C uando el Faraón egipcio, según el Génesis, tuvo aquél sueño de las vacas flacas y gordas, hubo de apelar a la interpretación de José para darle sentido al mismo. Estoy seguro que nuestro Ministro de Economía no ha soñado ni ha necesitado traductor alguno para anunciar que nuestra economía ha superado el momento crítico de las vacas flacas y que hemos entrando de lleno en el período de franca prosperidad que se prolongará, al menos, durante los próximos cinco años.
Ciertamente existen motivos reales que pueden haber le servido para efectuar éste vaticinio. Variables tales como: el abaratamiento del precio del dinero y del petróleo, la devaluación del euro, las agresivas medidas de política monetaria implementadas por el BCE que generarán efectos expansivos sobre las economías de la eurozona y de los que se beneficiarán el resto de los socios, la mejora del empleo, sobre el que predice la creación de 600.000 nuevos puestos de trabajo para éste año, el saneamiento del sector financiero, la mejora de la productividad, el desbloqueo de la situación de Irán, la reducción del Euribor, la reforma fiscal o la mejora de las perspectivas que está mostrando la demanda interna y el consumo, pueden generar argumentos válidos para aventurar ése pronóstico. Sin embargo, la realidad más palpable es que esa bonanza, de momento, no es percibida por buena parte de los ciudadanos.
Es verdad que en el panorama más próximo ningún país ha conseguido registrar un giro económico como el realizado por nuestro país. Que en muchos foros internacionales, tales como el FMI el BCE, los mercados o nuestros propios socios europeos, somos referencia a seguir sobre el éxito de la gestión efectuada, pero son los votantes los que quitan y ponen gobiernos en función de los avances o retrocesos que perciben en sus economías particulares y, por ahora, ése objetivo no está conseguido, como demuestran los catastróficos resultados obtenidos en los recientes comicios andaluces que proyectan muchas incertidumbres de cara a las próximas citas electorales.
No basta, por tanto, con sólo mejorar el deficiente nivel de comunicación mantenido hasta ahora con el electorado, entre otras cosas porque la pérdida de votos no se debe sólo al deterioro de las expectativas económicas personales, sino que hay que contar también con el lastre que supone ser uno de los partidos dónde se centran los casos de corrupción más escandalosos conocidos. Si las estrategias económicas pasan por levantar el acelerador de la austeridad y aplicar medidas de estímulo para que, al fin, todos podamos percibir ésa mentada recuperación, ¿no habrá que atender a devolverles la ilusión por la política, su convicción en la honestidad de sus representantes y recuperar la confianza en que se cumplan las promesas electorales…?