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El 'Nosferatu' de Eggers, una adaptación poco memorable

Toma como referencia el clásico de Murnau, aunque su película se parece más a la de Coppola y a veces resulta ridícula y desconcertante

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Una de las imágenes que me han aterrorizado desde niño es la de Max Schreck encarnando a Nosferatu en el clásico de Murnau, rodada hace 103 años. Ya no sólo la caracterización del misterioso actor alemán, sobre el que tanto se ha fantaseado -ahí tienen La sombra del vampiro para prolongar la leyenda-, sino la película por sí misma, que mantiene intacta su terrorífica fascinación un siglo después -hace unos 30 años tuve la oportunidad de asistir a su proyección en el Teatro Maestranza de Sevilla con Jordi Savall interpretando en directo una partitura expresa; es decir, más fascinación aún, toda una experiencia-.    

Murnau, que se inventó lo de Nosferatu para no pagar derechos de autor a los herederos del Drácula de Bram Stoker, abrió una senda diferente desde la que abordar el retrato del tenebroso conde centroeuropeo a la que se sumó otro director alemán, Werner Herzog, casi 60 años después, con Klaus Kinski de protagonista. Su adaptación no alcanzaba a la del cine mudo, pero tenía personalidad propia, era capaz de cautivar y atemorizar al espectador.

45 años después de esta última, Robert Eggers, autor de las notables La bruja y El faro, así como de la interesante El hombre del norte, vuelve al mito para conjugar ambas esferas, la visual de la obra de Murnau y la literaria de Stoker, aunque lo cierto es que su película, por mucho que la llame Nosferatu, está más cerca del Drácula de Coppola que del vampiro de Murnau.

El resultado, en cualquier caso, es desconcertante, y en ocasiones roza el ridículo, sobre todo en lo concerniente al personaje del profesor encarnado por Willem Dafoe -él, que hizo de Max Shrek en la ya citada La sombra del vampiro-, descrito con trazo grueso y con líneas un poco sonrojantes.

Y es una pena, porque Eggers parece tener muy clara su concepción estética y visual a la hora de revisitar la historia relatada en la obra de Stoker , pero lo único que puede llegar a impresionar al espectador de su puesta en escena es una extraordinaria dirección artística y determinados encuadres plásticos, como la excelente secuencia de la encrucijada antes de la llegada al castillo; lo demás, incluido golpes de efecto algo gratuitos, no solo está muy visto, sino que apenas aporta elementos de consideración como para convertir a su filme en algo memorable.

Inciden en ello varias cuestiones. La primera y fundamental tiene que ver con el personaje principal: su conde da más asco que miedo, y aunque aterren sus intenciones, por encima de su aspecto, no va más allá de un viejo decrépito y caprichoso deseoso de gozar de una muchacha joven con la que mantiene determinados vínculos emocionales e inexplicables, como si quisiera forzar lecturas machistas a la luz del presente. La segunda tiene que ver con las innovaciones dentro de la trama -el mismo pecado en el que incurría el guion de James V.Hart para el Drácula de Coppola-, la tercera con el exceso de diálogos y la cuarta con un reparto entregado, pero desigual, como la película en su conjunto.

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