La reproducción y su condición necesaria, o sea el ejercicio de la sexualidad, deberían ser siempre actos voluntarios y planeados.
Lamentablemente no siempre es así, prueba de ello son los embarazos no buscados o no deseados, que se podrían definir como aquellos que ocurren en un momento poco favorable y/u inoportuno o aquellos que se dan en mujeres que ya no quieren tener más descendencia.
En la práctica, existen aún muchas mujeres que no desean reproducirse, pero que siguen expuestas al riesgo de quedar embarazadas, ya sea por estar en edad reproductiva y llevar una vida sexual activa sin usar ningún método anticonceptivo eficaz, ya sea porque utilizan métodos poco eficaces como pueden ser el ritmo o el coitus interruptus, o por falta de conocimiento y/o conocimiento deficiente de cómo utilizar un método determinado de eficacia demostrada, ya sea por el temor a los efectos secundarios de los métodos o por la oposición de la pareja, ya sea por las barreras para conseguir los métodos o por la postura que adoptan algunas creencias.
No obstante, aunque se pudieran erradicar los fallos técnicos o educar totalmente a la población, difícilmente se podrá transformar la condición humana.
El ser humano no es perfecto, y los olvidos, descuidos y errores son parte constitutiva de nuestra naturaleza. Los embarazos no deseados se dan sobre todo en adolescentes, en mujeres solteras y en mayores de 40 años, sin embargo, también se dan en otros grupos de edad.
Su frecuencia suele ser mayor entre las mujeres de escasos recursos, bajo nivel educativo, baja autoestima y pocas expectativas, aunque ocurren en todas las clases sociales.
Sus consecuencias no sólo afectan a las mujeres, sino también a los hombres y a toda la familia. Ante un embarazo no deseado las mujeres y sus parejas se enfrentan a decisiones difíciles y las opciones que se abren son básicamente dos: interrumpir el embarazo o continuar con el embarazo no deseado.
Cualquiera de estas decisiones tiene consecuencias sobre la situación social y económica de la mujer, sus parejas y sus familias, pero fundamentalmente sobre su salud, tanto si se interrumpe el embarazo como si se continúa, y dado que son más frecuentes en edades extremas, estos embarazos conllevan un mayor riesgo para la salud tanto de la madre como del hij@.
Voy a referirme en especial al embarazo en la edad adolescente. La adolescencia es un tiempo de crecimiento y desarrollo, con adquisición de nuevas funciones en las esferas biológica, psicológica y social, y la maternidad y paternidad son funciones de la edad adulta.
Debemos tener presente que una adolescente no madura por el simple hecho de estar embarazada, seguirá siendo una adolescente, que tendrá que hacerse cargo de un hijo o de una hija.
La maternidad a edades muy tempranas entraña riesgos para la salud por la falta de madurez fisiológica, reduce significativamente el tiempo disponible para las actividades formativas y en la mayoría de los casos lleva al abandono escolar. A estas edades en general, tienen dificultades para asumir plenamente el cuidado de su hij@, siendo necesario que estén siempre respaldadas por mayores para los cuidados, muchas veces asumidos por la abuela como si fuera hijo de ella y hermano de su madre biológica.
La maternidad adolescente suele recluir a las madres a actividades domésticas, y aún ayudadas por sus progenitores, difícilmente pueden participar de la vida de sus amig@s y compañero@s estudiantes, ni de salidas nocturnas, ni campamentos, ni reuniones y todo aquello que conlleva un estilo de vida adolescente. Además esta maternidad tiene una mayor probabilidad de ser uniparental.
Si la adolescente no está preparada para ser madre, mucho menos lo está el chico para ser padre, que generalmente presenta una serie de carencias como pueden ser una baja capacitación y un curriculum escolar muchas veces insuficiente para acceder a trabajos de buena calidad o bien remunerados, empujándolos al mundo laboral en condiciones precarias, por lo que muchas veces le obligan a ser adoptado como un miembro más de su familia política o a reubicarse como hijo-padre dentro de la suya propia. Esto va a traducirse en una desventaja de base para los hijos.
En la segunda mitad del siglo XX aparecieron y se desarrollaron los métodos anticonceptivos modernos, que son eficaces y seguros y que permitieron llevar las expectativas de reproducción a la práctica. Podemos afirmar que la anticoncepción moderna es la herramienta idónea para que las mujeres y las parejas puedan elegir el momento en que inician la reproducción, el número de hijos que van a tener y el espaciamiento entre los embarazos.
La planificación familiar está reconocida como una intervención efectiva en salud pública, y uno de los métodos que suponen en la actualidad un importante avance para ello son los anticonceptivos de emergencia, píldora del día después. Su uso está extendido en muchos países.
En la comunidad autónoma Andaluza se viene ofertando su uso a partir del año 2001. En cuanto a la interrupción voluntaria del embarazo, es la manera ancestral que tienen las mujeres para resolver el conflicto de un embarazo no deseado, y en la actualidad para más de tres cuartas partes de la población mundial está permitido por voluntad de la mujer ya sea por factores socioeconómicos o por motivos médicos.
Afortunadamente estamos lejos de aquellos tiempos en los que la existencia de una penalización conllevaba graves problemas de justicia social y salud pública, ya que las mujeres con recursos económicos se practicaban abortos en las mejores condiciones, mientras que las demás -que eran la mayoría- engrosaban las cifras de mortalidad y morbilidad materna.
La salud, en especial la salud reproductiva, es un derecho básico en la lucha contra la pobreza y las desigualdades sociales, un principio básico que debe animar al diseño y la puesta en práctica de medidas a este respecto que garanticen que todas las personas dispongan de la información y los medios para un efectivo control de sus comportamientos sexuales, para que las parejas jóvenes, incluso si se unen tempranamente, puedan ejercer sus derechos reproductivos básicos, es decir, que tengan la capacidad para regular la cantidad de hijos y el momento de tenerlos, y que en todo caso interrumpir o no un embarazo es un derecho individual.