerse de realizar. Lo más normal es que la provocación siembre la desconfianza entre los opositores. Esto es lo que aseveran muchos opositores.
El fetichismo de la legalidad fue y sigue siendo uno de los rasgos característicos de la política domesticada, lo que significa la absoluta corrupción de la misma. La oposición al sistema no puede respetar la legalidad establecida, salvo que ignore la increíble farsa que sostiene el indecente aparato de la política-espectáculo. Jean-Paul Sartre dijo algo similar pero no llegó a cumplirlo nunca.
La legalidad (cualquier tipo de legalidad) tiene límites que la oposición no puede respetar sin condenarse a la derrota. La oposición no puede vivir (ni trabajar) en una torre de cristal: debe organizarse de manera que, con el fin de ocultar sus instrumentos más eficaces, impida la vigilancia del enemigo.
Están, por un lado, los que rechazan líricamente toda violencia, confiando en la intervención testimonial para combatir la opresión, la prostitución política y la guerra. Gozando en su mayoría de un confort social considerable, lo que pretenden estos iluminados es situarse por encima del conflicto. Por otro lado, están los que creen que, de momento, hay que dejar el monopolio de las armas y la violencia a los Estados; pero tratando de inducirlos, mediante suave persuasión, a un uso justo y ecuánime de tales herramientas. Sin embargo, la bomba existe. Y una vez emitida la orden de movilización, es necesario elegir entre estar delante o detrás de la bomba: entre ser el que se beneficia de ella o el que le sirve de blanco.
Una cita de Enzensberger (nacido en 1929 y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2002): "Desde que el mercado mundial ha dejado de ser una visión de futuro para convertirse en una realidad global, cada año produce menos ganadores y más perdedores; pero no sólo en el Segundo y Tercer Mundo, sino incluso en el centro del capitalismo. Mientras allí son países y hasta continentes enteros los que quedan marginados de las relaciones internacionales de intercambio, aquí son sectores cada vez más amplios de la población los que ya no pueden mantener el ritmo de una competencia cada vez más salvaje" ("Perspectivas de guerra civil", Anagrama, Barcelona, 1994). Aviso para navegantes: "la gente (asegura Jean Marie Kellerman) acaba hartándose de recibir bofetadas en casa de Anás".
Lo incalculable del juego subjetividad/subversión actúa negativamente sobre las posibilidades de resistencia; no por una precognición sobrenatural, sino por un regreso directo a las raíces de la explotación de los deseos. Es necesario desenmascarar las imágenes narcóticas de todos los formalismos, de todas las fijaciones ideológicas; pero lo que encontramos siempre es esa obscena tolerancia fomentada por un totalitarismo estático y abstracto que origina el fenómeno designado delincuencia de la crítica.
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