Uno puede pasarse la vida viéndola pasar o irse con ella a alguna parte. Pero a dónde ir cuando se desdibujan los horizontes, o cuando la línea se traza en círculo y acorrala, desde lejos, cercando, alejando alternativas. Como ahora, que parece que no haya camino mejor que el de ir caminando en círculos, o en espiral, porque cada vez son más pequeños y más rápidamente se repiten los ciclos. Todos malos. Será que es más cómodo quedarse en ningún sitio que no llegar a ningún lado. Utopías lo llaman. Imposibles dicen. Pero qué torpeza la de borrar la línea que separa lo imposible de lo que simplemente no puede ser. Y es que hay metas que se marcan no para cruzarlas, sino para enderezar el camino, para marcar un rumbo que nos acerque generación a generación , al menos, a que siga habiendo generaciones. Durante siglos la humanidad ha ido descubriendo que un montón de cosas que eran imposibles en realidad no eran más que cosas que no podían ser, pero que luego sí. Utopía era llegar a la Luna, y saber que no hay marcianos en Marte, utopía era ver a alguien que no está, que la voz desmintiera las distancias, que volara el hierro, que pudiéramos estar todos conectados.
Hablar hoy de un mundo mejor, de alguna idea que funcionara de muchas maneras y globalmente, de creer en que la vida, este mundo de todos, este maldito planeta con vida inteligente que rara vez piensa, pueda llegar algún día a adquirir cierto sentido más allá de los años que dura, más allá de lo que se haga cada día, pensar hoy en un mundo que repartiera la justicia a como toca, que dejara de contar billetes entre las balas, que dejara de explotar los recursos hasta hacer estallar la furia de las necesidades, pensar en fin, en un mundo en donde las decisiones no se tomaran en función de cuánto dinero generan sino de cuánto sentido aportan al conjunto, parece el discurso de un utópico, el paisaje de una utopía, un lugar inaccesible, algo imposible. Aunque en realidad es sólo eso, que no puede ser, ahora. Sólo ahora. Pero si seguimos igual, siempre. Claro. Entonces nunca. Y se iguala lo imposible a lo que no puede ser, lo convertimos en lo mismo. Barrotes y presos. Golpe y herida. Dentro por no creer en la salida.
Se puede tomar la decisión de elegir el camino que más te acerque a donde querrías llegar o quedarte dando vueltas, andando en círculo y renegando de un lugar porque no está al alcance de la mano, de los primeros pasos. Podemos pasarnos la vida tirando los dados hasta que se acabe la partida, o buscar por el tablero nuevas casillas que nos permitan vivir al margen de lo que dicten los dados.
Ojalá volvieran las utopías y despertáramos caminos que sólo se sueñan.
Barrotes y presos
Pero qué torpeza la de borrar la línea que separa lo imposible de lo que simplemente no puede ser
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