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Jueves 16/05/2024  

Lo que queda del día

Jerez, una cuestión de prioridad política territorial

La cuestión no pasa por nuestro complejo de culpa, tan bien cultivado, junto con el del miedo al futuro a corto plazo, sino por eludir los reproches y dejar de convertir a Jerez en una historia de buenos y malos

Ahora que en una semana entrará en funcionamiento la nueva red de autobuses, resulta inevitable preguntarse si el Ayuntamiento debería extrapolar el modelo de la gestión directa a otros servicios municipales. Es cierto que el del transporte urbano se rige por una serie de circunstancias que facilitan este tipo de intervención, entre ellas la de hacerlo rentable, pero también lo es el hecho de que todo parte de una buena gestión, en la que se ha logrado la implicación directa de técnicos municipales, trabajadores de la concesionaria y los colectivos ciudadanos integrantes de la Mesa de la Movilidad, en un modélico ejercicio de compenetración que, al menos en ese sentido sí, se echa en falta a la hora de abordar otras cuestiones de trascendencia municipal; no digo ya a la hora de lograr esa compenetración entre administraciones de distinto signo político, como ocurre entre Consistorio y Junta de Andalucía, por ejemplo.

A este último respecto, es obvio, las prioridades van en otro sentido, y hay veces en las que te quedas con la sensación de que acordar una postura común entre ambas sobre una cuestión concreta no es lo más importante y que, antes que eso, quien sea, prefiere quedarse en casa contándole a su perro las arrugas de la cara. Y la prioridad, por cierto, se llama Jerez, en sentido político, por supuesto, como enclave electoral decisivo de cara a futuros comicios, y eso es algo que no escapa a quien hace números y cálculos de probabilidades en busca de esa territorialidad, también política, que después permite ocupar escaños y despachos en favor de un bien común, se supone que colectivo, no político.

Un poner: esta semana se celebraba el Día de la Discapacidad. Los colectivos de Jerez, que representan a unas 19.000 personas y dan empleo a unas 300, decidieron no celebrar actos conmemorativos y sí reivindicar públicamente las dificultades que atraviesan en estos momentos como consecuencia de las deudas acumuladas -casi dos millones de euros- por las administraciones públicas con las entidades sociales en su conjunto, y ante el temor de que los recortes presupuestarios ahonden en esa herida que, en algunos casos, hace ya insostenible la pervivencia de los servicios que se prestan a sus asociados.

Una realidad incuestionable ante la que el Ayuntamiento respondió subrayando los esfuerzos realizados este último año para hacer frente a unos compromisos de pago “que no asumió el anterior gobierno”, pero que, de momento, mantienen esa deuda por encima de los cien mil euros.

Y una realidad ante la que respondió la Consejería de Bienestar Social para criticar que el Consistorio “sacara pecho” por haber pagado unos miles de euros y no hacer lo mismo ante el Gobierno central a la hora de exigirle que no recorte los fondos para la ayuda a la dependencia. Dos folios de valoración política en los que solo se dedicaban tres líneas a responder las reclamaciones de los colectivos y en los que, teniendo en cuenta que es la administración que más les debe, tampoco les dejaba claro cuándo y cuánto podrán pagar, como el que deja algo apuntado en la tienda de la esquina.

Y al final, claro, te viene a la mente lo del chiste: “¿es para traicionarlos o no es para traicionarlos?”, aunque solo provoquemos que se echen las manos a la cabeza ante la temida desafección ciudadana ante la política, entre otras cosas, porque eso es algo en lo que, por cierto, la culpa es nuestra, por generalizar.

La cuestión, en todo caso, no pasa por nuestro complejo de culpa, tan bien cultivado, junto con el del miedo al futuro a corto plazo, sino por eludir los reproches y dejar de convertir la prioridad, en este caso Jerez, en una historia de buenos y malos, como vimos que ocurrió con el conflicto de la huelga de la basura, y como vemos que puede ocurrir con cada una de las cuestiones en las que entra en juego la corresponsabilidad entre distintas administraciones.

No todo puede consensuarse -hay posiciones de las que nunca conviene alejarse-, ni siquiera aspirar a que todos los problemas se resuelvan como está a punto de ocurrir con el caso del transporte urbano, pero exponernos a tanta batalla dialéctica solo contribuirá a seguir desgastando aún más la imagen de la ciudad a la que todos aspiran a gobernar.

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