Quedamos en el Belén del Camborio, esa permanente obra maestra de la Asociación de Belenistas "La Adoración", que se expone para el disfrute de arcenses y visitantes. La mañana está fría, color de plata fría, fría como una cubertería de plata. Es Navidad y los maestros aprovechan para llevar a sus alumnos a ver el Belén, imagino que como premio por el final del trimestre.
Carmelita Temblador está encargada esta mañana del cuidado del Belén y saluda a los profesores y a los niños, una tribu inquieta, preguntona, tocona, que no hace caso a las instrucciones de Carmelita: "no tocar, niños. Se mira pero no se toca". Pero los niños tocan, y preguntan, y se mueven. Entran los zagales en grupos de quince o dieciséis, según las clases. "Son de Jédula, me dice Carmelita. Ahora las clases son de quince o dieciséis niños, pero cuando yo ejercía de Maestra Nacional he llegado a tener clases hasta de cincuenta y dos niños".
Los niños entran y salen, y en los ratos vacíos es donde hablamos para esta entrevista. No me gusta utilizar en las entrevistas, ni en ninguna parte, el diminutivo de los nombres, y mucho menos cuando son mujeres. A las mujeres se las ha ninguneado muchas veces llamándolas Pepita, Carmencita, Dolorcita, etcétera. Pero en esta ocasión he decidido hacerlo porque me temo que sin ese diminutivo se nos cae el personaje, el ser humano que mantiene ese nombre. Así que le digo Carmelita y le pregunto:
—Hasta cincuenta y dos niños por clase, qué barbaridad. ¿Y cómo se las apañaba?
—Ay, hijo. Los niños de antes no eran iguales que los de ahora. Los de ahora son más respondones, más protestones. ¿Te has dado cuenta de que todos tienen nombres raros? Ya casi no se oyen nombres como Rosario, Antonia, Juana. Son raros hasta para eso. Los niños de antes, sobre todos los del campo, eran más obedientes, y los padres mucho más colaboradores que ahora.
—¿Nos habla de su profesión de Maestra Nacional?
—Yo he trabajado de Maestra Nacional durante cuarenta y tres años, hasta mi jubilación. He estado en los colegios de "Las Nieves", "Los Cabezuelos", Las Abiertas", "El Romeral", "El Sotillo". También he estado en Jerez, y por último en la Guardería de aquí de Arcos estuve veintiún años como Maestra Directora del Centro.
—Y la pasión por la Navidad, por el belenismo, ¿de dónde le viene?
—Desde niña. Fíjate: yo vivía en la casa de los Benot, una familia que todos los años colocaba el Belén. Mi padre era un hombre del campo, y traía a los Benot lentisco, romero y otras yerbas para el Belén. Yo misma iba con mi padre a recogerlo, en una bestia que tenía mi padre. Es tanto mi amor por esta fiesta que en todas las escuelas donde he estado he montado siempre el Belén. Lamentablemente en mi casa no podía, al principio, porque no tenía medios para conseguir las figuritas.
—Y de los Belenes infantiles a la Asociación Belenista "La Adoración", ¿no es así?
—Te voy a contar cómo surgió la Asociación porque es una cosa muy graciosa. Resulta que, como todo el mundo sabe, yo era muy amiga de la inolvidable Concha Vivas. Las dos viajábamos mucho, cuando nuestras obligaciones nos lo permitían. Solíamos viajar con una agencia que se llama "Ecuador" y un día me llama un chico de la agencia y me dice que la empresa ha organizado una fiesta para los clientes y que nos invitan a Concha y a mi. Yo llamo a Concha y me dice que no, que tiene los pelos muy malamente y que no le apetece ir a la peluquería. Total, que le digo que vale, que no vamos. Pero al rato me llaman por teléfono y es otra vez Concha, que con su gracia habitual me dice: "Mira: he entrado en la cocina y tengo un fregado grandísimo, así que entre fregar e ir a la peluquería prefiero la peluquería. Así que me arreglo la cabeza y nos vamos a la fiesta. En la fiesta sortean un viaje y mira por dónde nos toca a nosotros. El viaje era a Gijón, a un Congreso de Belenistas que dirige don Vicente Prieto, Presidente entonces de la Asociación de Belenistas de Jerez. Estuvimos en Gijón y yo volví con tal entusiasmo por los belenes que me fui a ver al Alcalde, Jesús Ruiz, y al Delegado de Cultura, Manuel González Benito y les trasladé mi idea. La contestación del Alcalde fue muy graciosa: "Con lo cabezona que tú eres seguro que vamos a tener Asociación". Y así fue: fui a buscar a Manolo Porro, a Don Víctor Marín, y a otros enamorados de la Navidad. Después llegó Antonio Bernal y hasta ahí te puedo contar.
—¿Cuántos años ya?
—Son veintiséis. Yo soy la Presidenta desde la fundación. Y mira que tengo ganas de irme, pero no me dejan.
—Por algo será, Carmelita. Y otra cosa: ¿desde cuándo se publica la revista "Pesebre"?
—La revista lleva ya aproximadamente catorce años, no lo sé ahora con seguridad.
—Estamos en el Belén del Camborio. ¿Cuánto tiempo ha costado montarlo?
—No sólo el tiempo, sino la ilusión y el trabajo aquí realizado. Han sido cinco años de trabajo, donde todos han puesto su sello. No voy a dar nombres, claro, pero todos los belenistas han trabajado para que este local sea un centro para que niños y mayores puedan soñar.
—Lógicamente, Carmelita, un Belén no es sólo una actividad artesanal. ¿Cómo ve la Navidad, desde el punto de vista cristiano?
—El Belén es la catequesis plástica del Nacimiento del Niño-Dios. A través del Belén se llega a la ternura de ese hecho que cambió el mundo. Es una fiesta muy familiar. Y por eso te pasas el tiempo acordándote de los que ya no están. En la Navidad se llora y se ríe. Se llora porque nos acordamos de ellos. Pero se ríe porque es una fiesta alegre. Un nacimiento siempre es alegre.
—Y Carmelita se emociona recordando las sillas vacías, las sillas de los que no estarán esta Navidad. "Tenemos que rezar y pedirle a Dios por ellos". Aunque luego rectifica, y emocionada, nos remata: "Aunque es al revés. Yo estoy segura de que son ellos los que rezan por nosotros".