La figura y la obra de Rabindranath Tagore van conmigo desde la infancia. Antes de yo nacer, lo más granado de su bibliografía colmaba una de las tablas de la biblioteca familiar. Allí estaba -y sigue estando- la serie “Contemporánea” de la bonaerense Losada (“El jardinero”, “Morada de paz”, “El rey del salón oscuro”, “La cosecha”, “Mashi”, “Ciclo de primavera” …) y, junto a otras diversas editoriales, la que llevó a cabo personalmente Zenobia Camprubí en 1918 y 1919, “El asceta”, “Malini”, los dos tomos de “La piedras hambrientas” o “Regalo de amante”, ejemplar éste, que tiene la firma autógrafa de Zenobia, al igual que su rúbrica en algunos de sus cuadernillos. No faltaba, claro, en la mencionada colección de Losada, su “Ofrenda Lírica”, bajo cuyo título, y con letra menor, aparece, entre paréntesis, “Gitanjali” (Su fecha: 1952).
Si me detengo en este detalle es porque el volumen que hoy me mueve a escribir, en cuidada edición de la palentina Cálamo, es el libro que acabo de nombrar: “Gitanjali” y, entre paréntesis, con letras más reducidas, “Ofrenda Lírica”. Tiene esta nueva, que naturalmente conserva la versión de Zenobia y no omite la ofrenda que, por su parte, Juan Ramón hizo a Tagore, algo que la enriquece: la extensa “Introducción” que W.B.Yeats pergeñara en septiembre de 1912, y que ha vertido a nuestra lengua Ignacio Ibáñez.
Rabindranath Thäkur (Calcuta, 1861 - 1941), conocido bajo el nombre británico de Tagore, poeta, narrador, educador, obtuvo el Premio Nobel de Literatura el 13 de noviembre de 1913. Cálamo le rinde homenaje en su centenario, como consta en el colofón de este libro. El premio le fue entregado el 10 de diciembre de ese mismo año. “Gitanjali” es su obra más divulgada en Occidente, y su éxito contribuyó a difundir el resto de su quehacer, e incluso posibilitó el Nobel.
La religiosidad expresada en este volumen, y entre otros muchos de sus escritos, pudiera definirse como un panteísmo místico. “Estoy aquí para cantarte”, confiesa a su Dios, y lo hace con delicadeza, humildad y ternura (los diminutivos son frecuentes), y con una devoción admirable, que supone su plena entrega al Ser de lo Alto, que le requiere y le inspira, y que le compara y conecta, sin merma, con los clásicos hindúes. El profesor Vallauri, que lo ha estudiado a fondo, no vacila en afirmar que “Gitanjali” “puede considerarse como una obra maestra de la literatura mundial”.
En la ofrenda juanramoniana ya citada, se preguntaba el poeta moguereño: “¿Puedes hablarle tú a gusto, con nuestra voz española, a ese Dios tuyo, cercano, visible, humano, que oye las palabras bellas?”. Un siglo después, esas sugeridoras palabras, resuenan con la misma vigencia y confirman la solidez de una obra imprescindible : “Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos”.
La edición de Cálamo que comento -y que ahora sostienen mis manos-, está aderezada con espléndidas ilustraciones de ese gran pintor y académico que es Manuel Alcorlo.