La decisión del PSA de asumir como un abandono del que fuera su secretario general y fundador de esta formación, Pedro Pacheco, por el impago de las cuotas de militante, sólo representa otro triste final para ambas partes. Para el que fuera líder del andalucismo porque, de alguna manera, vuelve a evidenciar que se ha convertido en una parodia de sí mismo, al ser expulsado por una simple cuestión casi burocrática cuando era él quien solía romper los partidos para crear los suyos propios. Para la formación nacionalista, porque ha tenido que recurrir a un subterfugio bastante inocente e ingenuo (si todos los partidos echaran a sus militantes por no pagar se quedarían literalmente sin bases) para intentar cerrar no una presencia incómoda, sino el efecto de división interna que ya estaba creando y que podía ampliarse con su petición de un nuevo congreso nacional, al considerar el jerezano que el de Chiclana pudo ser ilegal por no haber podido participar en él todos los militantes.

Y cuando ambas partes demuestran su propia debilidad en el final de un conflicto no es que se haya logrado un consenso en la solución, sino que evidencia que tanto uno como otro están más que abocados a su propia autodisolución política, que en el caso de la formación nacionalista puede ser más evidente el próximo domingo, con unas elecciones europeas a las que se presenta en solitario y que pueden dar la verdadera dimensión de lo que representa este partido en Andalucía. Tanto que incluso no se puede descartar que el anuncio de este ‘abandono/expulsión’ se deba más a tener una mayor presencia en los medios en plena campaña electoral que a una decisión improvisada ante el reconocimiento del impago de las cuotas de Pacheco y sus escasos apoyos andalucistas. Pero no cabe llamarse a engaño, si en el PSA el futuro pinta incierto, en el papel que pudiera jugar Pedro Pacheco, que ya ha anunciado varias veces su intención de crear un nuevo partido, existen más dudas si cabe, ya que de insistir en su idea de seguir en política su cada vez más devaluado prestigio puede alcanzar unos niveles de absurdo total, ya que los electores ya le dejaron muy claro su final en su momento y, en política, los perdedores nunca tienen una segunda y menos una tercera oportunidad.