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El jardín de Bomarzo

Mírame a los ojos

Todos los dictadores de la historia antigua, reciente y contemporánea tienen idéntico modo de operar

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  • El jardín de Bomarzo. -

Cuando determinados políticos y, en especial, gobernantes tratan al pueblo como a una masa borrega, inculta y, como tal, manipulable, acudiendo a toques de fibras que se saben sensibles para ocultar la realidad a modo de reclamo para que cierren filas ante su discurso y erigirse así en líderes arropados por el apoyo popular, están realizando un ejercicio claro de autoritarismo que se contrapone al verdadero sentido de la democracia. Todos los dictadores de la historia antigua, reciente y contemporánea tienen idéntico modo de operar. Y si el mensaje grandilocuente se dirige a presentarnos un malvado enemigo común que pretende oprimirnos y robarnos lo nuestro, está casi asegurado el éxito porque siempre hay personas que compran la idea. Es ese populismo que arenga a la ciudadanía con todo aquello que a los oídos gusta escuchar y que anestesia la mente sin dar tregua a detenerse y analizar las cosas con detenimiento y libertad; verborrea barata dicha desde atriles o pasillos de instituciones por personas que tras su mirada solo esconden manipulación y falsedad y que en el amparo de ciertas masas encuentran acomodo necesario para conducir sus intereses personales.

Patria, nación, pueblo, libertad y opresión son términos usados de manera recurrente por los que quieren arengar masas para su causa, sobre todo cuando el objetivo es cercenar libertades o ir contra el Estado de Derecho. La patria fue encasillada por el régimen franquista bajo aquél Todo por la Patria y en ese Todo cabía la confrontación entre vecinos, amigos o familiares, chivatazos, encarcelamientos, juicios sumarísimos, muertes de inocentes, cunetas, censura y pérdida de libertades porque la supuesta defensa de la Patria lo justificaba Todo. Tiempos de dictadura en los que cada año la Plaza de Oriente se ponía hasta arriba de gente que voluntariamente iban a aclamar al líder que les hacía levantar el brazo al tiempo que les recordaba que España era Una, Grande y Libre. Gran paradoja cuando la realidad era que de Una nada porque había Otra España exiliada y/o escondida; que de Grande menos porque para Europa y el mundo España sólo existía en los mapas de las enciclopedias Álvarez y de Libre, en fin, mejor ni hablar. Pero no nos engañemos, muchos españoles, demasiados, con sólo escuchar esas palabras en tono enfático sentían saltar el resorte sensible que les hacía creer en ello, sin más, viendo ante sus narices no a un cruel dictador sino al salvador y protector ante los peligros y enemigos que acechaban a su Patria. La nación fue el centro del discurso de Hitler, que aunque a los germanos no guste recordar, y se entiende el por qué, caló en una inmensa mayoría y la cosa terminó como todos sabemos. Todos guardamos en la mente secuencias de discursos del dictador rodeado y aclamado por una inmensa muchedumbre donde queda patente como la oratoria es el instrumento esencial para remover al pueblo.

La democracia es en los tiempos actuales la bandera que se erige como clave para intentar sumar adeptos para casi cualquier causa porque bajo su manto se puede justificar Todo. Hemos estado tan necesitados de ella que la clase política sabe que no hay mejor argumento si tras la arenga política nos apelan al sentido de la democracia: éxito seguro. La democracia en su sentido más literal es el gobierno del pueblo, que elige y controla a sus gobernantes. Lo cual no supone que gobernemos a golpe de votaciones porque la democracia va íntimamente ligada al Estado de Derecho; no podría ser de otro modo, la Ley es la que garantiza su supervivencia. Los textos constitucionales sientan las bases inquebrantables del Estado y las Leyes garantizan su respeto. Sin Estado de Derecho no puede haber democracia, habrá dictadura o cualquier tipo de totalitarismo. Por eso, miedo debería dar quien se presenta como máximo defensor de la democracia y apela a ella para justificar incumplir con la Constitución y las Leyes. Y más inquietud aún produce quien con ello pretende movilizar a un pueblo, montar una rebelión contra el Estado de Derecho sin que los ciudadanos tan siquiera se percaten porque el provocado sentimiento de masa crea que hay un enemigo con armas anti demócratas. De entrada, si el objetivo de ese tipo de político pasa por incumplir las normas establecidas, está atacando directamente al Estado de Derecho y con ello a la democracia y, por añadidura, engañando y manipulando al pueblo, empujándole a ser el artífice de su objetivo y escondiéndose tras la voluntad mayoritaria; apelar al derecho al voto porque esto es lo demócrata y calificar como ataque a la democracia cuando se impide, porque la votación es la que verdaderamente ataca al Estado de Derecho, sólo puede ser defendido por quienes son claramente anti demócratas. Si se entiende que una mayoría del pueblo quiere cambiar alguna de las bases del Estado, los representantes elegidos deben instar los mecanismos legales para cambiar la Constitución y las Leyes. Esto es lo demócrata, no lo otro.

