Su vida no había tenido ni sal ni pimienta. Hoy cuando se encontraba en la última etapa de su camino, repasaba el libro de su existencia y la verdad que Bonifacio podía resumirlo en apenas una línea, “siempre hice lo mismo, no hubo sorpresas ni sobresaltos, fui tan rutinario como previsible”. Triste epílogo para una biografía sin nada que contar.
Jamás se había atrevido a tentar la suerte, asumir un riesgo, poner en marcha una idea o dejarse llevar por su olfato. Su actitud se había limitado a estar en este mundo y dejar pasar el tiempo o quizás este pasaba sin que el lo notara, incluso en ningún momento había tenido la osadía de plantearse un futuro, para poder hacer todo lo que no había hecho hasta entonces o al menos algunas cosas.
Cuando cada día se colocaba frente al espejo, ni se miraba ni se hacía preguntas sobre para que estaba aquí, qué era lo que perseguía o hacia donde iba dirigir sus pasos, sino que de forma automática hacía lo que cada jornada a la misma hora para irse al trabajo.
Tal vez a estas alturas de este artículo, ustedes se cuestionaran sobre si Bonifacio es un personaje real o sólo un ente de ficción, un ensayo de investigación de algún laboratorio chino, ya que lo hacen todo más rápido y barato, que estaba preparando la sustitución de los humanos por maquinas robotizadas.
No voy a desvelarles todas las claves ahora, porque si no ustedes me mandarían y con toda la razón a freír espárragos, y no completaría el número de caracteres que configuran esta columna periodística. Además que lo suyo, ya que han empezado, es que terminen de leerlo.
Nuestro personaje, se levantaba todos los días a la misma hora, recargaba sus reservas e incluso se bañaba en olorosos aceites y espumas, ante de realizar las funciones laborales con una precisión y minuciosidad inhumanas.
En ocasiones se paraba y su quietud producía todo tipo de exclamaciones por parte de quienes le rodeaban, que se preguntaban ¿qué problema tendrá Bonifacio? .Pasado un rato, que siempre era el mismo, como si tuviera un cronómetro interno, el jefe se acercaba a nuestro amigo y este comenzaba toda la serie de movimientos que le correspondía realizar en la cadena.
Y es que a pesar del comportamiento aparentemente rutinario de Bonifacio Monótono, alguna que otra vez se le había notado algo triste, como para derramar algunas lágrimas por sus mejillas. y hay quien como Perfecto Divertido su compañero más cercano, contaba que mantenía con él conversaciones sobre todo tipo de cuestiones. Bueno más que una relación interpersonal, era un examen sin límites, ya que nuestro amigo respondía a todas las preguntas sin permitirse equivocación alguna por muy difíciles y complicadas que resultaran.
Era sin lugar a dudas el trabajador más rentable y eficaz para la empresa, nunca les había planteado ninguna reivindicación o conflicto por muchas horas que echara., lo que sin lugar a dudas en alguna ocasión le había granjeado la antipatía del representante sindical, a quien siempre respondía con una batería de argumentos como si le hubieran dado cuerda.
Un día de tantos, cuando se encontraba llevando a cabo el ritual de puesta en marcha, cayó desplomado en su habitáculo. Por fin había roto la monotonía, aquello no tenía posibilidad de reinicio, aquel día sería distinto, los viejos y desgastados circuitos habían dejado de funcionar o quizás había tomado conciencia de su triste existencia y decidió escribir el final de una película que no había tenido protagonista.
Nos podríamos preguntar ¿cuántos Bonifacios están entre nosotros? ¿Son terrícolas, como usted y como yo, o se trata de sujetos con apariencia humana y alma mecánica que nos están sustituyendo a una velocidad de vértigo? ¿Es este el mundo del futuro o el que ya estamos viviendo en el presente? Mientras seguiremos haciendo la petición que realizara nuestro premio Nobel y escritor universal Juan Ramón Jiménez,”inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas”.
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