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Antonin Artaud y el cuerpo

Esto es lo que escribe Artaud en una carta dirigida a André Breton y fechada hacia el 28 de febrero de 1947. Ese inquietante ?hacia? nos alerta respecto a la posibilidad de un tiempo no medible en los términos habituales.

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Esto es lo que escribe Artaud en una carta dirigida a André Breton y fechada hacia el 28 de febrero de 1947. Ese inquietante “hacia” nos alerta respecto a la posibilidad de un tiempo no medible en los términos habituales. Artaud escribe: “Cualquier experiencia es resueltamente personal, y la experiencia de otro no puede servir fuera de él a cualquiera bajo pena de crear estas sórdidas polvaredas del alter ego que componen todas las sociedades vivas y donde todos los hombres son en efecto hermanos en cuanto bastante cobardes y suficientemente poco atrevidos para aceptarse cada uno como surgido de otra cosa que no sea un mismo e idéntico coño, de un similar coñazo, de la misma coña irreemplazable y desesperante”. Este coño –viene a decir Artaud-–, que es el agujero por el que sale al mundo todo ser humano, es también la causa suprema de la estandarización mental (hoy pensamiento único): “todos por nacimiento se ven obligados a pensar lo mismo acerca de la mayor parte de temas”. En 1947 la genética y la neurobiología no estaban tan desarrolladas como en la actualidad, lo que incrementa el mérito de las intuiciones del autor de El Teatro y su Doble.


Rembrandt van Halen, psiquiatra holandés afincado en Friburgo de Brisgovia (Baden-Würtemberg, RFA), remitió el mes pasado al Max-Stirner-Archiv Leipzig un informe sobre un paciente suyo víctima del deseo obsesivo de eliminar todos los órganos de su cuerpo: el enfermo insistía en que así se iba a sentir mucho más cómodo y su salud mejoraría bastante. El informe resultó accesible gracias a la venalidad de un cartero que se dejó untar el carro por una sociedad cooperativa de teósofos; los cuales, a continuación, difundieron el expediente de Van Halen por internet. En virtud de una orden judicial, el documento ha sido ya retirado de la red.

El doctor Van Halen captó, con absoluta lucidez, el fondo del problema. La persona tratada por el terapeuta era un varón caucásico de cuarenta y siete años que aparece bajo el nombre, evidentemente supuesto, de Meyer. El doliente Meyer estaba considerado uno de los mejores traductores al alemán de Antonin Artaud. Pero sus últimos trabajos, relativos al extenso epistolario del escritor francés, habían sido rechazados por varias editoriales debido a determinadas anomalías aterradoras que adulteraban los textos.

“Sin boca sin lengua sin dientes sin laringe sin esófago sin estómago sin vientre sin ano, yo reconstruiré el hombre que soy”. Con estas palabras había expresado Artaud su concepto del “cuerpo sin órganos”, al que dedicará no pocas páginas a lo largo de su obra. Ese ataque al organismo que tiraniza al cuerpo contiene, a la vez, un aborrecimiento destructivo contra la corrupción que todo sistema gramatical genera en el dinamismo psíquico y en el lenguaje. Creyendo haber descubierto la clave del misterio que le atormentaba, Meyer vio el cielo abierto, pero no fue capaz de sintonizar con el auténtico sentido de la glosopoiesis, que, según Derrida, “nos acompaña al borde del momento en que la palabra no ha nacido todavía, cuando la articulación ya no es el grito, pero tampoco es todavía el discurso”. Meyer se declaró en huelga de hambre porque creía que ingerir alimentos era el primer paso hacia el vacío interior. Con la ayuda de Van Halen pudo convertirse en anoréxico, que ya fue todo un avance. Pero, como James Bond en Diamantes para la Eternidad, se equivocó de gato. Cioran, en El Aciago Demiurgo, dio el aviso: “Literariamente, un error raro vale más que una verdad probada, conocida, aceptada”. Hace dos días, el sujeto Meyer se suicidó, levantándose la tapa de los sesos con una Walther P-99, en la sala de espera del consultorio de Rembrandt van Halen.

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