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Arcos

“El estudiante vive en un eterno debate”

Entrevista a Antonio Ortega Castillo, licenciado en Historia

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  • Antonio Castillo Ortega. -

Lo conocía desde pequeñito, pero no sabía su nombre. Es lo que nos pasa con los hijos de los amigos. Para mí era uno de los hijos de mi amigo Luis Ortega, y resulta que sin darnos cuenta se nos hace historiador y nos da conferencias donde nos deja con la boca abierta hablando de nuestra guerra civil. Pero no en clave de revancha, de continuación de la guerra a través de la Historia, sino precisamente de todo lo contrario: de concordia, de alumbrar con la Historia a la Política, a veces tan correosa y tan inhóspita.


En esta entrevista nos habla de sus estudios universitarios y de sus proyectos.

Ha terminado usted la carrera de Historia. ¿Nos habla de sus años universitarios?
—Ante una pregunta como esta, demasiados recuerdos se amontan solicitando que los narre. Trataré de cribar algunos sin censurar otros. En 2009 desembarqué a un Cádiz, cercano pero lejos, donde comencé una licenciatura rica aunque de la que no se puede comer. Al menos eso me decían. Sin duda fue la mejor elección de los años que acaparo de autodecisiones, hoy día aún bendigo a los que me apoyaron para que tomase este camino.
La vida universitaria es espontánea como la vida misma, básicamente porque es en esta etapa donde acabas de modelar la persona que deseas ser. El estudiante vive en un eterno debate, un imperecedero doblepensar al más puro estilo orwelliano, un ‘bipolarismo’ endémico de la juventud. En esos años pruebas la soledad, acaricias la independencia, sueñas cambiar el mundo –esto aún-, te indignas, te decepcionas, te emocionas, ríes con frecuencia, palpas la euforia, conoces lugares, personas y sentimientos. En mi experiencia, con unas equilibradas dosis de trabajo y disfrute, siempre tuve una permanente testarudez por aprovechar cada instante de mi época universitaria. Ahora, ya en un periodo post-universitario, añoro las frescas tardes en la Caleta, los ratos de entusiasmo deportivo, las benditas noches en la tacita y las improvisadas tertulias ‘pluritemáticas’ difuminadas en el tiempo. Y, por supuesto, a mi pequeña pléyade de compañeros: los genios, los mapuches, Johannes, David e Isabel.  Podría subrayar, sin temor a equívocos, que los años universitarios son pequeñas experiencias que toda persona debía de explorar cuál español del Siglo de Oro. Ciertamente, te colman de riquezas, pero éstas, inmateriales. 


Y ahora prepara un master en Estudios Hispánicos, ¿es así?
Efectivamente, el pasado mes de noviembre comencé a cursar el máster en Estudios Hispánicos de la Universidad de Cádiz como paso obligatorio para tener la opción futura de acceder al doctorado. Un curso del que si a priori no partía con mucho entusiasmo, prontamente descubrí muchas cosas positivas. Me han gustado especialmente algunas asignaturas en relación con la Literatura y, cómo no, con la Historia. Por otro lado, una de las mejores experiencias de este máster es que estoy compartiendo clase con varios estudiantes procedentes de diferentes países: China, Suecia y Marruecos. En otros cursos tuve la suerte de conocer a muchos compañeros, ahora ya amigos, de países como Alemania, Francia e Inglaterra pero nunca mi sorpresa fue tan grande como este año, sobre todo, con Oussama y Sabri, dos cultísimos jóvenes procedentes del otro lado del estrecho. Con ellos y los compañeros y compañeras de China y Suecia las clases toman un sentido multicultural especialmente bueno. Del máster destacaría el carácter de las clases, participativas y acogedoras, lo que se traduce en riqueza personal, cosa que estoy agradeciendo bastante. Si es verdad que hay que trabajar mucho, sobre todo, hacer numerosas lecturas que añadidas al Trabajo Final de Máster y a mis investigaciones propias, a veces imprimen cierto estrés muy agobiante.


Le dirige el Catedrático don Diego Caro. Toda una garantía, ¿no?
—Probablemente a todos los alumnos y alumnas que hayan pasado por las clases de Diego Caro Cancela, les sobren adjetivos con connotación positiva para definirlo como profesor e historiador. Como alumno suyo por partida triple, si tuviese que describir a Diego Caro en dos palabras, sin duda elegiría sencillez y trabajo. Su dilatada experiencia al frente de numerosas investigaciones y la calidad de la multitud de sus publicaciones hablan por sí solas. Desde el curso 2013-2014, y hasta el presente, ejerzo de alumno colaborador en el departamento de Historia Contemporánea bajo su tutela. En estos momentos también dirige mi trabajo de investigación de máster, De la Dictadura de Primo de Rivera a la Segunda República en Arcos. Personalmente, me siento un privilegiado por tener a un historiador de su talla como profesor e instructor en el campo de la historia.  Y, sí, indudablemente, sus hábiles consejos y su trato afable son toda una garantía para el resultado de cualquier empresa.


