En origen, cuentan que Jacques Audiard empezó a concebir Emilia Pérez como una ópera en cuatro actos, a partir del personaje retratado en un capítulo de la novela Écoute, de Boris Razon. Sin embargo, el director de Un profeta optó finalmente por convertirlo en el guion de su nueva película y, sin perder la perspectiva original, hacer de ella un musical.
La historia, es cierto, se presta a cierta concepción operística contemporánea: el líder de un poderoso cártel mejicano decide romper con su pasado y convertirse en lo que más ha deseado en su vida: una mujer.
El reto y el riesgo, no obstante, está presente por igual, se trate de un escenario o de la pantalla de un cine, y Audiard ha aprovechado las posibilidades del medio elegido para construir una película fascinante con la que consigue agitar al espectador -es cierto- más con la forma que con el fondo, pero con una planificación visual y una partitura excelentes que contribuyen de por sí a situarnos ante una gran experiencia cinematográfica, y eso, hoy en día, es algo difícil de encontrar.
En este sentido, la música de Clément Ducol y, en especial, las canciones compuestas por Camille -unido al esfuerzo de trabajar en un idioma que no es el suyo-, poseen personalidad propia, variedad melódica y estilística, son brillantes y contribuyen a elevar emocionalmente la narración en su alianza con una puesta en escena que saca un enorme partido a cada número musical.
Y, por supuesto, hay dos actrices sensacionales frente a frente, Zoe Saldana -todo un descubrimiento vocal- y Karla Sofía Gascón -no sé si será el papel de su vida, pero lo borda-, junto a la un tanto errática Selena Gómez a causa de su acento -como le ocurría a Viggo Mortensen en El capitán Alatriste, y como tan bien acertó a reseñar en su momento David Gistau, parece venir del logopeda-: Gómez, que tiene talento como actriz (está fantástica en Sólo asesinatos en el edificio) y cantante, desentona aquí en su esfuerzo por habituarse al castellano.
Detrás de todo ese trabajo coral se levanta asimismo una historia de transición y de redención, también de liberación, de empezar de nuevo, de ser de nuevo, de reescribir tu propia vida, que, si bien ve agotadas sus posibilidades poco antes del desenlace del filme, contribuyen a la solidez del ejercicio narrativo del director de Los hermanos Sister -otra más que interesante apuesta arriesgada-, eficaz hasta ahora en su capacidad para abordar géneros y escenarios diferentes y distantes con respecto a los predominantes en su más que estimable filmografía en suelo francés.
Entiendo, por otro lado, la función reivindicativa de la que se ha dotado Karla Sofía Gascón a la hora de utilizar su personaje y su historia para establecer vínculos emocionales y lanzar un directo a cierta moral conservadora y negacionista, pero Emilia Pérez es mucho más, y tiene que ver con las posibilidades mismas del cine como vehículo de evasión, como una atracción llena de sensaciones.