Los efectos curativos de la música se conocen desde tiempos inmemoriales.
Actualmente la música se emplea con bases científicas para lograr cambios físicos, emocionales y de conducta en las personas, para mejorar algunos padecimientos y, sobre todo, para mejorar la calidad de vida.
Los primeros musicoterapeutas son los chamanes y brujos tribales que utilizan cánticos, salmodias, susurros y estructuras rítmicas repetitivas para inducir estados de sugestión con fines religiosos.
Se tienen evidencias del uso ritual de la música en casi todas las grandes culturas de la antigüedad.
La musicoterapia es el uso de la música para mejorar el funcionamiento físico, psicológico, intelectual o social de las personas e, incluso, de animales y ¡¡plantas!!
Se usa con niños, adultos y personas de la tercera edad. Sirve para mejorar el bienestar personal, para desarrollar la creatividad, facilitar el aprendizaje, mejorar las relaciones interpersonales y para el manejo del estrés.
En los niños se usa para mejorar la autoestima, la atención y concentración, la coordinación, el aprendizaje y la socialización.
Uno de los usos cotidianos más simples y difundidos de la musicoterapia es la regulación del estado de ánimo.
Utilizamos la música para alegrarnos en la depresión o para calmarnos en medio de estados de excitación producidos por la rabia, el estrés o los miedos.
¿Quién no ha cantado en la ducha o bailado en el salón o, simplemente, cantar mientras conduce?.
Por otro lado, el baile como terapia es una buena manera de mantenerse sano.
La bailoterapia presenta una manera divertida de ponerse en movimiento sin necesidad de complicados aparatos. Para hacer horas de bailoterapia no hace falta saber bailar.
La idea es seguir los pasos de un monitor y liberar tensiones a ritmo de salsa, merengue o chá cha chá.
En un país latino como el nuestro, la carga sensual del baile es algo natural y, en medio de ese clima de salud y bienestar, se crea un ambiente positivo y de camaradería que ‘engancha’.