Recientemente ha ofrecido usted en Cádiz, en la Universidad, una conferencia sobre las Misiones Pedagógicas. ¿Tan joven y ya se atreve a dar conferencias?
—Bueno, la osadía es un atributo de la juventud. No obstante, la conferencia que ofrecí el pasado 26 de marzo bajo el título Las Misiones Pedagógicas en la Segunda República (1931-1936). Un caso práctico: Arcos de la Frontera está integrada en el IV Ciclo de Conferencias Jóvenes Historiadores organizado por la asociación Ubisunt?, con la colaboración de la Universidad de Cádiz y el Ayuntamiento de la misma ciudad. En esta exposición desarrollé una explicación general sobre las Misiones Pedagógicas de la II República, pasando luego a un análisis de las Misiones acaecidas en la provincia de Cádiz y, finalmente, desarrollando el caso de Arcos, que recibe el Museo circulante. Éste, con copias de tamaño original de pinturas de Goya, Velázquez, Zurbarán y El Greco, entre otros, fue expuesto en la sala capitular del Ayuntamiento entre el domingo 9 y el viernes 14 de septiembre de 1934.  Básicamente, lo que pretendía era ofrecer dos enfoques distintos de una misma materia. Un primero general y teórico, quizás más divulgativo, y un segundo donde primaba el análisis práctico e investigador. Creo que se cumplieron los objetivos y los asistentes parecieron interesados, algo que para el conferenciante es siempre reconfortante. Además, la presencia de familiares, compañeros y amigos, desde luego, fue un punto a favor ya que gracias a ellos me sentí muy cómodo.


Se le ve mucho por el Palacio del Mayorazgo, desentrañando archivos y legajos. ¿Qué busca en el pasado un historiador?
—Tendría varias respuestas para esta pregunta, por eso principalmente contestaré con el relato de lo que me llevó a mi primera investigación. Mis primitivas andadas por este campo parten de finales de 2010 cuando empujado por el anhelo de encontrar noticias de Miguel Gil Blázquez “El churra”, mi bisabuelo, empecé a frecuentar archivos y la Biblioteca Pública Provincial de Cádiz. Miguel, perito agrícola, sindicalista y autor de algunos artículos en La voz del campesino, fue asesinado en el verano de 1936. Al igual que decenas de arcenses y cientos de miles de españoles, el lugar donde se encuentran sus restos no se conocen. Mi abuela falleció sin tener noticias de su padre, cosa que desde entonces llevo tatuada. Después de un tiempo investigando -Creo que me acerqué bastante a la obsesión- hallé un artículo escrito por él que data de 1932, titulado: No hay peor cuña que de la misma madera. Asimismo, he podido descubrir notificaciones, anuncios y otros escritos de su puño y letra ya que, según las fuentes documentales, fue secretario del centro obrero local Fraternidad Obrera. Ahora, también sé que algo más tarde sería tesorero de dicha organización, y que en junio de 1932 apoya la constitución de tres escuelas, de las de nueva creación, en el barrio de San Francisco. Además, conozco sobre mi bisabuelo otros datos sacados de padrones vecinales y censos de contribución. Por otro lado, pienso que el historiador, huérfano de explicaciones, desea vislumbrar el conjunto de realidades, comportamientos y procesos que se dieron en el pasado. Luego, si te dejan, divulgar las experiencias pasadas para corregir el presente.  En cuanto a mi experiencia en los archivos, recalcar que en éstos se para tiempo, ¿imaginas detener el reloj? Eclipsado te transportas a otra época y todo lo que lees ahí, automáticamente, ya forma parte de tu ser. Te puedo asegurar que es uno de los momentos de los que más disfruto en la semana. Pero lo que realmente me lleva cada lunes por la mañana al Palacio del Mayorazgo es, sin duda, el deseo de darle a mi pueblo, Arcos de la Frontera, el sitio que se merece en la historiografía. Estoy harto de oír en el mundo académico algo en lo que todos coinciden: ¡Arcos, historiográficamente, está desierto! ¿Un pueblo sin Historia? Pues sí, eruditos locales como Miguel Mancheño y Olivares, Manuel Pérez Regordán y los hermanos Cuevas realizaron grandes y estupendos trabajos, aún así, hoy día, se necesitan estudios de periodos históricos completos y de aspectos múltiples de la historia local. Análisis históricos de los que carecemos frente, por ejemplo, a otros pueblos como Villamartín o Bornos.


¿Qué hay que hacer, desde la política, desde la universidad, para que la Historia, ese organismo vivo, nos alumbre el futuro?
—Más bien, señalaré lo que creo que no se debería de hacer. Durante mi vida,  juvenil en su totalidad, ya he presenciado algunos usos verdaderamente repugnantes que, desde la política, se hacen de la Historia. Cuando es la política la que alumbra a la Historia, ésta se colorea y, disfrazada, pierde su verdadera identidad, tergiversándose y sirviendo para engalanar a los tiranos o a ideas sin cuerpo por sí solas. Desde la política, el apoyo moral, incluso más que el  económico, es fundamental para extraer todo el jugo que la Historia nos pueda proporcionar.  La Universidad, triste futuro. Si la educación es concebida como un negocio, obviamente, sólo se buscan beneficios. Fíjese, en mis seis años universitarios –cinco de licenciatura y este de máster-, han cambiado tres veces el sistema educativo universitario: Licenciatura -cinco cursos-, Grados –cuatro cursos- y ahora el famoso “3 + 2”.  Y si señalamos los casos de doctorados, y las trabas para poder acceder, la indignación toma su máxima expresión. ¡Ni siquiera puedes elegir en qué tema vas a ser especialista! Estás supeditado a unas líneas concretas desde las que escoges tu tesis. Así, amigo Pedro, es imposible que la Universidad, un mercado más, haga algo para que la Historia alumbre las sombras. Y como acertadamente escribió un paisano nuestro en 1920, el socialista Manuel García Sañudo-por cierto, también asesinado-, “un pueblo de ignorantes es un pueblo esclavo y donde predomina la esclavitud impera la tiranía.”

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