Imaginemos que un partido político por su cuenta decide montar un referéndum para suprimir la monarquía o para abolir algún Derecho Fundamental bajo la excusa de que el pueblo es quien tiene que decidirlo porque es "lo democrático". Y a través de twitter y una web señala a cada votante lugar donde debe votar. Si el Estado lo permitiera se emprendería un camino muy peligroso que tocaría a muerte la democracia. Fue desoladora la imagen de alcaldes catalanes levantando su bastón de mando al grito del "referéndum". Alcaldes que cuando tomaron posesión del cargo juraron o prometieron cumplir y hacer cumplir la Constitución y las Leyes y que ahora izan su bastón aclamando el mayor intento de ataque a las mismas que ha sufrido nuestra democracia tras el 23F. Con todo esto, el mensaje que se manda a la ciudadanía es que el Estado de Derecho puede ceder ante golpes de Estado si van vestidos con la bandera de la democracia. Es lo que le faltaba a esta España nuestra y a esas instituciones en las que, por otros motivos, tanto desconfía el pueblo desde hace un tiempo.  

Se dice que el Gobierno español podría haber negociado con la Generalitat la celebración y condiciones del referéndum, como hizo el Reino Unido con Escocia con el acuerdo de Edimburgo para el referéndum de su independencia de 2014 -ganó el No-. Quienes lo dicen olvidan, o desconocen, que el Reino Unido no tiene una Constitución que impide referéndum alguno sobre este tipo de cuestiones, pero España sí. Por tanto, sin modificación de nuestra Constitución no hay posibilidad de referéndum legal ni de negociación sobre él: ¿desde cuándo es negociable ir contra el Estado de Derecho? La frase que Puigdemont arengó a los catalanes para que les dijera a los alcaldes que están en contra del referéndum fue "Mírame a los ojos: te debes a mí. Yo soy un ciudadano y tú un trabajador público. Y de forma serena pregunten: ¿me dejarás votar o impedirás que yo vote?" resulta, tirando por lo bajo, bochornosa. Tendrían que ser los catalanes los que le dijesen: "Puigdemont, mírame a los ojos, eres mi gobernante, te debes a mí. ¿Vas a seguir incumpliendo con la Constitución y las Leyes y empujándonos a ello?". No hay que olvidar que el president fuerza y ansía esa foto esposado entrando en prisión para servirla como carnaza a sus enfervorizadas huestes independentistas.

Hacia el autoritarismo. Resulta interesante y muy esclarecedora la lectura de la Ley catalana 20/2017 de 8 de septiembre de Transitoriedad jurídica y fundacional de la República. Me pregunto si la conocen esos miles de catalanes que en estos momentos salen a la calle apoyando el referéndum secesionista y casi con odio en la mirada vociferando contra el Estado. Y me aventuro a asegurar que en su mayoría no han leído ni una palabra de ella. Una Ley aprobada con nocturnidad y alevosía -a las 00:48 minutos de la madrugada- y sólo por los grupos independentistas Junts pel Sí y la CUP y mediante la cual se regulan las bases de la nueva República catalana en caso de celebrarse el referéndum ilegal y que el resultado mayoritario fuese el Sí. Una Ley que no ha pasado por los procedimientos legalmente establecidos para su elaboración, se los han saltado todos -¿la Ley naciendo de un procedimiento ilegal?-. Llamativo que no contase con el informe de los juristas del Parlamento y del Consejo de Garantías Estatutarias de Cataluña y mediante la cual el presidente de la Generalitat sería automáticamente Jefe del Estado sin la necesidad de que se celebrasen elecciones previas. El sistema judicial queda totalmente sometido al control del Ejecutivo y con su cúpula nombrada por él, muerta de un plumazo la división de poderes. Los bienes del Estado español, nada menos que 1.080 edificios, pasarían automáticamente a ser de la República catalana -¿apropiación unilateral sin un acuerdo de transmisión?-. Por último, otro dato a destacar es su entrada en vigor que se pospone al momento en el que el referéndum ilegal se celebre y la mayoría haya votado Sí a la independencia. En ese momento, sin más procedimiento, obviando la Constitución española y el Estatuto catalán, pretenden que Cataluña pase de la noche a la mañana a ser una República independiente con Puigdemont como Jefe de Estado.

A fecha de hoy se presenta difícil que tal cosa suceda, al menos este primero de octubre tras las actuaciones que el Gobierno de España está emprendiendo. La historia dirá si Mariano Rajoy consiguió parar este golpe de Estado con fraude democrático incluido. La historia contará si los catalanes consiguieron pasar a ella como un pueblo al que no se le manipula con facilidad o si, por el contrario, sucumbieron al pretendido ejercicio demócrata para cargarse la democracia. Pero sea como sea, lo que ya no tiene duda es la fractura existente entre nuestro Estado de Derecho y algunos adalides y sectores de la sociedad española y catalana y que, resulte lo que resulte, tardará mucho, mucho en sanar.

 

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