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Talones y otras miserias de la ya ?liquidada? Semana Santa

La distribución de los beneficios obtenidos con los palcos y sillas de la pasada Semana Santa ha vuelto a reabrir el debate acerca de la conveniencia o no de modificar un sistema excluyente

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Los jandos. Ay, los jandos… Sigo con interés veraniego la controversia suscitada a raíz de la celebración del pleno de hermanos mayores en el que se liquidó la pasada Semana Santa. En honor a la verdad, han sido Andrés Cañadas -otra vez el Cañadas- y Cofrademanía quienes han animado el cotarro. También La levantá digital, otra web igualmente recomendable para los jartibles que, a pesar de estar de vacaciones en Valdelagrana o Zanzíbar, no pueden irse a la cama tranquilos sin saber quién va a predicar los cultos a Santa Marta o cuándo es la igualá de la Pastora de Cantillana.
A ver. Los hermanos mayores no son unos desaprensivos que esperan a la llegada del estío para plantarse en Curtidores con un maletín, llenarlo de billetes (7.500 leuros) y salir corriendo camino de la puerta del Arroyo. Y Luis Cruz, que es figura respetable en el orbe semanasantero, tiene razón cuando sale en defensa del gremio de la vara dorá, el traje y la corbata, que a fin de cuentas lo único que hacen en la mayoría de las ocasiones es asumir unas responsabilidades que nadie quiere para sí. No, los hermanos mayores no son unos “sinvergüenzas”. Quede claro y conste en acta.
Ahora bien, quienes ocupan las sillas del salón de plenos del Consejo no podrán negar la injusticia anual que constituye el reparto de los jandos, porque tanto perciben quienes andan sobrados -si es que los hubiera o hubiese- como aquellos que precisan de una donación -anónima por supuesto- para comprar pastillas de carbón.
Cargado de argumentos y desde la moderación que siempre le caracteriza, mi admirado Eduardo Velo tercia en el debate profundizando en las raíces históricas e incluso antropológicas de la Unión de Hermandades, que nació para conjugar los intereses de las hermandades de penitencia y que, con el tiempo, admitió a corporaciones de gloria de distinta ralea ya no sé si por interés de los unos, de los otros, o por mera imposición de Eguiluz o Bertemati.
Abierto el debate, sólo una cosa me queda clara: que habemus discordia mientras de repartir billetes se trate. Y se querrá enmascarar el cainita enfrentamiento de discusión fraternal. Y se pondrán sobre la mesa argumentos dispares que traten de arrimar el ascua a la sardina de cada cual. Y así seguiremos, per secula seculorum, ofreciendo un testimonio público absolutamente impropio de quienes debieran considerarse hermanos.
Sólo este argumento se antoja más que suficiente para replantear la cuestión, para abordar la necesidad de aparcar el reparto anual de los jandos y destinarlos a una acción de interés general, tal y como ha propuesto Luis Cruz en Cofrademanía, que no sé si en el Pleno, porque nunca he tenido ocasión de ocupar las sillas de terciopelo grana.
Basta con preguntar a Juan de los Ríos -sí, sí, el de Cáritas- a qué se pueden dedicar 250.000 euros, qué boquete pueden tapar anualmente las cofradías. Verán qué rápido encontramos respuesta al dilema que nos atormenta cada vez que la llegada del verano hace que más de uno empiece a frotarse las manos.
Pero es que hay más. A nadie escapa que las sucesivas ampliaciones de la Carrera Oficial obedecen únicamente al interés de las cofradías -o al menos de sus hermanos mayores- en incrementar el importe del cheque que anualmente se entrega en Curtidores. Comprueben si no cómo el incremento de palcos y sillas ha sido directamente proporcional a la merma de casetas de Feria. ¿Para qué más líos? Si, total, ya vendrá Natera con los leuros en cuanto acabe junio…
Y así, andando el tiempo, llegará un día en el que igual se acepte con absoluta y leal complacencia que el palquillo de toma de horas se plante ante la mismísima Rotonda del Altillo. Ya ven, será por añadirle ceros al talón...
En el siglo XXI no valen los argumentos decimonónicos. Las cofradías deben ofrecer un ejemplo de independencia a una sociedad acostumbrada a la cultura de la subvención, y no puede negarse que la instalación gratuita de palcos no es más que una especie de impuesto revolucionario que anualmente cargamos en la cuenta del Gobierno local de turno, que traga a cambio de nuestro silencio administrativo, a cambio casi de que dejemos a los gobernantes fotografiarse ante nuestras imágenes horas antes del inicio de la estación de penitencia.
Las hermandades pueden subsistir sin los 7.500 euros de marras, porque a diferencia de otros entes sociales están vivas mal que pese a muchos. El día que ese dinero se destine a lo que de verdad se tiene que destinar, pocos serán quienes se atrevan a levantar la voz contra los dichosos palcos. Aparquemos la miseria moral de determinar si uno tiene más gastos que otros, más o menos hermanos, o abre más o menos días su casa de hermandad, porque esos son asuntos de cada cual. Entonces habremos ganado en dignidad e independencia y, además, no tendremos que avergonzarnos año tras año por el poco edificante numerito del reparto de los jandos. Ay, los jandos…

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