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Personal de confianza

Los verdaderos cargos de confianza son los políticos, en los que confían los partidos a los que rinden cuentas.

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Mucho se habla del personal de confianza que está bien colocado en todas las administtraciones y que suelen ser personas de carné en la boca, comisarios políticos si les hace falta a quienes los nombran o simplemente estatuas de cartón piedra silentes de secretos de alcoba, mesas camillas y secretillos de puertas para adentro que no deben salir de puertas para fuera hasta que los que se quedan fuera disparan a los que se han colado dentro. O sea, cuando cambian las tornas y las personas de confianza.

Poco se dice sin embargo de otro personal de confianza que se cataloga como tal porque su contratación por los gobernantes se enmarca en las plazas que los partidos políticos se han dado a sí mismos para no tener que pasar mesa de contratación alguna, tribunal impertinente o sindicato cabreado porque no le colocaron a los de la última lista que intentó meter por lo laboral con las expectativas de funcionariarlo con las primeras consolidaciones que los políticos planeen para aquellos casos en los que también tienen que callar bocas por otros sistemas de colocación y premio por los servicios prestados. O para que no presten más servicios.

Mal hablan y mal piensan algunos que han señalado públicamente a profesionales contratados cuyos méritos no existen entre el personal municipal al tratarse de licenciados en profesiones específicas, de los cuales se puede discutir el número, pero no la función necesaria en la comunicación entre administradores y administrados tan necesaria en estos días.

Máxime cuando quienes hablaron centraron las críticas en ellos y no en el otro listado, más largo, de los personajes de confianza a los que no se les conoce utilidad alguna, desde simples cargos orgánicos de partidos hasta integrantes de las listas electorales a los que se les paga el favor de haber puesto la cara en una candidatura. Por no hablar de asesores jurídicos con sueldos de ayuntamientos que ni siquiera visitaron porque para qué iban a ir si no tenían ni un miserable despacho en el que realizar sus bien pagados servicios.

En vez de hablar de tales profesionales -personal de confianza, técnicamente, pero profesionales necesarios cuyo trabajo no pueden realizar otros funcionarios o personal laboral municipal- se podían poner las botas hablando de esos otros cobrantes que son el personal de confianza por excelencia, por mucho que se escuden en la media verdad de que son elegidos por el pueblo cada cuatro años.

Ahí sí que existe caldo de cultivo, porque mirándolo bien y gracias al sistema electoral que tenemos, los verdaderos cargos de confianza son los políticos, miles y miles, en los que confían los partidos a los que rinden cuentas, mientras demuestran a las primeras de cambio no tener el mínimo sentido de la honestidad cuando se ven obligados a defender lo indefendible. Y lo hacen los tíos (y las tías) con la más absoluta desvergüenza.

Estamos, pues, gobernados por cargos de confianza. El problema es que cada vez desconfiamos más de ellos. Y así vamos.

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