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De vuelta a Ítaca

Carta de despedida a Cristina García Bernal

Hoy, como en cada inicio del nuevo curso me he presentado ante mis alumnos y no he podido evitar pensar en ti...

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Hoy, como en cada inicio del nuevo curso me he presentado ante mis alumnos y no he podido evitar pensar en ti. Como siempre estaba algo nervioso. Tú, mejor que nadie, sabes que ser docente no es nada fácil, y que aunque a veces no se reconozca, ser profesor implica una gran responsabilidad. El desafío al que te enfrentas cada vez que te sitúas frente a la clase no es menor, ya que será tu pericia como educador lo que marque que tus alumnos sean capaces de aprender, o simplemente se limiten a memorizar groseramente una lección que después vomitarán en el examen de turno, sin haber llegado a comprender lo que allí han expuesto.

Hace unos días que se anunció tu muerte en la prensa local en una noticia que me heló el corazón. Nunca estás preparado para conocer el fin de la vida de alguien a quien aprecias, y por mucho que hubiese sabido de tu enfermedad, una sensación de profunda tristeza me embargó. No éramos familia, y ni siquiera se podría decir que fuésemos amigos, y por eso pocos podrían entender mi reacción. El nexo que une a un alumno y un verdadero profesor es lo que explicaba el vínculo que me unirá por siempre a ti.

Y es que gracias a ti se puede decir que en parte soy lo que soy, pues gracias a tu ejemplo supe que un buen profesor tenía que implicarse al máximo. Todavía recuerdo, como si fuese ayer, tus magistrales lecciones, tus ejemplos, tus esfuerzos por hacernos comprender las más complejas situaciones, tus exhaustivas correcciones -a veces de lo más precisas y casi desesperantes-; tu atención a cada detalle, tu exigencia y dedicación,… y cómo eras capaz de hacer todo eso sin perder nunca la sonrisa. Cada día, al salir de tu clase, me iba satisfecho sabiendo que había aprendido algo nuevo, pero lo que entonces no podía imaginarme es que todavía tus enseñanzas fuesen a servirme tanto en mi vida diaria. Contigo no sólo aprendí acontecimientos, personajes y hechos del pasado. Aprendí a ser objetivo -que nunca neutral-, y a no dar por válidas las premisas que se han aceptado tradicionalmente por tal o cual escuela historiográfica. Me convertiste en historiador, haciéndome ver el invisible compromiso existente entre nuestra profesión y la verdad, mostrándome con tu ejemplo un método riguroso que intento aplicar en mi trabajo.

Desde luego, cuarenta años dedicados al estudio y la docencia hicieron de ti una genial investigadora que fue reconocida como catedrática de Historia de América, miembro de la Real Academia de la Historia, directora de la Revista de Temas Americanistas y profesora emérita. Dirigiste tesis, cursos y másteres; publicaste libros, capítulos y artículos científicos; y por todo ello llegaste a ser una eminencia en los estudios del Yucatán, algo por lo que serás leída, citada y recordada siempre…pero para mí, todo eso queda eclipsado por tu labor como docente, una labor que para siempre me servirá de inspiración.

Tus enseñanzas, aquellas que ahora los que fueron tus alumnos impartirán a los suyos, harán que no mueras en mucho tiempo. Ojalá la tierra te sea leve Cristina. Hasta siempre, maestra de historiadores y ejemplo y orgullo de docentes.

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