A don José María le salió el tiro por la culata. El intercambio de sangre por petróleo acordado en una partida de golf-os en las Azores hace ya algún tiempo, resultó un fiasco y los miles de muertos en Irak no sirvieron para nada.
Al menos para el supuesto pelotazo económico nacional emanado de la explosiva amistad de don José María con su colega Bush. El reparto de beneficios quedó en simple anécdota y desde entonces, poquito a poquito, pasito a pasito, España fue moviendo el culo al son que marcan los titiriteros de la defenestrada concubina yanky: FED, FMI, BCE… ¿Los muertos? da igual, esos muertos son muertos de madres que nacen para parir hijos muertos. Muertos redentores de la egolatría suprema de seres supremos como don José María. Son los extras de la película sin cuya nómina no se podrían filmar los momentos sublimes de las grandes superproducciones históricas. Kétchup despilfarrado a esportones para que las fábricas de tinte rojo USA no mengüen el pulso de su economía.
Pero don José María salió de aquello con la cabeza alta. Tuvo que suplementar su elevación con una banqueta que le prestó la FAES pero supo hacer olvidar el grito de siete millones de españoles no muertos, que le escupieron su repulsa aquel quince de febrero de dos mil tres, treinta y tres días antes que Saddam Hussein diera a sus odaliscas el encargo de esconder las armas químicas bajo los cojines de un harem imaginario.
La sordera de don José María a la súplica nacional costó cara al país pero a él le salió bordada. El once de marzo, un año después del allanamiento ilícito a la soberanía de un pueblo, ciento noventa y un muertos de madres que nacen para parir hijos muertos, desparramaron su inocencia amputada por los andenes de las estaciones madrileñas. ¡ETA ha sido! Intento desesperado de encubrir la venganza islámica culpando a los terroristas vascos para salvarle las elecciones a su partido porque don José María de todas formas se iba; ocho años dan para mucho y las alforjas ya estaban bien llenas. Pero no pudo ser. El rentoy no tuvo éxito y desde entonces Rajoy chupa rueda de Zapatero que ganó de calle los comicios: a quien dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Yo a lo mío y que la masacre musulmana se la ventile el registrador de la propiedad que para eso sabe registrar lo que conviene registrar. Y así andan las cosas; entre espinas nacen las rosas. Don José María tira la piedra y oculta su indecencia durante una temporadita al amparo de la Botella. Se escabulle de los salpicones que puedan manchar su celebridad maloliente y alecciona a las Aguirres y Cospedales para que se silencie la matanza de Atocha esputando en la cara de los rojos en el Parlamento, lo que su padre -jefe de propaganda de la Falange-, le contó. Que la culpa del Alzamiento Nacional la tuvo el atentado contra Calvo Sotelo el día 13 de julio del treinta y seis, y que se guarden muy bien de hablar del asesinato del teniente republicano José del Castillo, perpetrado por una jauría de falangistas veinticuatro horas antes. -Menos mal que siempre quedan historiadores como Payne, Gibson y Presston, para tapar la boca a los embusteros-.
Con su currículo teñido de sangre casta, y la dignidad a porfía con los grandes malandrines de la Historia, don José María va sacando pecho y por fin asoma de nuevo su inquietante bigote por círculos sociales donde ya solo se habla de la crisis que sus compadres neocon han provocado en occidente, encontrando en ello, abrigo seguro contra la mala memoria de un pueblo que olvida pronto la perfidia de los poderosos.
Ahora don José María invierte en conferencias. Él no necesita mendigar trajes por favores. Pone el cazo entre consejo y consejo de multinacionales opulentas y pasa bolsa a su propia sociedad de consultoría. Total, millón y medio de euros al año gracias a que una vez existió Filesa. En otro caso, aún seguiría tarareando por los pasillos del Congreso aquella coplilla tan sandunguera: "!márchese señor González, márchese…!"
El bodeguero de honor de la Academia del Vino de Castilla y León, contradiciendo las recomendaciones de la DGT, va por ahí incitando a los jóvenes a que tomen cuantas copas quieran mientras conducen, porque "nadie debe decirle a nadie donde está la medida de su seguridad". Nada extraño viniendo de alguien que ha demostrado tener el mismo respeto por una vida humana que el que tienen los insecticidas con los mosquitos.
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