Tengo la impresión de que, desde un tiempo para acá, se ha empezado a hablar de nuevo de derecha-izquierdas. Parecía que estos conceptos habían quedado un poco olvidados y superados. Ya se pensaba más en estudiar los problemas, las necesidades sociales y cómo hacerles frente. Lo que importaba era que se afrontaran los problemas y no quiénes los solucionaban. Pero al resucitarse de nuevo el concepto de “lateralidad”, como ataque al otro, puede convenir recordar interpretaciones que se suelen hacer. Hay quienes dicen que la “derecha” defiende la total libertad en economía y acepta el control del poder político y cultural. Y desde la izquierda se reclama el control del poder público en lo socioeconómico junto a una gran libertad en lo político y cultural.
Sin embargo, izquierdas y derecha se necesitan y deben dialogar si de verdad quieren buscar soluciones a la crisis que afecta a todos los ciudadanos y sobre todo a los más débiles de una manera especial. Volver al enfrentamiento sería entrar en polémicas absurdas que lo dejarían todo igual o peor de lo que estaba antes de la crisis. Conceptos como tolerancia, igualdad, libertad, justicia, solidaridad no tienen padres ni madres exclusivas; transcienden a todo tipo de ideologías. Quererse apropiar de ellos sería engañarse a sí mismos. Si la tierra tiene capacidad para producir y sustentar a más de doce mil millones de personas ¿por qué no nos ponemos de acuerdo para que nadie de los seis mil millones actuales pase hambre?
¿No ha llegado la hora de decir las cosas por su nombre? Más de la mitad de los habitantes de la Tierra están desnutridos, millones mueren de hambre cada año y también millones de niños y mujeres son esclavos laboral o sexualmente. Todo ello, a pesar de que hay recursos suficientes. ¿No tendremos que darnos cuenta de que se pierde el tiempo en disputas absurdas que a nadie beneficia? Hablar de igualdad de derechos si no se habla al mismo tiempo de poner los medios económicos suficientes para posibilitar esa libertad es entretenerse en teorías vacías de contenido. En economía, el fin nunca puede justificar los medios. Pero, la verdad es que todavía no ha llegado el momento de preferir lo bueno a lo útil.
Si la Tierra es nuestra casa común, hay que empezar a conjugar la productividad con reparto equitativo. Y todo ello si no queremos que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. No puede haber libertad en un mundo en el que se discute mucho por parte de políticos pero siguen aumentando las grandes diferencias entre los que tienen más y entre los cada vez tienen menos. Ya estamos casi convencidos de que esta crisis es tan grande a nivel mundial que puede que hasta estemos deseando poder volver a lo que éramos. Habremos fracasado rotundamente en los planteamientos si esta crisis no lleva al crecimiento. Ya no puede ser todo como antes.
La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 (n 23) nos recuerda que todo ser humano tiene derecho a un trabajo digno. Por tanto, si los sistemas económicos actuales no son capaces de favorecer que se pueda cumplir este derecho de tener un trabajo digno, habrá que decir con contundencia que estos sistemas son totalmente injustos. Ello nos lleva a considerar si realmente las promesas electorales son reales o se plantean más bien como un regalo y no como un derecho.
Un sistema económico basado exclusivamente sobre la competividad llevaría a la guerra de todos contra todos, convirtiendo al hombre en un “lobo para el hombre”.
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