Lo de Vargas Llosa y la Preysler me pone. Más que la Isla de las Tentaciones, porque es como más Vogue cuatrero. Como la Lomana atizándole a Agatha o ésta zumbando en el Sálvame. La vida se nos ha desmelenado de una forma muy suya. Ya lo hace cíclicamente, así que no hay que asustarse. También se parte a trozos dejando a pobres infelices entre los escombros de la corrupción y la avaricia. Turquía es un sindiós adobado de tragedia. Los bomberos se parten el lomo para ir a rescatar con sus equipos, sus perros y su occidentalidad frente a miseria encubierta de grandes edificios de papel que oscilan a la menor contracción de la Tierra. Siempre caen los mismos, siempre los más desgraciados. Siempre hay una bala que frenar con el pecho descubierto. Ahora estamos en la enésima crisis (posiblemente) de las que quitan el hipo, pero seguimos como si nada porque si no nos bajamos de la bicicleta no nos damos cuenta. No se termina el partido hasta que no cae la pelota al suelo, dice un personaje de manga de una serie de voleibol. No sé si es cierto, porque el dolor existe y la desesperación también. Se unen a ellos, los mamones que te parten el coche aparcado en la punta San Felipe para esquilmarte un paquete de pañuelos o calderilla
Luego los cogen los de las Fuerzas de seguridad, pero se evaden como el emérito con su sombra a otra parte, por la mayoría de edad, los antecedentes penales o el fuguismo puro y duro, que es muy español y muy castizo como la Lomana y la Preysler. El culebrón lo tenemos contado desde que estos otoñales se dieron a la pasión contenida de años de amores platónicos. Siendo deseos de Navidad nunca alcanzados, no sé cómo no se dieron cuenta que se congelarían a la realidad el día dos de febrero. Ahora se arrojan titulares para beneplácito de esa prensa chillona y tertuliana que da dinero a mansalva porque los desgraciados de base somos eso, consumidores de basura en rama. Nunca el Quijote estuvo más abandonado que cuando no se entendió, nunca más olvidado lo litúrgico que había en la Historia o la Filosofía. Nos hemos convertido en libro viejo, empolvado y archivado por nuestro nombre y seña. No nos queremos ni para mirarnos al espejo, y aun así, somos capaces de retar al cielo porque nunca fuimos esclavistas de la palabra, como mucho roedores de lomos con las táctiles de los dedos.