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Viernes 19/04/2024  

Hablillas

Un gimnasio particular

Hace años, cuando lo de la liberación de la mujer que tanto escandalizó a las abuelitas, fueron ellas las que sostuvieron que estas actitudes eran la consecuencia de esta modernidad.

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Andaba entre mis recuerdos por una imagen que acababa de ver cuando el ruido de un roce metálico los espantó para ubicarme en la realidad de una mañana muy calurosa en la que una señora empujaba un coche que se negaba a arrancar. El marido iba dentro intentando ponerlo en marcha y la señora esforzándose lo indecible sin conseguir moverlo apenas un par de metros.


Esto sucedía en la calle Colón, junto al balón, a una hora de bastante circulación tanto rodada como pedestre. Pude verlo porque me encontraba en la esquina de la calle Constructora Naval y para cuando llegué al lugar ya se había arreglado la avería. Los hombres que había por allí no llegaban a los cuarenta años y se limitaron a mirar y a sonreír. Nadie fue capaz de acercarse a echar una mano.


Hace años, cuando lo de la liberación de la mujer que tanto escandalizó a las abuelitas, fueron ellas las que sostuvieron que estas actitudes eran la consecuencia de esta modernidad. Otros la vemos como consecuencia no ya de mala educación –que esa es otra cuestión- ni de indolencia sino de indiferencia, un encogimiento de hombros sin que estos se esfuercen en levantarse. Se trata de un movimiento mental, imaginario pero al mismo tiempo tan perceptible que podría llegar a ser tangible. Un movimiento propio de aquellos a que practican el ejercicio del empuje con consecuencias de hundimiento. Un ejercicio que se practica muchísimo en los foros periodísticos, porque en este particular gimnasio no huele el sudor ni salen agujetas porque lo único que se mueven son los dedos al escribir sobre el teclado, el único aparato que existe.


Esta semana pasada, esta semana de feria se ha llevado la palma. Porque la feria no empieza con la proclamación –salvo este año que han coincidido- sino con la entrega de despachos, al menos antes era así. Recuerdo que ese mismo día, los nuevos sargentos salían por la tarde a lucir su uniforme blanco, la gorra de plato, en fin, era un día especial. Hoy no pasa de ser un acto castrense, una noticia que al digitalizarla los foristas deforman y utilizan para insultar. Y los referidos a la feria que acaba mañana, bueno, resultan penosos, irritantes y horribles. Si usted está leyendo estas líneas se preguntará por qué pierdo mi tiempo con algo que no aporta absolutamente nada. Desgraciadamente tiene razón, esto no aportan nada pero a veces tropiezo con un comentario, sólo uno, para La Isla, para sus rincones que los tiene, para sus estampas que las hay.


Para estos foristas de ejercicio, la playa de Camposoto, por ejemplo, es lo más parecido a un basural y nunca será lo que para nosotros: una parcelita donde disfrutar del aire y del mar. No ven más allá de la pantalla y se pierden una instantánea inédita que se repite noche tras noche y que puede verse desde la ronda del estero: las torres de la Iglesia Mayor iluminadas. Son impresionantes. Y como esta gente parece no tener el hábito de madrugar pues no aprecian los colores del amanecer reflejados en el caño, desde el blanco plateado al gris azulado pasando por el rosa anaranjado.


Resulta desalentador y chocante que sólo se utilicen los ojos para ver lo peor y los dedos para transcribir lo más desagradable. Me empeño, por tanto, en encontrar ese comentario que sea sólo para La Isla y me alegra encontrarlo, aunque sea de tarde en tarde. Quiero pensar que la situación que vivimos nos hace pesimistas pero la realidad es contundente para repetirme que derrotistas los ha habido siempre. Y en La Isla cada día, más.

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