Mi dios es ateo y bipolar. Antes de explicarme y explayarme, si algún lector o lectora tiende a ofenderse cuando se habla, mal, de religión, abandone este artículo ahora o calle para siempre, por los siglos de los siglos amén.
Las religiones me generan pues la misma desconfianza que un norcoreano en la playa de Barbate... porque seguro que es surcoreano. La misma desconfianza que esa frase que algunos colocan en sus perfiles en redes diciendo que tengo amigos que votan a Podemos, al PSOE, al PP, a Cs y a Vox y que no se dMi dios es ateo y bipolar. Leo y escucho por ahí que rezar puede sanar el coronavirus. También compartir por ‘feisbuc’ la estampita de una virgen ayuda. Ole con ole y olé. Mi dios apuesta por que acudas al médico y sigas los consejos de los profesionales. Ya sé, dios creó a los médicos... incluso a Alexander Fleming, pero también al que creó el gas mostaza, con lo cual sigue sin generarme su divino criterio mucha confianza. Bipolar, bipolar el colega como mínimo.
Su omnipresencia también me agobia, como la de Juan y Medio en Canal Sur. Me cansa. Viví infancia y parte de mi adolescencia en Marruecos, donde su presión era enorme. Discutir con un creyente es complicado... sobre todo cuando se llega al acto de Fe. Ahí ya me desconcierta.
Lo cierto es que cuando trabo amistad con alguien, cuando blasfema su ateísmo, me da pié a seguir a su lado. Sin embargo, cuando me empieza a hablar de dios, o mejor, de religión, comienzo a agobiarme. Lo mismo me ocurre con los que me confiesan que han sido abducidos por una nave espacial o que se toparon con un espíritu. Puf, los miro, y observo cómo de su sien emerge una protuberancia. Cómo se le abre la piel, cómo aparece un objeto metálico que resulta ser un tornillo. Cómo sangra. Cómo se le pone la cara de Frankenstein y cómo, cuando el equilibrio entre el trozo de metal que está en su cabeza y el que se queda fuera se rompe, el tornillo, dejándose llevar por la Ley de la Gravedad, desciende hasta el suelo produciendo un sonido metálico que me genera una alerta parecida a cuando se me cae una moneda. Entonces miro para todos los lados, y comienzo la estrategia de la huida.
Recuerdo una vez, años ha, una conversación con una joven hermosa con ingentes senos. Todo marchaba bien hasta que me dijo que una vez mantuvo contactos con extraterrestres. También que tenía poderes paranormales. Y para colmo, se comunicaba con los muertos. Muy completa ella. Yo seguí en mi línea: es decir, mentir vendiendo la moto de un ‘yo’ mucho mejor que mi verdadero ‘yo’. Y es que ya saben el dicho, tiran más dos tetas que cualquier bicho de otro planeta.
Sé de lo que hablo. Desde los 13 hasta los 19 años hice todo lo que estaba en mi mano para dar con espíritus. Desde mantener unas tijeras abiertas sobre un mantel de cuadros hasta practicar con la Oujia en un nicho abierto en el cementerio monumental y neoclásico San Miguel de Málaga. El que me pillaba más cerca cuando vivía en Fuente Olletas. Sí, es verdad, es una falta de respeto pero era necesario para un servidor saber sí existían las ánimas. También era una falta de respeto abrir en canal a los difuntos pero gracias a ello la investigación en medicina avanzó y mucho. ¿Qué por qué era tan importante? Pues porque si daba con un espectro, tras el puto susto que me iba a llevar, sabría que tras la muerte había vida, con lo cual ésta la podría haber dedicado en exclusiva a meterme heroína y todas las sustancias que acabasen en ‘ina’. Sí, querido lector o lectora, así soy yo. Qué asquito doy, pero qué tipo tengo.
Las religiones me generan pues la misma desconfianza que un norcoreano en la playa de Barbate... porque seguro que es surcoreano. La misma desconfianza que esa frase que algunos colocan en sus perfiles en redes diciendo que tengo amigos que votan a Podemos, al PSOE, al PP, a Cs y a Vox y que no se deben perder por una discusión. Arggg, no hombre no, si tienes amigos homófobos, racistas, machistas o que están de acuerdo en que es preferible que un pobre se muera en una frontera a que entre en su país, no sé, o eres igual que ellos, o es que eres la reencarnación de la otra mejilla de Jesucristo. Vamos, en ambos casos me generas la misma confianza que un adicto al brócoli. Imagino dos meses antes de las elecciones de marzo 1.933 a un alemán diciendo tengo amigos judíos, comunistas, gitanos y nazis y no se deben perder por una discusión de nada sobre, qué se yo, campos de exterminio.
En definitiva, solo creo en mi dios ateo y bipolar. Y sí, es cierto, que cuando la cosa se pone chunga, como aquella vez que estuve a punto de morir y que finalmente el bulto resultó ser un golondrino, rezo a todos los dioses, pero solo por si las moscas cae la breva. Vamos que si tuviera a Bill Gates entre mis contactos también le llamaría, a ver si me ayuda. Pero el hecho de que sea un cobarde, un hipócrita, un veleta y un convenido, habla mal de mí, no bien de dios. Y si tengo que ir al infierno, que así sea... porque ante la perspectiva de la Nada entre pastos para gusanos de mi profundo ateísmo, las llamas del averno es algo más que una gran alternativa, es mi mejor esperanza.