Año 2011. Un día de esta semana. Discípula del sonambulismo me dirijo hasta el cajero de la sucursal bancaria. Allí te vi, agazapado entre sábanas de cartón. Inmovilizada, frente a la penumbra de tu sueño, no pude evitar detenerme unos instantes. Las preguntas secuestraron mi conciencia, pero fue el litoral de la imaginación quien me adentró dubitativa en tu trayectoria. ¿Qué te llevó a deambular hasta que las calles se convirtieron en tu jaula?
De las posibles causas policromáticas, la vida finalmente te regaló toda la escala de tonos grises. La exclusión impuesta por la sociedad, cómplice de la zafra de tus frustraciones, te fue conduciendo a las esquinas más periféricas, al frío de los parques, a los arcos sombríos de los soportales. Día y noche, tu orfandad desnuda se enfrenta a quemarropa con el decálogo del silencio...Viajo en el tiempo. Año 1833. Praga abrazó el nacimiento de uno de los exponentes del realismo mágico, Franz Kafka. De sus Meditaciones, recuerdo: “Más las sirenas tienen un arma mucho más terrible que su canto, esto es, su silencio”. En la actualidad, ese silencio de sirenas, se ha transformado para muchas personas o colectivos en situación de extrema vulnerabilidad, en una soledad no deseada, en la trampa donde la identidad se contamina por la conjugación del verbo “tener”, degradándose el “ser” hasta la invisibilidad más absoluta. Reaccioné mientras seguías en la embriaguez de la somnolencia, abandonado, seguramente, en el oleaje de tus recuerdos. Te moviste, al respirar profundamente. Nuevamente te observé, entonces comprendí y valoré, la lección que me brindaste sin tú saberlo. Después me alejé con la inquietud clavada de intuir que no soportas tu mundo lleno de espirales sin sentido, tu destino desprovisto de rastros ni señales que seguir. Hoy mientras recorro las mismas calles que te conoces como si fueran parte de tu cuerpo, espero que alguien dibuje en tu rostro una sonrisa, que sientas la calidez de alguna palabra amable, que tus ojos se relajen con los giros caprichosos de las hojas de los árboles. Sé que no es suficiente desearte “otro mañana diferente”. El órdago que nos lanza la justicia social, es demasiado inconformista. Por eso me uno a otras personas que trabajan por hacer de esta ciudad, un hogar más solidario y acogedor. La acción colectiva provoca el avance permanente, es la plataforma que sirve para gestar alternativas, oportunidades y soluciones. Me dejo arrastrar por una máxima kafkaiana: “Pruébate con la humanidad”, porque ciertamente, hace dudar a quienes dudan, y hace creer a quienes son creyentes.