En nuestra ciudad hay algunos debates urbanos que nunca parecen estar suficientemente cerrados y que, periódicamente, se suscitan de nuevo, una y otra vez. Pasó con el Prado de San Sebastián y, a la vista está, vuelve con la Alameda de Hércules. Por lo visto no importa que en ambos casos se haya ya materializado una solución tanto formal como funcional, que será más o menos satisfactoria, pero con indudable vocación de permanencia. Nuevamente el Ayuntamiento lanza la enésima propuesta sobre la Alameda que, aunque aún no se ha presentado suficientemente definida, ya vuelve a hablar de aparcamientos subterráneos y del retorno del tráfico rodado. La pregunta es: ¿y ahora por qué?
Esta es una idea vieja: hace más de 50 años, en el PGOU de 1962 ya se planteaba este gran aparcamiento en la Alameda. Quince años después, en enero de 1977, el último ayuntamiento predemocrático retomó la intención de actuar sobre la Alameda para la “inexorable revitalización de su caserío que de lupanar marginado ha de pasar a convertirse en una importante zona comercial”, mediante el Plan Especial de Renovación Urbana del Sector de la Alameda de Hércules. En él, junto a importantes transformaciones físicas de trazados y edificaciones, se preveía un gran aparcamiento subterráneo de 2.500 plazas, distribuidas en 5 plantas.
Pero los tiempos estaban cambiando. La sensibilidad urbana y patrimonial se manifestaba más libremente y la participación ciudadana era ya una exigencia. Un colectivo de arquitectos liberales, agrupados en el Colectivo Argüelles, integrados por Lino Álvarez, Guillermo Díaz, Roberto Luna, Fernando Mendoza, Juan Ruesga y quien esto suscribe, redactamos una serie de alegaciones a dicho Plan. Para su presentación y firma se invitaron a sumarse a las entonces semiclandestinas formaciones políticas y que, finalmente, suscribieron el Partido Acción Comunista, el Partido Comunista de España, el Partido Socialista de Andalucía, el Partido Socialista Obrero Español y el Partido del Trabajo de España, junto al citado Colectivo Argüelles.
También la Delegación en Sevilla del Colegio de Arquitectos presentó sus alegaciones, a la que siguió la producción de la película “La Alameda”, dirigida por Juan Sebastián Bollaín y Nonio Parejo, y la convocatoria de un Concurso de Ideas, que ganó la propuesta de González Cordón, Cabrera y Lerdo de Tejada. Las proyecciones, las propuestas y los debates se llevaron a cabo en una “caseta de feria” montada en la misma Alameda. Finalmente el Plan Especial fue retirado pero muchas de las ideas y energías que allí se liberaron serían asumidas poco después por el primer ayuntamiento democrático. Hasta aquí la crónica histórica, pero volvamos a la pregunta del principio: ¿y ahora, por qué?
Han pasado más de 35 años desde todo aquello y hoy tenemos muchos más datos que entonces para desaconsejar este tipo de propuesta. Como la segura aparición de restos arqueológicos. O el riesgo que para el caserío próximo supondría alterar el curso fluvial subterráneo que aún subsiste. O las numerosas plazas, vacantes aún, en el vecino aparcamiento municipal de Mendigorría. ¿Se han estudiado todos estos aspectos?¿Cómo se compatibilizaría, por ejemplo, el acceso de vecinos, carga y descarga, transporte público y usuarios del aparcamiento rotatorio por la angosta calle Calatrava, ya hoy congestionada? El Plan de 1977 lo resolvía ensanchando esta calle a costa del derribo de las edificaciones existentes, pero el tiempo de los Haussman ha pasado ya. Las intervenciones en la ciudad histórica han de ser más sutiles, menos esquemáticas, pero sobre todo, han de ser más consensuadas con todos los agentes sociales, más dialogadas, menos impuestas. Esperemos que, si la iniciativa municipal sigue adelante, se nos presente de la forma más fundamentada y rigurosa posible y que, como hace treinta y seis años, las voces de la ciudad participen y se escuchen de nuevo.