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Sábado 20/04/2024
 

Notas de un lector

Sam Savage, de nuevo

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En el año 2007, con su opera prima “Firmin”, Sam Savage comenzaba una triunfal carrera literaria con un notable éxito de crítica y publico, que le convirtió en uno de los novelistas norteamericanos más leídos de los últimos años. Nacido en Carolina del Sur hace ochenta años, este doctor en Filosofía y pluriempleado en los más diversos oficios -pescador de cangrejos, mecánico de bicicletas, tipógrafo…- convirtió las aventuras de un ratón de biblioteca, en sentido literal (que aprende a leer alimentándose con los libros que se apilan en el sótano de una antigua librería), en un best seller internacional con más de un millón de ejemplares vendidos gracias no sólo a su excelente calidad literaria, sino a las incansables recomendaciones de lectores y libreros entusiasmados con su trabajo.


Poco se sabe de este autor con aspecto de náufrago o de mago Gandalf de las letras, que confiesa no tener trato con otros escritores y que los círculos literarios le aburren hasta el llanto, lo que no ha impedido que, aunque tardíamente, haya visto su sueño de escritor cumplido después de más de treinta años de frustración. “No es que empezara a escribir tarde -afirma-, sino que empecé a terminar lo que escribía en vez de abandonar antes de acabarlo, consciente de que el tiempo estaba concluyendo”.

Vuelve Savage a hablarnos de un animal en su segunda novela, “El lamento del perezoso” (Seix Barral, Barcelona, 2009), y esta vez se trata del “ai-ai”, una variante de perezoso con tres dedos en cada mano y en cada pie, “que se mueve tan despacio y es tan húmedo el follaje del que cuelga que le crece moho en su piel”. En ese animal, “igual de musgoso”, se refleja el protagonista Andrew Whittaker, editor de una revista literaria de dudoso prestigio a la que trata de mantener a flote con el mismo tesón con el que se empeña en salvar su matrimonio, mientras conserva abierto otros frentes en su relación con diversos escritores y colaboradores, con las facturas que se le amontonan y con los incívicos inquilinos del edificio de su propiedad que no cumplen con los pagos.
Andrew escribe de manera compulsiva: cartas, listas de la compra, invitaciones a antiguos compañeros, carteles de aviso para sus vecinos, y se comporta como un entrañable y singular visionario, como un Don Quijote del siglo XXI empeñado en ser feliz a toda costa y en defender (y salvar), pluma en mano, su mundo: un mundo que se desmorona junto a sus ilusiones, sus proyectos y deseos vanos, con los que trata de esquivar a la atenazante soledad.

Pese a su sencillez y su tono triste y melancólico, “El lamento del perezoso” es un libro excelente en su planteamiento y en su desarrollo; y ello, por su entrañable y, a veces, cómico discurso sobre la verdad y la vida, por la agotadora e inútil lucha que entabla su protagonista. Savage siempre tendrá propicio al lector para comprender cada sensación, cada sentimiento de ese hombre solo, tan verosímil y cercano, aunque le sepamos abocado al fracaso.

Felicitémonos por el reencuentro con uno de esos escritores que miran de frente a la realidad, lo que en estos tiempos no es poco, tratándose de un “novel”.

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